Chile, ¿en el péndulo?
Los resultados de las elecciones del 7 de mayo desafían a todo el arco político chileno. Los ganadores, la facción más extrema de la derecha, deberán demostrar capacidad de gobernabilidad
Hace más de 500 años, Nicolás Maquiavello ofreció como dádiva a los Medicis su obra El Príncipe. Inspirado en el realismo político y producto de un análisis profundo de la naturaleza humana, el autor sostuvo que una de las dificultades del Príncipe, en orden a conservar el poder, era que “los hombres cambian con gusto de señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tomar las armas contra él”. Si reemplazamos armas por votos, la sentencia se vuelve implacable y puede servir para analizar los vaivenes electorales del Chile de los últimos tres años que, bajo una mirada simplificadora, podrían ser la expresión de una ciudadanía pendular, voluble e inconsistente.
Por el contrario, mucho más que un péndulo, lo que observamos es un continuo: los ciudadanos, alejados ya de los grandes relatos, votan por quien parece garantizarles una vida mejor, en sintonía con sus necesidades más inmediatas. Y como éstas suelen reflejar una carencia o escasez que resulta tan imperiosa como contingente pueden, por naturaleza, cambiar en contenido o intensidad. En Chile, por ejemplo, el requerimiento de seguridad era, el 2020 y el 2021, menos agudo que el de cambio; hoy, frente a la crisis de la inmigración y el auge del narcotráfico, su relevancia se ha intensificado. Lo anterior, no significa que las demandas ciudadanas hayan desaparecido; pensiones, educación y salud siguen estando entre las prioridades, pero su vigor ha disminuido frente a la urgencia de la seguridad. Esta variación no sólo fortalece a la derecha dura, sino hace que los discursos vernáculos de parte del oficialismo (validación de la violencia, desprecio y juzgamiento a las policías) se vuelvan insoportables.
El devenir político del país parece jugarse hoy en la respuesta de dos preguntas: cómo y quién conecta con las necesidades ciudadanas; y si es esto suficiente para mantenerse en el poder.
Respecto de la primera, resulta imprescindible considerar que nuestra percepción del mundo puede, con facilidad, distorsionar la forma en que observamos la realidad. Como sostiene Carlos Granés, un fenómeno que empareja o emparenta a varios de los gobiernos de izquierda latinoamericanos es que sus cúpulas son intelectuales, universitarias, muy al día con las discusiones propias de una de aristocracia intelectual, pero sin arraigo en el pueblo por el que, supuestamente, se lucha o se hace la revolución o la reforma. Sin embargo, el desafío de sintonizar no es exclusivo de las izquierdas. Las élites políticas, de todos los sectores, suelen olvidar que los clivajes que las dividen y las enfrentan no operan en otros niveles. A nivel ciudadano y popular es perfectamente posible aspirar a una mano dura en materia de seguridad y, al mismo tiempo, anhelar una mayor protección social del Estado; o ser partidario de la capitalización individual en las pensiones y exigir la condonación del crédito universitario. Esta aparente contradicción ideológica se resuelve fácilmente cuando se entiende que detrás de ella, como decía Maquiavello, lo que permanece es la descarnada necesidad. No hay péndulo, hay necesidades emergentes y volubles y esto es lo único constante. Por esta razón, suele ser un error —y es un riesgo palmario luego de las últimas elecciones— creer que los resultados electorales representan una adhesión completa de los votantes al ideario de quien triunfa.
¿Es suficiente la identificación de la necesidad para mantenerse en el poder? No. Gobernar es mucho más complejo y requiere resultados. De tal manera que quien accede al poder debe conseguirlos o arriesga que los ciudadanos se levanten contra él en las urnas; fenómeno particularmente visible en elecciones con voto obligatorio. En ese plano, la estrategia de extremar posiciones no es suficiente y la capacidad de negociar y llegar a acuerdos se vuelve esencial. Quien quiera gobernar debe estar preparado para dirigir una sinfonía de muchos instrumentos donde las intensidades deberán regularse y las armonías equilibrase.
Por esta razón, los resultados de las elecciones del 7 de mayo desafían a todo el arco político chileno. Los ganadores, la facción más extrema de la derecha, deberán demostrar capacidad de gobernabilidad. Negociación y acuerdos deberán incorporarse a una estrategia, que hasta el momento, ha desdeñado a quienes estén dispuestos a dialogar. El éxito del nuevo proceso constituyente chileno es vital para sus aspiraciones presidenciales. Para la otra derecha (Renovación Nacional, Unión Demócrata Independiente y Evópoli) la consigna es no caer en la tentación de subirse a la ola vencedora. El sector ha demostrado una capacidad negociadora relevante y consistente, que ha tenido costos electorales, pero que da cuenta de una responsabilidad imprescindible en el juego político. Para el Gobierno, el desafío debe centrase en la gestión. De no ser así, la distancia con la ciudadanía será cada vez mayor y de no haber resultados, ya sabemos cómo viene la mano. La cancha para los años que siguen está perfectamente abierta.
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