La baronesa dadá
Elsa von Freytag-Loringhoven fue seguramente la autora del Urinario de Marcel Duchamp, que con el tiempo pasó a ser considerado como una de las obras de arte más influyentes del siglo XX
Estoy segura, querido lector, de que ha oído hablar del Urinario de Marcel Duchamp, un simple urinario firmado R. Mutt que se presentó en la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York en 1917, siendo rechazado y que con el tiempo pasó a ser considerado como una de las obras de arte más influyentes del siglo XX. Era un ready made, es decir, un objeto cotidiano elevado a categoría de arte por la sola decisión del artista y su colocación en un entorno artístico. Pero últimamente se habla mucho de que su autor no fue Duchamp, sino una amiga suya, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven. Una carta de Duchamp a su hermana Suzanne escrita en 1917 (y publicada en 1982) no deja dudas al respecto: “Una de mis amigas, que utiliza un pseudónimo masculino, R. Mutt, me ha enviado un urinario de porcelana como escultura. Como no tiene nada de indecente, no hay razón para rechazarlo”, escribió Duchamp.
¿Pero quién era Elsa von Freytag-Loringhoven (1874-1927), de ascendencia polaca y que murió en la miseria? La que ha hecho o hará cambiar varias líneas en los manuales de la historia del arte del siglo XX solo empezó a ser reseñada en los años ochenta y noventa por los especialistas en dadaísmo. De hecho, fue la más dadá de todos los dadás, la más extravagante y heterodoxa, la más trágica y divertida de todo el grupo de Nueva York. Fue la que realmente llevó el arte a la vida, a la calle, o a sí misma, ya que la mayoría de los artistas dadás realizaban acciones casi siempre en locales públicos. “Tenía el cuerpo de un efebo griego”, dijeron de Elsa los artistas que la dibujaban, añadiendo que era especialmente fascinante dibujar su espalda, firme y musculosa como la de un chico. Elsa fue amiga de Berenice Abott, de Djuna Barnes y admirada por Hemingway, William Carlos Williams y Peggy Guggenheim, entre muchos otros.
Había nacido en 1874 en Swinemünde, una pintoresca localidad del mar Baltico, entonces bajo el Imperio Alemán y hoy ciudad polaca. Su padre, un rico propietario de magnética personalidad, era también “violento, generoso, cruel y vengativo”, según la descripción de su hija. Cuando tenía 18 años murió su madre y tras la llegada de una madrastra, Elsa escapó a Berlín a vivir con una tía, quien acabó echándola de casa, harta de la euforia libidinal y de las excentricidades de su sobrina. “Nunca he aprendido nada más que a divertirme”, dijo Elsa. Entonces se puso a trabajar en los tableaux vivants de los cabarets, en donde las chicas, vestidas con mallas que imitaban la desnudez, adquirían poses de esculturas antiguas. Tomó clases de pintura y de interpretación, atrapó la sífilis y tuvo dos primeros maridos, ambos importantes intelectuales: el primero fue August Endell, un arquitecto notable dentro del movimiento Art Nouveau , y el segundo fue un escritor y traductor amigo de éste, Félix Paul Greve, que bajo el nombre de Frederick Philip Grove llegaría a recibir varios premios literarios . El tercero fue el barón Freytag-Loringhen, con quien se instaló en 1913 en Nueva York viviendo a todo tren en el Ritz. Pero, declarada la primera Guerra Mundial, el barón volvió a Europa en donde fue hecho prisionero por el ejército francés y se suicidó, un gesto que “lo honraba” según Elsa, ya su exmujer, pero que adoptó el título de por vida.
Fue entonces cuando ella, que malvivía haciendo de modelo para artistas, conectó con el grupo dadá, especialmente con Marcel Duchamp de quien se hizo gran amiga. En estos años creó su personaje y lo que hoy llamaríamos sus performances. Un día fabricó un gran pene, en yeso, que mostraba a toda solterona que se le cruzara —precedente, por cierto, del mismo tipo de objeto fabricado por Louise Bourgeois muchos años más tarde—; paseaba por Manhattan con la cabeza rapada, que luego se pintó de bermellón, aunque no todo era por amor al arte: raparse también era un remedio contra la tiña, que seguramente Elsa atrapó en su propio apartamento, un pozo de suciedad y de animales domésticos. Varias veces la arrestaron por desnudez en la calle, que solo tapaba con una manta mejicana. Pero sin duda lo mejor de sus actuaciones eran sus atuendos: solía llevar todo tipo de cosas en su cabeza, como un casco de soldado francés —era muy francófila, siendo alemana— o un cubo cual sombrero y cucharas por pendientes. En lugar de sostenes llevaba dos latas de tomate chafadas y en medio, una jaulita con un canario vivo dentro. También solía “mejorar” sus vestidos con soldaditos de plomo, cochecitos o cajas de música, que solía robar en los grandes almacenes.
Escribió poesía en donde mezcló el sexo con la religión, y su verbo automático supera en osadía, según su biógrafa Irene Gammel , a sus coetáneas Gertrude Stein, Mina Loy o Djuna Barnes. Y luego están sus objets trouvés, que son coetáneos a los de Duchamp —sin duda más sofisticados— pero que sugieren, como mínimo, miradas cruzadas. Ornamento perdurable (1913) no es más que un aro de hierro encontrado en la calle; Dios (1917) es un trozo de cañería retorcido y con alusiones sexuales y Catedral (1918) es un trozo de madera de angulosas formas.
La baronesa murió sola y olvidada en París, en 1927, por intoxicación de gas, seguramente inducida por ella misma.
Victoria Combalia es escritora y crítica de arte
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