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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del tres por ciento a Putin

Es evidente que, con el aval de las soluciones que se consideran puras porque están al servicio de la Cataluña ideal, un perímetro de impunidad ha beneficiado a los protagonistas del 'procés'

Jordi Pujol en la salida de la Audiencia Nacional en 2016.
Jordi Pujol en la salida de la Audiencia Nacional en 2016.JAIME VILLANUEVA

El procés ha representado tanta confusión y tanta fumistería que casi ni hemos retenido en la memoria episodios de corrupción intensiva y otros delitos graves, como si toda la trama independentista hubiese sido el pretexto para circunscribir a la España depredadora buena parte de la podredumbre política que ha campado en parte de la Cataluña épica. Asuntos de tanto calado para la ética pública como los negocios de la dinastía Pujol o las mil y una pruebas sobre la exacerbación del tres por ciento nos parecen cosa de un pasado remoto, alejadas del presente por las hogueras de los CDR o la apelación al sacrificio que hace el presidente de la Generalitat, mientras Junts per Catalunya y ERC se descuartizan entre bastidores.

Si algún día la política catalana recupera un sentido razonable, divisaremos algunos destrozos morales. El peor elemento es la desconfianza pero no es menor la insalubridad de algunas franjas de la marea independentista. En la mayoría de las instituciones, desde el Parlamento autonómico a TV3, el velo ha quedado rasgado. El soberanismo ha intentado patrimonializarlo todo, incluso la cultura y la lengua catalanas. Hay algo indecente en ese expolio. En un mundo incentivado genéricamente por los intereses y no por las virtudes, la acumulación de malversaciones va a generar un mayor descrédito de la política. Hará falta un back to basics aunque, en política, conviene desconfiar de los alardes de virtuosidad tanto como del cinismo excesivo. Hay casos ejemplares de grandeza austera. Cuando Pompidou llega al Palacio del Elíseo, descubre un contador de electricidad en la vivienda privada, modesta, que ocupaba antes el matrimonio De Gaulle. En cuanto fuese consumo privado, De Gaulle pagaba la electricidad de su bolsillo.

Evidentemente, hay corrupción y clientelismo en todas partes. La sentencia de los ERE es aplastante y no es previsible la desaparición del clientelismo y del populismo que corrompen al convertir la política en una máquina tragaperras que consume dinero público ilícitamente, bajo la ficción de ofrecer asistencia benevolente al ciudadano. En realidad, es comprar votos con el dinero de todos. El gobierno elegido por el pueblo se convierte en un elemento de distorsión a la hora de las decisiones públicas. En el caso de las tropelías específicas que se han concretado en la Cataluña soberanista, se da un factor añadido: todo se hacía por una causa esencialista, para hacer posible el destino de la nación irredenta. Lo significativo es que haya cundido tan fácilmente la picaresca, tanto confiar en que nadie se daría cuenta porque la ciudadanía estaba entregada a la grandeza posible de una Cataluña sojuzgada. Algo equiparable, en otra dimensión, ocurre cuando la política se pone al servicio de una utopía.

Al echar la vista atrás, es evidente que, con el aval de las soluciones que se consideran puras porque están al servicio de la Cataluña ideal, un perímetro de impunidad ha beneficiado a quienes iban convirtiéndose en los protagonistas del procés. Unos practican el atraco institucional, otros buscan la complicidad de Putin y, en general, de esa derecha iliberal que hace tan solo unos días hubiese sido considerada como algo imposible en Cataluña. En esta trama internacional todavía queda mucho por aclarar. Entremezclada con las gentes de buena voluntad que creyeron y creen en una Cataluña independentista, la prevaricación cundió, como van constatando los jueces. Suponer la inevitabilidad histórica de la secesión garantizó para algunos una conducta no pocas veces impune, aunque una y otra vez hayan desacatado las leyes. Estas cosas tienen un precio. De una parte, puede ser la debida sanción al transgresor, pero a la vez añade a los costes económicos e institucionales del procés un desgaste de la moral cívica, fraccionada, dividida, alterada.

Gustavo Zagrebelsky define la democracia crítica como un régimen inquieto, circunspecto, que desconfía de sí mismo, siempre dispuesto a reconocer sus propios errores, a volver a ponerse en discusión, a volver a comenzar desde el principio. Concretamente, la situación política de Cataluña se caracteriza por una falta extremada de autocrítica. ¿Cuántas cosas no se han hecho bien? Hay errores en todos los frentes pero la erosión del orden constitucional ha sido la exclusiva de quienes creyeron que el procés era una ilusión al alcance. Mientras tanto, algunos metían mano en la caja. El independentismo irá a más o a menos pero su contaminación moral por parte de compañeros de viaje corruptos ya le ha causado un daño irreversible.

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