La ‘revolución de las niñas’ de un colegio de la élite de Santiago de Chile
Un caso de agresión grupal en el establecimiento jesuita San Ignacio El Bosque deriva en 12 denuncias de abuso sexual contra estudiantes, dos de ellos expulsados del colegio. “Lo que hicimos en coeducación fue insuficiente”, reconoce el capellán
El escándalo ocurrió en el primer recreo del viernes 31 de marzo pasado, en el colegio San Ignacio El Bosque, un establecimiento educativo privado de los jesuitas, uno de los favoritos de la élite de Santiago de Chile para educar a sus hijos. Unas 25 alumnas de séptimo y octavo básico —de entre 12 y 13 años— se manifestaron en contra de la diferencia entre los uniformes de chicas y chicos y la falta de espacios pensados para ellas. Las jóvenes pertenecen a la primera generación mixta en un establecimiento masculino que abrió en 1960 como sede del San Ignacio histórico, el del centro. Siendo niñas, ellas estrenaron el nuevo sistema en el primer curso de preescolar en 2013 y hoy, ya adolescentes, buscan abrir el camino de las que les siguen. La protesta, que consistió en incumplir la normativa sobre el vestuario con camisetas diferentes a las permitidas, no alteró mayormente la rutina escolar. La crisis se desató cuando regresaban a sus salas tras discutir el petitorio con tres autoridades académicas: un grupo de estudiantes de I y II medio —de entre 14 y 15 años— las abordó en un pasillo y, según ellas, las agredieron física y verbalmente.
Las imágenes de lo ocurrido fueron grabadas por algunas de las 50 cámaras de seguridad del colegio del municipio de Providencia, incautadas por la Fiscalía. En el establecimiento relatan que “la situación caótica” duró cuatro minutos y no permite conocer grandes detalles: se ven niños y niñas saltando, unos riendo y otras llorando. Las alumnas afectadas avisaron a sus padres de que habían sido abusadas y les pidieron que las recogieran. Otra avisó a su hermano mayor sobre los supuestos responsables y las autoridades escolares lo frenaron antes de que los golpeara. Uno de los padres llamó a Carabineros. Dos agentes entraron al recinto en busca de explicaciones —un hecho inédito en el San Ignacio—, pero salieron a la brevedad tras hablar con la dirección.
Los coletazos del escándalo continúan tres semanas después. 12 apoderados (como le llaman en Chile a los padres y madres de escolares) interpusieron denuncias de abuso sexual contra un número no identificado públicamente de estudiantes en una comisaría. La fiscal jefe de Género, Carolina Fuentes, que lidera la investigación, explica a El PAÍS que, al tratarse de menores de 18 años, lo primero que se hizo fue una evaluación a las alumnas involucradas por parte de las Unidades Regionales de Atención a las Víctimas y Testigos (URAVIT) y luego ella, en calidad de fiscal, les realizó una entrevista videograbada a cada una. Esta etapa está prácticamente lista, pero existen otras diligencias investigativas en curso que no pueden detallar. Los mayores de 14 que resulten responsables arriesgan ser imputados ante la justicia, aunque se guarda estricto silencio sobre si los hay.
La reacción sobre lo ocurrido trascendió a la comunidad escolar. El ministro de Educación del Gobierno de Gabriel Boric, Marco Antonio Ávila, ordenó una fiscalización al colegio para determinar si cumple con los protocolos de prevención exigidos. La ministra de la Mujer, Antonia Orellana, muy cercana al presidente, rechazó “profundamente” los hechos denunciados, al igual que organizaciones feministas. El colegio San Ignacio El Bosque, con colegiatura diferenciada —los padres pagan según sus ingresos, pero la mayoría pertenece a la clase alta— es recurrente en los listados de los establecimientos con mejores resultados académicos de Chile, lo que explica en parte la gran cobertura mediática que ha tenido el tema. Con un fuerte enfoque social, tiene la fama de ser un colegio católico, pero progresista.
“Las alumnas tienen razón”
El capellán del colegio, Rodrigo Poblete, es el jesuita de mayor rango en el establecimiento, cuya rectora es una mujer laica, Luz María Acle. Es la primera vez que habla de este asunto en un medio de comunicación y recibe este periódico en el mismo salón donde “se retuvo” a los alumnos acusados. El centro educativo suspendió a siete de ellos, de los cuales cinco regresaron a clase esta semana. La investigación interna del establecimiento concluyó que tres de los denunciados no participaron de lo ocurrido y los otros dos realizaron agresiones verbales. Los dos restantes fueron expulsados hace pocas horas, aunque podrán apelar a esta decisión en un plazo de 15 días. “Las alumnas piden dos cosas: más espacio, más participación. Dicen que es un colegio machista. Y cambiar el uniforme”, apunta Poblete. “En el fondo tienen razón. Este es un colegio tradicionalmente masculino. Y cuando van avanzando los cursos mixtos se juntan dos realidades distintas y la nueva empieza a empujar a la anterior. El colegio de alguna manera sabía que eso iba a ocurrir”, añade, reconociendo responsabilidad.
Ha sido un remezón fuerte en el colegio, donde madres y padres prefieren guardar silencio público, como la propia rectora. Desde los hechos del 31 de marzo, el San Ignacio El Bosque ha hecho acompañamiento psicológico a los involucrados, pero la rutina se ha enrarecido: los recreos y horas de comida de las generaciones de séptimo y octavo básico –las mixtas– ahora son en un horario diferenciado al de los de I y II medio, para evitar contacto. La medida es temporal, pero no existe fecha de normalización. Los alumnos que fueron suspendidos y nuevamente integrados ingresaron el primer día hora y media después que sus compañeros.
El caso de agresión ha provocado la indignación de los apoderados. Por un lado, los padres de las niñas de los cursos involucrados dicen que sus hijas se sienten inseguras en el colegio, “que lo vienen diciendo hace un tiempo atrás”, afirma Poblete. Por otro, parte de los padres de los alumnos de los dos últimos cursos masculinos afirman que sus hijos “están desprotegidos, que se sienten invisibilizados ante las niñas”. El colegio defiende que el año pasado realizaron una encuesta sobre coeducación de quinto a cuarto medio –entre los 10 y 17 años– y más del 70% dijo sentirse “muy satisfecho”, más de un 20% reclamaba que faltaba algo y apenas un 3% se sentía “súper disconforme”.
La división de los padres y madres
Jaime Bustos, de 43 años, es el presidente del centro de padres y madres del colegio y, como el capellán, por primera vez se refiere públicamente a lo ocurrido ante un medio de comunicación. Él y su esposa, con quien comparte el cargo, han atendido a los padres de los niños y niñas involucradas a través de encuentros comunitarios e individuales. Asegura que las posturas varían desde quienes piden la expulsión de los alumnos implicados hasta otros que solicitan instancias formativas y de acompañamiento. Todos comulgan en que el colegio sea transparente con los avances de la investigación y acciones concretas a partir de ahora. El centro educativo publica prácticamente a diario las medidas que se están adoptando para hacer frente a la crisis. “Estamos pidiendo el detalle de que lo están haciendo en coeducación, adaptación de actividades, planes de equidad de género”, describe Bustos.
El representante de los apoderados, que no quiere que se marque a una generación entera por lo ocurrido, plantea que el efecto pandemia contribuyó a la situación: las alumnas de las generaciones que se manifestaron se fueron siendo unas niñas y regresaron dos años después a las aulas convertidas en unas preadolescentes, dice Bustos, sin mencionar a los chicos que vivieron igual que sus compañeras de colegio la crisis sanitaria. Los padres y madres consultados para este reportaje descartaron participar, al igual que la rectora.
Si el colegio sabía que la relación entre los cursos mixtos y los masculinos iba a producir tensiones y los padres de las niñas vienen alertando “hace un tiempo atrás” que sus hijas se sienten inseguras, ¿qué hicieron para evitar lo ocurrido el 31 de marzo? El año pasado el colegio organizó una jornada entre los cursos mixtos y los masculinos, los cursos de 14 a 18 años. Participaron psicólogos, padres y madres, y levantaron ideas de cómo mejorar el establecimiento. “Se hizo algo al respecto. Hoy, mirándolo en perspectiva, fue insuficiente”, afirma Poblete sobre un hecho evidente dado lo que ocurrió el 31 de marzo y que sigue generando debate en la sociedad chilena, en un tema especialmente sensible hoy en día: la equidad entre hombres y mujeres.
“Violencia de género”
El capellán asegura que en los cursos mixtos no hay problemas de convivencia. El choque se produce con los adolescentes. “Ellos sienten que ya no son vistos, porque todo tiene que ver con las niñitas. No ven cursos mixtos, ven niñitas. Nos ha faltado expertise para generar una experiencia donde los cursos mixtos digan con orgullo que son la primera generación y los inmediatamente mayores digan con orgullo que cierran una etapa”, dice Poblete. El segundo semestre del año pasado el colegio contrató la asesoría de la Fundación Niñas Valientes, dedicada a promover la equidad de género en el proceso educativo. Su presidenta, la psicóloga Carla Ljubetic, afirma que han trabajado en orientar el proceso de transformación de la comunidad educativa hacia uno formativo, equitativo, inclusivo y libre de violencia.
Uno de los talleres pendientes es el de sensibilización a cursos sobre equidad de género y prevención de violencia que se impartirá de séptimo a II medio. Sobre lo ocurrido, Ljubetic lo califica como una “situación de violencia de género y es importante abordarla desde ese lugar”. Pero remarca que no hay que aislarlo del contexto social, donde existe un problema de violencia y desigualdad, aunque se trate de los alumnos más privilegiados del sistema escolar chileno.
Además del encuentro intergeneracional, Poblete añade que han ido formando a los profesores más antiguos para que cambien el vocabulario inclusivo —“algunos todavía no lo hacen”—, que abrieron un jardín especialmente para las alumnas (el recinto escolar cuenta con siete hectáreas) porque “no es todo canchas de fútbol”, que intervinieron los comedores y las temáticas en cursos de historia, por ejemplo, añadiendo a más mujeres protagonistas.
La generación de niñas y adolescentes chilenas del San Ignacio El Bosque es hija de las marchas feministas que estallaron en las calles en 2018 y que dio pie al nombre de “la nueva ola feminista chilena”. Sobre el poder de organización de las alumnas, el capellán explica que “como colegio, nos parece bien que las estudiantes absorban la realidad del exterior. Fomentamos el espíritu crítico, generamos diálogo y eso es muy tensionante”.
Pero los reclamos de las alumnas no son algo nuevo, ya había precedentes antes de que fueran atacadas por compañeros de colegios mayores que ellas, como denuncian. En noviembre del año pasado, una veintena de estudiantes le entregó una carta a la directora en las que, entre otras peticiones, mencionaban el tema de los uniformes. Cuando los alumnos pasan a sexto básico —11 años— ellos deben ir con chándal y ellas con falda. Y en gimnasia, ellos con pantalones cortos y ellas con calzas. Además, alegaban que las exigencias de cumplimiento eran más flexibles con los chicos que con las chicas. El Consejo Escolar decidió posponer la discusión para cuando ellas pasaran a la enseñanza media (el último ciclo de cuatro años, que hasta este año es solo masculino) y así participaran activamente del debate, ya que formarían parte del centro de alumnos y alumnas. Pero ellas consideraron que no era posible esperar para hacer escuchar su reclamo. La Fiscalía, en tanto, continúa con su investigación.
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