La película de John Ford que se salvó de la destrucción con un hacha y apareció 100 años después en Chile
El investigador cinematográfico Jaime Córdova recupera ‘La gota escarlata’, una de las primeras cintas del director estadounidense en una venta de bodega en Santiago y la vuelve a proyectar
A comienzos de los setenta, cuando el académico chileno Jaime Córdova tenía cuatro años, sus abuelos lo llevaron al cine en San Antonio, una ciudad portuaria ubicada a unos 130 kilómetros de Santiago, a ver películas como Bambi y 2001, Odisea en el Espacio. Al final de cada función, el pequeño se asomaba a la caseta del operador y le pedía un trocito de rollo. Recuerda que su primera pieza fue un corte de un noticiario y que, siendo un adolescente, le tocó un empleado especialmente amable que le enseñó a manejar las máquinas, a amar las cintas en los carretes metálicos y revisar el material. Al final, Córdova (51 años, San Antonio) dedicó su vida a buscar y alimentar ese archivo que acumula más de un millar de títulos. La última joya que rescató son 40 minutos de The Scarlet Drop (La gota escarlata), un wéstern perdido del director estadounidense John Ford, estrenado en 1918, y protagonizado por Harry Carey, una de las primeras estrellas del cine mudo.
Córdova, autor de varios libros sobre la historia del séptimo arte y fundador del Festival de Cine Recobrado de Valparaíso, no se define como un coleccionista. “Ese es el que busca, oculta y no comparte. Yo soy un investigador que tiene un archivo y que busca el material, lo restaura y lo hace circular nuevamente”, apunta por teléfono. Eso es lo que hizo con La gota escarlata. Un amigo lo llamó y le dijo que alguien en Santiago vendía un montón de rollos de películas porque iban a demoler la bodega donde las guardaba y necesitaba deshacerse de ellas. El 3 de enero de 2023 se llevó unos 300 rollos a casa. Su política siempre es adquirir todo el lote, porque nunca se sabe qué puede haber ahí. “No se encuentra lo que se busca, sino lo que va quedando”, sostiene el profesor de historia del cine de la Universidad Viña del Mar.
Mientras revisaba, ordenaba, catalogaba y chequeaba el material, Córdova se encontró con una película que no traía los créditos del comienzo. Venía muy dañada, dejando en evidencia que había sido exhibida varias veces. Hubo que reparar las perforaciones, limpiar la imagen, sacarle el polvo. Se trataba de una de las primeras películas de John Ford, dirigida cuando era un veinteañero. “Es muy interesante, violenta para la época y con una crítica hacia el racismo y la diferencia de clases. Nos permite comprender que el nervio y el talento de John Ford siempre estuvo presente en él. Los primeros 10 minutos son un tributo a la obra y estética del padre del lenguaje cinematográfico, David Wark Griffith, director de El nacimiento de la Nación. Ford fue su asistente en esa película”, relata Córdova.
La cinta ya no aguanta una proyección física, por lo que fue digitalizada en 4K en los laboratorios de Cineteca Nacional de Santiago y reestrenada el pasado 30 de septiembre en el Festival de Cine Recobrado, en el Teatro Municipal de Valparaíso. En enero se enseñará en la versión argentina del festival, liderado por Fernando Martín Peña. La ambición del académico es que Getty Image, que tiene varios minutos de la cinta también, aunque nunca ha liberado un fotograma, atienda la solicitud de compartir el material y se pueda completar La gota escarlata.
A Córdova no le gusta hablar de dinero. Deja en claro que no se lucra reparando los rollos de 35 milímetros y 16 milímetros que se encuentra empolvados en el Persa Biobío —un mercado de segunda mano de la zona sur de Santiago— que adquiere de las herencias de coleccionistas que los hijos no quieren conservar. Tampoco es asiduo a indagar cómo las películas llegaron a las manos de quien se las vende. Y es que, en teoría, no deberían existir.
El profesor cuenta que en el primer congreso de cinematografía mundial, en 1909, se decidió que los distribuidores dejarían de vender las copias de las películas y las pondrían en arriendo. Cuando los derechos caducaran o las copias perdieran su calidad, “las destruirían con un hacha, en presencia de un notario público”. Esa normativa se acató en todo el mundo hasta el 2014, cuando se acabó el cine analógico. “Pero la constatación histórica demuestra que siempre hubo bodegueros que sacaron películas bajo cuerdas antes de la destrucción y se las vendían a personas que tenían máquinas para proyectar o, según cuenta el relato oral, las cambiaban por una botella de vino o una cajetilla de cigarros”, cuenta Córdova, quien argumenta que si los estudios cinematográficos hubiesen pagado mejor a los bodegueros de sus filiales, no habría existido el mercado negro. Aunque tampoco habría un patrimonio que rescatar.
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