El jardinero que lleva 30 años siendo el rey Baltasar
Fausto Tomos es el rey mago de Alcorcón desde 1987: "La ilusión de los niños me hace feliz"
Todas las navidades, desde el año 1987, Fausto Tomos deja de ser Fausto Tomos para convertirse en Baltasar. “Esta semana rubrico: Baltasar, Rey. Para vosotros y para los niños, niñas, abuelas y abuelos de este mundo de todos”, escribe días antes de poner rumbo a Alcorcón desde Oriente Medio. El viaje es muy largo, explicará a los niños que esperan conocerle el día 5, pero merece la pena por ver la ilusión de aquellos que van a verle. Como cada año, durante tres horas recorrerá las calles de la ciudad madrileña ataviado con su traje regio: botas y pantalones bombachos dorados, capa fluorescente y un gorro.
Durante la cabalgata, que comenzará a las 18.00 en Avenida de la Libertad y terminará en Plaza de España, Baltasar bailará sin parar y subirá a los niños en su carroza sin perder la energía: “Los niños son los amos de la casa en Navidades y un rey no puede cansarse”, asegura. Ni la lluvia ni la nieve que ha caído algún año le ha afectado: "La ilusión de los niños me hace feliz".
Hace 33 años, a Tomos le concedieron el trono mágico a través de su puesto como jardinero del Ayuntamiento de Alcorcón. Se lo propuso un concejal y no dudó ni un momento: “Así no tenemos que pintarte”, recuerda que le dijo. En Madrid, rememora, había “cuatro o cinco negros, [el cantante] Antonio Machín, [el futbolista] Miguel Jonas, [el boxeador] José Legrá, y alguno más”. Tanto adultos como niños le miraban con extrañeza en esa época. “¿Es verdad que Baltasar es negro?”, llegó a preguntarle un chiquillo antes de frotarle la mano. “Hoy en día no tiene sentido poner a un blanco y pintarle. No me parece racista, me parece una estupidez, porque en todos los municipios de España hay un negro, y sino en el pueblo de al lado”, opina Tomos.
“Usted ha sido mi rey”, le han dicho por la calle cuando le reconocen los niños alcorconeros ya crecidos. Su espíritu mágico y su implicación han hecho de él una institución en la ciudad y su casa, en el distrito de Arganzuela de Madrid, se ha convertido en un memorial de la infancia y de la navidad de los vecinos. Baltasar guarda las cartas que han recogido durante años sus pajes, “los carteros mayores de los reyes”. “Me siguen emocionando, sobre todo cuando escriben que quieren regalos para todos los niños del mundo”, reconoce. También colecciona chupetes: “Cuando los hijos no quieren dejarlo, los padres les piden que me lo entreguen para que yo lo atesore. Si preguntan, les dicen que el chupete lo tiene Baltasar, y así consiguen que lo olviden”. Conserva asimismo los puros que cada enero le entrega una señora en Plaza de España. “No sé por qué, yo ni fumo”, cuenta.
El guineano, a sus 71 años, se mete tanto en el papel que asegura que esta crónica sagrada es más creíble que la bomba atómica: “Baltasar viene de Abisinia [antiguo Imperio etíope] y se encontró con Melchor y Gaspar porque los tres iban a ofrecer a Jesús lo que traían de sus tierras: oro, mirra e incienso. Se juntaron más por ser magos que por ser reyes y conocían la alquimia antes que Newton”, explica.
Tomos llegó a España desde Guinea Ecuatorial en el año 1965 (antes de que dejara de ser un colonia española en 1968), vivió dos años en Aranda de Duero (Burgos) y se trasladó a la capital. No recuerda quién era su rey favorito de pequeño ni podría elegir entre Melchor y Gaspar. “Los dos son encantadores”, garantiza. Hoy, ya jubilado, se encuentra inmerso en una investigación independiente sobre España, Portugal y la época colonial del país donde nació.
En tres décadas, desde su carroza, ha visto crecer al municipio del sur de la Comunidad de Madrid y a su población: “Ya no se extrañan por ver a un negro y los niños tienen más desparpajo, ya no les tienen que empujar los padres como antes”. Entre todos esos cambios, hay un hito en la ciudad que le hace especial ilusión estas navidades: acompañará a la primera alcaldesa mujer de la historia de Alcorcón, Natalia de Andrés. Pero Baltasar sabe que los más pequeños espabilan cada vez antes: “El mundo ya no guarda secretos”.
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