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“Bruno Lomas era un prodigio que se atrevía con todo y salía bien parado”

La talla artística del cantante valenciano es reivindicada por Vicente Fabuel en un nuevo libro

Portada de un disco de Bruno Lomas.
Portada de un disco de Bruno Lomas.

Más allá de topicazos y estereotipos, Bruno Lomas (de nombre real Emilio Baldoví: Xàtiva, 1940 – Pobla de Farnals, 1990) fue mucho más que un intérprete portentoso y un animal de escenario: fue un pionero y un diestro compositor, en una época en la que el rock español se nutría principalmente de versiones de los referentes norteamericanos de la segunda mitad de los cincuenta. Lo dice Vicente Fabuel, veterano cronista y copropietario – desde hace unas cuantas décadas – de Oldies, una de las tiendas más veteranas de la ciudad de Valencia, en las páginas de su libro Bruno Lomas. Tú me añorarás (Milenio, 2019), recién salido del horno, bautizado con el nombre de unas de sus mejores composiciones.

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“Es un pionero que en el año 1960 ya hace rock and roll puro y con un sonido que no se daba en la Europa de entonces, y el hecho de que se le permitiera componer sus propias canciones era insólito”, comenta Fabuel, aunque el malogrado músico valenciano “se lo ganara todo de una forma autodidacta, quizá inconsciente, porque él mismo decía que componía solo por tener una guitarra a mano”. Así de instintivo, de aparentemente casual, era todo en la carrera de este rockero de raza, cuyas aptitudes para somatizar diferentes lenguajes no se limitaban a las enseñanzas de Elvis Presley, Chuck Berry o Gene Vincent, porque su versatilidad también le permitía abordar pop, soul, rock, yeyé o música italiana, como si tal cosa. Siempre con su personal sello distintivo, rezumando pasión y entrega. Ni siquiera algo tan aparentemente distante como la bossa nova tenía secretos para él: “Ningún rockero podía cantar bossa nova así, incluso cuando cuando Frank Sinatra fue a grabar con Antonio Carlos Jobim, este le decía que no corriera tanto, ¡nada menos que a Sinatra!, pero Bruno era un prodigio que se atrevía con todo y salía bien parado”, remacha su último biógrafo.

El libro de Fabuel no solo recorre con total ecuanimidad las diferentes etapas de la trayectoria del rockero valenciano por antonomasia, uno de los granes mitos del género también a nivel estatal y europeo, sino que evoca un recorrido por la Valencia de finales de los años cincuenta, el entramado de decenas de locales consagrados al burlesque, al bolero, al jazz, a los ritmos latinos, al swing, a la exotica y esa sicalipsis tan autóctona, todos ellos dando vida al antiguo barrio de Sant Francesc, cerca de la actual Plaza del Ayuntamiento ¿Una Valencia desconocida para las generaciones más jóvenes? “Siempre miramos con ojos lastimeros a la sociedad inmediatamente anterior, pero aunque la de la segunda mitad de los cincuenta era una sociedad franquista, no podemos obviar que fue la época dorada para los músicos valencianos”, argumenta Fabuel, lejos de la idea de que “aquello fuera un patatal”. Una Valencia, la que bullía luego a lo largo de los años sesenta –hasta que el rock se intelectualizó y adquirió ínfulas conceptuales– en la que no era raro ver a Johnny Hallyday o a Vince Taylor actuando en sus carpas falleras, en noches en las que “hasta 30 grupos de rock podían coincidir en una misma noche en la ciudad”. Incluso calles como la de La Paz o la Gran Vía quedaban inmortalizadas en algunas de las canciones con firma de Bruno Lomas, junto a locales ya desaparecidos como el Whisky A Go-Go.

El músico, tras su primera etapa al frente de Los Milos, vivió luego uno de sus momentos cumbre cuando actuó con su posterior banda, Los Rockeros, en el Teatro Olympia de París en 1964, en un evento compartiendo cartel con Stevie Wonder, Dionne Warwick y The Shirelles. Parte del público esperaba encontrarse con castañuelas y palmas flamencas, y se topó con un torbellino de rock and roll. Luego llegó su primer álbum, también pionero porque fue el primero grabado íntegramente en directo del rock español (Canta en directo, 1967), en el Teatro Calderón de Barcelona, y una reconversión en crooner –al estilo Tom Jones, dice el libro- que le alejó de su base inicial de fans. Empezó a toparse con cierta incomprensión: “La EMI le rescinde el contrato porque lo suyo era una traición al espíritu rocker, pero es el mismo dilema por el que pasaron Gene Vincent o Elvis Presley, que no tenían capacidad generacional para adaptarse ni a Dylan ni a la psicodelia ni a ninguna de las nuevas corrientes en boga”, admite Vicente Fabuel, quien revela que, “a pesar de que Bruno tenía muchísimo gusto como consumidor, una cosa es admirar algo y otra es atreverte a competir con algo que sabes que no es lo tuyo”. La comparación – odiosa pero inevitable – con Miguel Ríos, está servida, porque el granadino “sí se adaptó, por contra, hasta hacerse hippie y luego nuevaolero”. Tampoco tuvo suerte “ni con sus managers ni con sus decisiones profesionales a partir del 67 o 68”. Pero Fabuel, pese al declive en el que se vio inmerso Bruno Lomas en los años ochenta, propenso a dejarse liar en recitales decadentes, invita a relativizar las cosas y no caer en el socorrido malditismo, porque “¿quién recuerda los últimos años de Elvis, que fueron también un absoluto declive?”.

Aficionado a coleccionar pistolas y unos coches que conducía a velocidad poco recomendable –llegó a tener más de veinte– , Bruno Lomas no dejó de ser una estrella atípica, muy aferrada a su tierra, pese a haber tenido que vivir siempre a caballo entre Valencia y los que eran los dos grandes focos de la industria, Madrid (en donde ofreció sus conciertos más célebres) y Barcelona (donde estaba su sello, EMI). Fue una luminaria de andar por casa, confirma Vicente Fabuel, quien considera que “se sentía un rey en Valencia, y no tenía una ambición musical desmedida”.

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Un camión en la A-7

La muerte le pilló en la carretera, cuando chocó contra un camión estacionado en la A-7, a la altura de Albuixech. Era 1990. Y cercenó de cuajo, tristemente, una carrera que justo en ese momento avistaba repunte: “Se mató en el momento en que tenía dos motivos grandes para reengancharse: por fin un disco nuevo, con gente como José Luis Macías, de Glamour, con material nuevo –Seguridad Social ya lo habían rescatado en 1988 con Todo por el aire– , y unos meses antes una actuación en Madrid ante miles de personas que le rindieron pleitesía”. Justo en el momento en el que el olvido al que había quedado confinado (tanto por parte de la progresía y la modernidad ochentera como por parte de una derecha que tampoco le reivindicó: había actuado en 1977 en un festival de Fuerza Nueva en el Teatre Principal que fue “un fiasco, algo terrible”) parecía en vías de disiparse. Hoy en día hubiera lucido estupendamente en festivales con señuelos vintage como Sonorama, por donde ya pasaron sus amigos del Dúo Dinámico.

Fue un personaje único. ¿Paralelismos? Los hay, pero Vicente Fabuel considera, y no por simple nostalgia, que no estaban a su altura: “Estaba Lorenzo Santamaría, estaba Miguel Ríos, que tampoco llegaba a su genialidad cuando era Mike Ríos, y también José Barranco de Los Estudiantes (de donde salió Fernando Arbex, luego en Los Brincos) y dos rockers maños como Chico Valento y Rocky Kan, que eran estupendos, pero estaban muy alejados de su nivel”, remata. Bruno Lomas era un rocker que también cantaba estupendamente soul, pero tras alcanzar su cima a finales de los sesenta, “apenas se le permitió madurar”. Y, sobre todo, lo que le singulariza es la intensidad del vínculo emocional que trabó con sus seguidores: “Nino Bravo, Camilo Sesto o Juan Camacho tienen más fans, sin duda, pero en Bruno Lomas encontramos a alguien que deja una huella sentimental más profunda, y que deja una gran añoranza”.

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