El debate real, mal que le pese a Carrizosa
La pugna política real, hoy por hoy, está entre Junts per Catalunya y Esquerra, y el resto de grupos son la pared de una pista de squash a la que cada jugador lanza la pelota para ver si el rival es capaz de devolverla
Uno de los momentos más histriónicos de ese golpe histriónico que fue el 23-F es la aparición de Manuel Fraga levantándose de su escaño y abriéndose la americana al grito de “dispárenme si se atreven” o algo parecido. El gesto tiene su explicación: los golpistas se habían llevado a una sala aparte a los principales líderes políticos y a él se lo habían olvidado, no lo habían ni amenazado ni nada: no contaba. Coalición Democrática, el nombre de entonces de su fuerza política, tenía diez diputados.
A veces, las actuaciones muy teatrales responden a la necesidad de ocupar o recuperar la zona de los focos. Son un grito de “¡Miradme! ¡Quiero ser importante!” Bueno, por eso las llamamos “teatrales”.
Pensé en ese Fraga de 1981 al ver la intervención de ayer de Carlos Carrizosa. El portavoz de Ciudadanos en el Parlament se marcó una andanada contra Quim Torra a cuenta de los varios y variopintos casos de corrupción —presuntos por supuesto— que afectan al entorno convergente, neoconvergente o posconvergente. No entro en el contenido de la denuncia, pero la efervescencia del tono, y el mismo hecho de que Carrizosa hablara en lugar de hacerlo la presidenta del grupo, Lorena Roldán, sugiere un ansia de llamar la atención en un momento difícil para el partido. Y ciertamente, por unos minutos, el portavoz de C’s logró unos planos del realizador. Incluso se ganó una bronca del presidente del Parlament por su poco meditada —quiero pensar, llámenme ingenuo— alusión a la diputada Aurora Madaula por casos que afectan a su compañero Agustí Colominas.
Fue un breve entremés, un interludio que no sacó a Ciudadanos del papel secundario que representa hoy en día. Con la agravante de que no tiene diez diputados, sino 36. En Cataluña, digo.
La pugna política real, hoy por hoy, está entre Junts per Catalunya y Esquerra, y el resto de grupos son la pared de una pista de squash a la que cada jugador lanza la pelota para ver si el rival es capaz de devolverla. Ayer, por ejemplo, Quim Torra le dijo esto al socialista Miquel Iceta: “Hablar de Gobierno a Gobierno significa que el presidente del Estado habla con el presidente de Cataluña y llama, ¿eh?, sobre todo le llama.” Bueno, pues el destinatario real no era Iceta, Torra se estaba dirigiendo a la persona que tenía a su espalda. El vicepresidente Pere Aragonès, voz principal de ERC, acababa de decir en una entrevista que para hablar con el Gobierno central no era imprescindible que se sentara Torra a la mesa. Tan claro quiso dejarle las cosas a Aragonès que insistió una vez más en que un diálogo serio y con contenido “pasa por un diálogo de Gobierno a Gobierno, en que los presidentes de los Gobiernos se reúnen”.
Tres veces “gobierno” en una sola frase: cuando alguien de estilo literario tan depurado como Torra cae en esta repetición cacofónica es que anda muy preocupado. No me sorprende: el cruce de plazos políticos y judiciales puede dejarlo fuera de juego: si el diálogo entre gobiernos se aleja en el tiempo, puede llegar antes una posible sentencia inhabilitadora. Y una cosa es que Torra asumiera la investidura proclamando insistentemente su carácter provisional y vicario, y otra que le tomen la palabra los demás.
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