El anciano fallecido en un contenedor de basura era el abuelo del muerto por un kamikaze
El hombre sufrió un ataque al corazón cuando trató de recuperar una bolsa de basura que había echado en el contenedor equivocado. Su intención era reciclar
–Pepa, no me quedo tranquilo. He echado la basura donde no debía.
–José Mari, déjalo. No le des más vueltas.
El hombre fue incapaz de dejarlo ir. José María San Martín, un jubilado de 79 años, estaba desde hace años muy concienciado con el reciclaje. La suya no era una fiebre pasajera. "Hay que dejar un mundo mejor a nuestros hijos", solía decir. Así que se volvió a echar a la calle, pese a que este domingo pasado llovía y hacía frío. Media hora antes había lanzado la bolsa al cubo mientras paseaba a su perra yorkshire, Perla. Al volver a casa y repasar sus actos algo no terminaba de cuadrarle. De repente, cayó en la cuenta de que había echado la bolsa en el lugar equivocado. Bajó a deshacer el error.
Al ver que no regresaba después de un buen rato, Pepa fue tras sus pasos. En la calle se encontró con varios coches de la policía y un cadáver tapado en el suelo. "Estoy buscando a mi marido", les dijo Pepa Martín. La policía le pidió la documentación de su marido y ella subió a casa a por su DNI, en el barrio de Valdebernardo, en Madrid. Cuando se lo enseñó a los agentes, se dieron cuenta de que se trataba del hombre que acababa de morir.
Los policías le explicaron lo que había sucedido: su marido había fallecido, probablemente de un infarto, al intentar cambiar de contenedor la bolsa de basura que había echado con anterioridad. Ni se quedó atrapado ni las piernas le colgaban en el aire, como se ha difundido. Sencillamente, la muerte le tocó en el hombro cuando se asomó al interior del contenedor.
José María era un jubilado de una empresa española dedicada a la fabricación y montaje de equipos de conmutación y aparatos telefónicos que ya no existe. Al día siguiente del accidente cumplía 80 años. "80 castañas", le había dicho horas antes a una de sus hijas. Llevaba unos meses muy afectado por el fallecimiento de su nieto, Víctor López, de 20 años de edad, quien se encontró con un vehículo en dirección contraria, conducido por un kamikaze, el pasado 15 de septiembre. El conductor está en prisión acusado de un homicidio a la espera de juicio. El caso tuvo un gran repercusión porque durante los primeros días el causante de la muerte de Víctor quedó en libertad con cargos, hasta que un segundo juez, diferente al que instruyó la causa en un primer momento, agarró el caso por la conmoción que causaron los detalles del accidente. Desde entonces, la familia recoge firmas en change.org para endurecer las penas "para actos criminales al volante". Casi 150.000 personas han firmado por ahora la iniciativa.
No era la primera vez que una tragedia golpeaba a esta familia. Apenas nueve meses antes, un hermano de Víctor, Roberto, también murió. Pepa y José Mari perdieron así dos nietos en menos de un año. Creyentes, cantantes en el coro de la iglesia, el matrimonio se fue una semana a un lugar apartado de Galicia. Fue su forma de recogerse y poner en cuestión su fe por la muerte repentina de dos de sus nietos.
El cadáver del hombre fue incinerado ayer en la catedral de la Almudena a las 11.30. El viernes se celebrará una misa funeral en su parroquia, San Gregorio Magno, donde era muy querido y apreciado. El matrimonio colaboraba en Cáritas y a menudo participaba en retiros espirituales que organizaba la parroquia. Tampoco dudaban en peregrinar por lugares santos para el catolicismo.
El destino quiso que este martes, dos días después de la muerte del abuelo, los dos nietos fueran homenajeados en Rivas Vaciamadrid, donde vivían. El alcalde, Pedro del Cura, participó en el acto con los familiares, que plantaron un árbol y levantaron un monolito donde se lee: "Que lo que más quieres no te falte". Esa frase la llevaba tatuada Roberto y al morir, su hermano Víctor se la esculpió en la espalda debajo de un dibujo del árbol de la vida. Poco después, un conductor en dirección contraria se lo llevó por delante cuando el muchacho, de 19 años, se dirigía de madrugada a su nuevo empleo como carnicero en un supermercado Carrefour. Era su tercer día en el puesto.
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