Del vuelo de Ícaro al despegue de Brahms
Estreno de Gómez-Chao Porta, junto a obras de Poulenc y Brahms, en los conciertos de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia
La Orquesta Sinfónica de Galicia ha celebrado sus conciertos de abono de viernes y sábado con un programa compuesto por sol, quizás, o nada (sic, con minúscula inicial), de Hugo Gómez-Chao Porta (n.1995); el Concierto para dos pianos y orquesta de Francis Poulenc (1899 - 1963) y la Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68 de Johannes Brahms (1833 - 1897).
La obra de Gómez-Chao responde al encargo de la Fundación SGAE y la AEOS (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas). También al crecimiento de un autor de 24 años cuya obra de cámara ya ha sido dada a conocer, entre otras ocasiones, por las dos ediciones del Festival de Música Contemporánea RESIS que él mismo fundó y dirige en A Coruña, su ciudad.
La obra sol, quizás, o nada nació, en palabras de su autor en una entrevista previa al estreno, como “aquello que no podía oír pero que imaginaba como la aparición de un fantasma, la encarnación o la resurrección de la carne”. Es obra escrita para grandes masas sonoras, una gran orquesta sinfónica con una percusión bastante reforzada, tanto con instrumentos tradicionales como con objetos que son meros productores de ruido.
Los sonidos graves aportan una cierto clima de profundidad y la obra aparece como un todo episódico-alternante, dejando una especie de sensación de inconexión entre sus secciones o episodios. Los muchos divisi en las secciones de cuerda hacen aparecer el sonido de la obra más como algo confuso que como un caos tendente al orden; y ello pese a algún unísono al final de la obra en los metales graves.
Toda la composición tiene una notable dificultad de ejecución, que la Orquesta Sinfónica de Galicia superó con creces. No en vano es un grupo largamente bregado en la interpretación de obras de sonidos extremos -desde Stravinski a nuestros días- y estrenos de obras insertas en todo tipo de estéticas. Por su parte, Otto Tausk supo conducir la obra con talento en el concierto del viernes y con una notable dosis de mano izquierda a lo largo del trabajo en los ensayos de la semana.
El título sol, quizás, o nada ha venido a sustituir al inicialmente anunciado, Ícaro, el nombre de un personaje mitológico bien conocido, sobre todo por su final. Ya saben: usando las alas de plumas, hilos y cera proporcionadas por Dédalo, su padre, pretendió volar más alto de lo debido y, fundida la cera por querer volar demasiado alto, las alas perdieron sus plumas muriendo Ícaro en la caída. La imprudencia se paga.
El Concierto para dos pianos de Poulenc, que cerraba la primera parte del concierto aportó a esta una dosis de ligereza y transparencia equilibrante y necesaria. La obra expone un claro homenaje y, como la de todo joven, muestra también las influencias recibidas por el autor. El primero salta al oído de cualquier buen aficionado como tributo del músico francés a Mozart, con la cita de su Concierto para piano nº 21. En cuanto a influencias, tenemos la bien conocida del sonido del gamelán indonesio, con esos sonidos elegantemente percutivos de los pianos en el primer movimiento, y la del jazz; esta, presente en tantos músicos de inicios del s. XX.
La versión de Lucas y Arthur Jussen fue soberbia. Su fluidez, riqueza tímbrica y ligereza muestran una altísima técnica. Pero lo que hizo enorme su interpretación fue su fraseo y una combinación en las dosis más precisas y proporcionadas de poesía (el segundo movimiento tan jazzístico como mozartiano), humor y delicada levedad.
El acompañamiento de Tausk y la Sinfónica tuvo todos los elementos necesarios para que la versión en su conjunto fuera de auténtica referencia. Los hermanos Jussen respondieron a la gran ovación con una paráfrasis de Igor Roma sobre la Sinfonía nº 40 de Mozart. Una lógica consecuencia de su interpretación de la obra de Poulenc, su humor y su poesía.
Tras el descanso, una sólida versión de la Primera de Brahms que vino a confirmar la capacidad de adaptación de la Sinfónica a estilos tan diferentes como los de las tres obras interpretadas. La hondura del Un poco sostenuto introductorio y la densidad del Allegro -aquí sí podemos hablar de esta como cualidad de la música-, fueron, como el fraseo, plenamente brahmsianos; si bien pudo faltar un cierto punto de emoción.
El segundo, Andante sostenuto, mostró el conocido empaste de las cuerdas de la Sinfónica –a destacar, el color y dicción de las violas-. Y una vez más, la calidad de sus solistas: el oboe de Casey Hill y la flauta de Claudia Walker More en este movimiento. Taambién la trompa de Nicolás Gómez Naval -soberbia siempre en su lectura-, el clarinete de Iván Marín, el fagot de Steve Harriswangler y a lo largo de toda la obra el timbal a cargo de José Belmonte. El fraseo y la regulación dinámica del Un poco allegretto e grazioso y la lógica en la sucesión de temas y climas del cuarto culminaron una versión más que correcta.
Tras el concierto, se confirma una noticia de esas que quienes seguimos de cerca a la OSG no nos gustaría dar ni recibir: Diego Zecharíes ha pedido una excedencia y, al menos por un año, nos veremos privados de su mucho buen hacer dentro y fuera de la orquesta.
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