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“En esta sociedad vamos a tope con todo: o fracasamos o lo petamos”

Javier Vázquez, propietario de O’Pazo de Lugo y La Caníbal y fundador de Tapapiés

Sergio C. Fanjul
Javier Vázquez, en su restaurante O'Pazo de Lugo.
Javier Vázquez, en su restaurante O'Pazo de Lugo.Laura P. Merino

Javier Vázquez, madrileño de 44 años, es un tipo del barrio. Propietario del restaurante gallego O’Pazo de Lugo y de su nueva hermana evolucionada, La Caníbal, e hijo del dueño del mascarón de proa de la zona: el Portomarín. Durante seis años fue presidente de la Asociación de Comerciantes de Lavapiés, que aglutina a unas 200 pequeñas empresas. Durante esos años puso en marcha proyectos que hoy son de máxima popularidad, como Tapapiés, que dura hasta el próximo domingo y ya es como unas fiestas populares del barrio. Un agosto en otoño para los hosteleros. 

Nueve ediciones de Tapapiés.

Récords de tapas

Tapapiés va bien, demasiado bien. “El problema es que a veces nos vemos desbordados por la demanda y no podemos atender a la gente como nos gustaría. Estamos en una sociedad en la que vamos a tope con todo. O fracasamos o lo petamos: no hay término medio”, dice Vázquez. En el Portomarín su padre ha llegado a vender 3.800 tapas. Él, unas 1.800.

Estamos en un punto completamente distinto: en la asociación antes nos planteábamos cómo atraer a la gente al barrio. En la oficina de turismo de Atocha le decían a la gente que no viniese hacia este lado: durante mucho tiempo las noticias que salían del barrio eran navajazos, reyertas. Ahora la imagen de Lavapiés es totalmente distinta.

¿En qué situación se encuentran los pequeños comerciantes del barrio?

Siempre tienen problemas y siempre necesitan ayuda. Más los comerciantes que los hosteleros: tienen una gran competencia en los centros comerciales y en Amazon. La gente es muy de venir a los bares, pero luego compra en otros sitios. Trabajamos en darles visibilidad.

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Hay mucha hostelería gallega y asturiana en Madrid.

Fueron oleadas de emigrantes de los años setenta y ochenta, y montaron bares. Gente de aldeas y pueblos, sin estudios, que entraban a trabajar en el negocio de un familiar y de ahí ya…. Había pocas oportunidades en aquella Galicia rural, donde además heredaba solo el hijo mayor.

Estos bares tradicionales están desapareciendo.

Todo evoluciona muy rápido. El que tiene algo muy llamativo o especializado sobrevive. Luego está el cambio sucesorio: las nuevas generaciones no siguen con los bares porque se ha dado la imagen de ser un trabajo muy sacrificado. Había que estudiar para no acabar en el bar.

Pero es que es sacrificado, ¿no?

Sí, es sacrificado, pero también gratificante. Además, la gente que está abriendo bares ahora viene de fuera del sector y busca generar un concepto y gestionarlo, no estar tras la barra de sol a sol y aguantar al último bolinga hasta las tantas.

¿Ya no quedan parroquianos?

Eso es triste… Los bares antes eran como centros sociales. Ahora son como discotecas, sitios de moda donde dejarse ver. Se busca ese ambiente de estar pasándolo bien. El bar tradicional ofrece un determinado producto, pero también una extensión de la propia casa. No se salía tanto a cenar por ahí. Pero que no haya parroquianos es cosa de los clientes, no de los hosteleros.

¿Se crió usted en el barrio?

Me tiraba todo el fin de semana por el bar. Me enviaban a hacer recados y los camareros me iban a recoger al colegio por semana. O incluso los clientes.

¿Cómo era Lavapiés?

Tremendamente distinto: barrio, barrio, barrio. Todo el mundo se conocía. Siempre ha sido un barrio modesto, de trabajadores, no era bohemio como ahora. Las viviendas son pequeñas, nunca será un barrio de lujo, como máximo un barrio de moda. Aunque mucha gente piensa que es venir aquí y triunfar, pero hay muchos negocios que tienen que cerrar.

El mesonero era el que aglutinaba a la gente, un personaje relevante de la comunidad.

Nosotros seguimos teniendo clientela de toda la vida. Pero se ha perdido el hábito de tomar el vermú antes de comer, echar la siesta y volver a trabajar. Ahora solo se hace los fines de semana. Antes el bar cubría una necesidad, ahora es puro ocio. Buscamos algo que nos divierta.

¿La turistificación es un problema?

Es un arma de doble filo, porque puede perderse el barrio: cada vez hay menos vecinos. El comercio tiene un gravísimo problema y la solución no es el turismo, y no sabemos cuál es: hay que adaptarse. El problema es que al final, más tarde o más temprano, todo se termina adaptando a donde viene el dinero. Si el dinero viene de los turistas... ¿Y si los turistas dejan de venir?

¿Tiene usted mucha clientela turística?

Aquí tenemos cada vez más, hasta un 20%. Pero recuerdo cuando no venía ni uno solo. Esto es el centro de Madrid, tenemos los museos alrededor, la Puerta del Sol está cerca, estamos en medio de todo. Es inevitable que esto termine invadido de turistas. Estamos rodeados.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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