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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es la cultura, estúpido

El sintagma ‘ascensión social’ es un concepto de raigambre sociológica. Se asocia con el paso de un escalón social a otro más alto. Todos tuvimos en algún momento la oportunidad de observar este fenómeno de cerca

J. Ernesto Ayala-Dip
Pere Aragonès, Jéssica Albiach y Meritxell Budó, pactando los Presupuestos.
Pere Aragonès, Jéssica Albiach y Meritxell Budó, pactando los Presupuestos.Albert Garcia

La noche de los premios Gaudí, la presidenta del cine catalán, Isona Passola, pronunció un discurso lleno de realismo y sentido común, como hace mucho que no se escuchaba, además de una muy agradecida ausencia de proclamas épicas. Habló de un asunto que nos concierne a todos. No tuvo reparos en dirigirse directamente a los respectivos ministro y consejero de cultura que se hallaban presentes en la sala de butacas. Habló de la situación del cine y de los medios audiovisuales en Cataluña. Su diagnóstico fue desolador. El dinero que se destina en cultura en Cataluña es de 17 euros por persona (en España, son tres), mientras en el resto de Europa es de 300 euros. Y, al hilo de la deplorable situación de la industria audiovisual en Cataluña, habló de la cultura. Del papel de la cultura en la sociedad. Y remató su intervención diciendo algo que no suele subrayarse con el énfasis que merecería ser subrayado. La cultura también es motor de ascenso social. Esa mención me tocó la fibra. Me sentí aludido y se lo agradecí inmensamente desde mi sofá. Somos muchos en este mundo al que la cultura nos salvó, no tanto de la irrelevancia social, como de la más importante de todas, la humana.

El sintagma ascensión social es un concepto de raigambre sociológica. Se asocia sustancialmente con el paso de un escalón social bajo a otro más alto. Todos fuimos testigos de ello. Todos tuvimos en algún momento de nuestras vidas la oportunidad de observar este fenómeno de cerca. ¿Quién no conoció a un trabajador de Seat que tuvo un hijo que ahora es abogado? ¿O una enfermera que ahora su hija es médica? ¿O una trabajadora de la limpieza que tuvo una niña que ahora es enfermera (Enfermería es una carrera universitaria) especializada en UVI? Esa ascensión social se materializa en cosas concretas, materiales. Se gana más, se quiere viajar más, se alimenta mejor, se accede a viviendas más dignas, se valora más el ocio, etcétera. En una palabra, el que asciende socialmente vive menos alienado. O dicho de otra manera, su nueva alienación (que puede ser comprar ahora compulsivamente, viajar porque da prestigio o ir a restaurantes caros, etcétera) adquiere una dimensión menos urgente, con consecuencias psicológicamente mucho menos alienantes.

El dinero que se destina en cultura en Cataluña es de 17 euros por persona y en Europa 300, según Passola

Se suele hablar de la ascensión social como un premio al esfuerzo, contando ese esfuerzo personal con una batería de ayudas del estado que lo promueven y lo estimulan. Y no es menor el papel que juega en esta terminología otro concepto, la educación. Es evidente que la educación es un trampolín para el ascenso social de los hijos. Si un padre es albañil y su hijo cursa una formación de grado superior, es evidente que ese hijo habrá logrado escalar socialmente. ¿Pero ese mismo hijo de albañil, habrá logrado, a la vez, escalar culturalmente? Aquí radica la cuestión crucial a la que me parece que se refería en cierta manera Isona Passola, aunque yo matizaría que más que tratarse de un ascenso social mediante la cultura, se produciría un ascenso espiritual de las personas, incluso en aquellas que no hubiesen ascendido socialmente. Nunca olvidaré a ese camarero extremeño que trabajaba en un bar de la calle Aribau, a dos travesías de donde había nacido Carmen Laforet y a una de la Universidad de Barcelona. Julio trabajaba de ocho de la mañana a seis de la tarde. Un día le pregunté qué hacía cuando llegaba a casa, y cuando yo esperaba que me contestara que ver la tele, me dijo que se ponía a leer. Ya había leído a casi todos los autores del Boom y cuando yo lo conocí, a principios de los años setenta, estaba con La oscura historia de la prima Montse, de Juan Marsé.

Con motivo del acuerdo firmado, en los últimos días, para presentar los presupuestos de la Generalitat, cada uno de representantes de los partidos firmantes acudió a la cita con los periodistas, radiantes de alegría por los acuerdos logrados. Me llamó poderosamente la atención que ninguno de ellos hizo mención del incremento de la partida en cultura (37,1 millones de euros, es decir, un 14,2% más que en 2017). Los portavoces de cada partido hicieron hincapié en los incrementos en salud, educación, universidades, economía productiva, Mossos, bomberos y crisis climática. Pero ninguno, ninguno, hizo la más mínima mención a los incrementos en cultura. Como si tener acceso a leer a Joan Margarit, ver La hija del ladrón o escuchar una cantata de Bach, no fuera crucial para nuestro espíritu, ascendamos o no de categoría social.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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