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MADRID ME MATA
Columna
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Como los aviones

Lo que más me gusta de los sueños es su capacidad de síntesis, cómo son capaces de reducir a una única imagen algo tan inmenso

Lluvia en Madrid
Lluvia en Madrid
Elvira Sastre

Hoy te he vuelto a ver. Paseabas por Gran Vía como el día aquel en el que te recogí en mis manos después de que un hombre te empujase sin querer hacia la carretera. La parte peatonal aún no se había ampliado y siempre te quejabas de que para la gente como tú, tan pequeña que cada vez que llega a un mostrador se tiene que poner de puntillas, era muy difícil hacerse paso. Yo me reía, pero por dentro pensaba el miedo que me daba que no fueras consciente de que, si quisieras, podrías colgar un cuadro del techo sin moverte del sofá. Tu conformismo siempre me asustó. Pero no es solo eso: es que me atemorizaba ver en ti a alguien que no eras, querer a alguien que no existía. Eso nos puede llevar a enamorarnos por error y de mentira. Y eso sí que es un verdadero suplicio.

Aquel día llovía como si se fuera acabar el mundo y parecía que abrías las aguas del océano que nunca ha existido en esta ciudad. En la calle únicamente estabais tú y las pocas personas que aún disfrutan mojándose bajo la lluvia. Y no me refiero a los que bailan: hablo de los que caminan, despacio, y vuelven a casa sin entender nada. Aquí en Madrid nadie se percata, pero las calles están llenas de locos, que no son sino personas fundamentalmente cuerdas capaces de desatarse sin que nadie los vea. Los envidio igual que he envidiado toda mi vida a la gente que te ha visto llorar porque yo nunca lo hice, y ese quizá sea uno de mis mayores errores.

El caso es que te abrías paso y ya está, nada más. Tu fuerza era tan poderosa que podía escucharla desde mi cama. Sonaba como el mar cuando no quiere que nadie se bañe. Lo que más me gusta de los sueños es su capacidad de síntesis, cómo son capaces de reducir a una única imagen algo tan inmenso. Los sueños son la poesía de los despiertos.

Sin embargo, esta vez la Gran Vía sí es peatonal. Por completo. No hay coches que corren como balas ni autobuses que avancen con la ternura de los elefantes ni taxis que se crucen como el niño que aprende a andar ni bicicletas que adelanten con el triunfo de lo insignificante. Hoy solo estás tú: una mujer que camina lento, como los aviones. Y quiero seguirte, o seguirla, ya no sé, y decirle que estoy aprendiendo a perderle el miedo a las carreteras, pero que necesito desesperadamente arrancarme de las manos este impulso de…

Y entonces me despierto. Y en mi cama solo existe Madrid y este frío que viene a recordarme que nada dura nunca lo que debería. Que esta ciudad algún día desaparecerá igual que lo hiciste tú y se quedará atrapada en mi cabeza, quizás en forma de avión o puede que de elefante, y que aunque ahora no quiera creerlo, algún día me daré cuenta de que eso es más que suficiente. Madrid me mata.

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