La ‘troupe’ de Manel Dueso
'Pensem, (Pausa). A la merda!', en el 'off' de la Villarroel, es un colorido divertimento cargado de ironía y de crítica que hace malabares con el lenguaje
Al fondo del escenario hay unas estanterías repletas de cosas. Cosas, sí, objetos. La mayoría, inútiles. Todas, sin embargo, jugarán su papel en la función. Dos tipos (Miquel Malirach y Manel Dueso) vestidos con prendas chillonas: calcetines de coloridos cuadros, sombreros extravagantes, chaquetas cantonas y corbata corta, también estridente. Y, a un lado, una mujer (Carme González), muy floreada ella también. Van a contar cosas durante una hora y media que va a pasar volando.
Y van a ir a su bola. Desordenadamente, hablan. De todo lo criticable y de más. Ahora son Mat y Met; luego, la Loli y la Lali... Y, en cualquier momento, parecen Wladimir y Estragón esperando a... a alguien; y la mujer, de repente, está feliz, como Winnie... Dueso proclama que no solo bebe de su admirado Beckett, también lo hace de Pinter, de Ionesco, de Calders... Y de Tip y Coll, de Gila, de Pepe Isbert... Y yo aún diría más: los personajes, a ratos, parecen los Hernández y Fernández.
Dueso ha montado un juego escénico arriesgado del que sale airoso a base de humor, imaginación y... mala leche. Mucho más que clowns, los personajes son auténticos cómicos, capaces de defender un texto que hace malabares con la ironía y la crítica, desmenuzando temas aparentemente sueltos pero que están unidos por la cotidianeidad. Porque la situación del Mediterráneo, con esos peces y esos cuerpos muertos; o el planteamiento ineludible en estos días (o semanas, o meses, o... ¡años!) que corren sobre si somos una nación o qué somos; o las pensiones doradas; o la ingenuidad de las mentes infantiles (y adultas, claro)... Todas son cuestiones que vemos, oímos y mamamos en nuestro día a día. Y todas nos tienen hartos.
La troupe de Dueso no se muerde la lengua. Pertrechada de todo un attrezzo surrealista (quizá por ser realista) reflexiona y hace reflexionar; piensa y hace pensar; se ríe y hace reír. Y, sobre todo, entre carcajada y carcajada, se toma en serio todo lo que dice. Es la regla número uno del humor: ser algo serio. El espectáculo, por encima de las estridencias visuales y gestuales, tiene una sensibilidad y una ternura que lo autorizan a no dejar títere con cabeza.
Dueso saca todo el provecho del mundo del absurdo, tan en la línea de Beckett, por mucho que el marco escénico esté en las antípodas. Y, ante la evidente imposibilidad de hacer un mundo mejor, se conforma con reírse de sí mismo (otro gran lema del humor llamado inteligente) para vivir un poco mejor. El enrevesado título del espectáculo, en realidad, lo dice todo: pensemos, tomémonos una pausa, no nos precipitemos porque lo que vemos no tenga gracia y... ¡A la mierda! El último guiño de la obra, tal vez, estaba en el principio de todo, en el título. Era para el cómico, para Fernándo Fernán Gómez, claro.
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