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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que nos jugamos con la jugada de Sánchez

Si el PSOE depende del PP o de Ciudadanos para gobernar, las reformas que espera el electorado progresista no podrán aplicarse

Milagros Pérez Oliva
Pedro Sánchez, en un acto de precampaña el miércoles en Barcelona.
Pedro Sánchez, en un acto de precampaña el miércoles en Barcelona. Massimiliano Minocri

Cuando falta menos de un mes para que se celebren las nuevas elecciones legislativas, la inquietud se ha instalado en Ferraz sobre los posibles resultados. Las últimas encuestas señalan una serie de tendencias preocupantes para Pedro Sánchez. Cuando decidió ir a elecciones la perspectiva era que podían ganar por lo menos 10 diputados y, con un poco de suerte, algunos más. No contaban con que los demás actores no iban a quedarse quietos y Pablo Casado ha protagonizado un espectacular giro al centro que le está dando resultados. Del mismo modo que las elecciones andaluzas influyeron en las siguientes generales movilizando al electorado progresista al hacer verosímil una alianza de las derechas, los catastróficos efectos que tuvo la dispersión del voto entre PP, Ciudadanos y Vox van a influir ahora en electorado de la derecha. Con la repetición electoral Sánchez les ha regalado la oportunidad de rectificar y concentrar el voto.

La tendencia que dibujan las encuestas es que el PP sigue en ascenso mientras que el PSOE va perdiendo la ventaja que tenía cuando se convocaron las elecciones. Falta todavía mucho para que se abran las urnas, y dada la volatilidad que caracteriza estos tiempos, nada es seguro. Pero de momento el PSOE tiene motivos para estar inquieto. El batacazo que pronostican para Ciudadanos puede dejar a Sánchez sin el aliado deseado si Rivera no obtiene suficientes diputados para completar una mayoría de gobierno. Sánchez quedaría en manos del PP. Se plantearían entonces tres posibilidades: un Gobierno de gran coalición PP-PSOE, poco probable; un pacto de legislatura o un simple apoyo puntual que permita la investidura. El muy oportuno encuentro entre Felipe González y Mariano Rajoy ha puesto esta posibilidad sobre el tablero político. Pero eso tendría consecuencias. Para el PSOE y para el país.

La jugada de Sánchez pretendía un reforzamiento del PSOE como partido hegemónico de la izquierda y, como consecuencia, también del bipartidismo. Si con esta operación los dos partidos del establishment se sacan de encima a los de la nueva política, la convocatoria electoral quedará a sus ojos más que justificada. Pero además de riesgos electorales, la estrategia de Sánchez puede tener costes a largo plazo. Uno de los problemas que tenía el PSOE, y que le llevaron a un declive electoral sin precedentes, era precisamente el de ser percibido como un partido del stato quo. El proceso de actualización del ideario emprendido por Alfredo Pérez Rubalcaba había alumbrado excelentes textos programáticos pero, como lamentaba uno de los dirigentes que más había contribuido, resultaba muy frustrante el poco efecto que se lograba: el PSOE no tenía credibilidad. Se había instalado la idea de que no hacía lo que hacía y que una vez instalado en el Gobierno, el programa no contaba.

En su azarosa lucha por hacerse con el control del partido, Sánchez había logrado algo muy importante: volver a tener credibilidad como partido de izquierdas. En realidad, había adoptado esa estrategia como respuesta a la amenaza que representaba el súbito ascenso de Podemos. El sorpasso era una posibilidad y la respuesta de Sánchez fue un giro a la izquierda que las bases apoyaron con entusiasmo. Las mismas bases que la noche de la victoria electoral del 28 de abril le gritaban “con Rivera no”.

Las carambolas de la política hicieron que en la moción de censura contra Rajoy las demás fuerzas progresistas le regalaran la investidura sin contrapartidas. En el año que ha gobernado, Sánchez ha podido hacer gestos y mostrar políticas destinadas a reforzar el perfil del PSOE como partido de izquierdas capaz de resucitar y renovar el ideario socialdemócrata. El nombramiento de Teresa Ribera como titular del nuevo ministerio de Transición Ecológica era una potente señal. La ministra no defraudó a quienes desde el ecologismo habían saludado su nombramiento. Otros gestos, como la exhumación de Franco, la subida del salario mínimo o la ley de la eutanasia enviaban señales en la misma dirección.

Todo eso es lo que ahora está en juego. ¿En qué quedará todo ese programa si después de las elecciones depende de Ciudadanos o del PP? Dos asuntos serán la prueba del algodón de la credibilidad del viraje a la izquierda: embridar una transición energética capaz de imponerse sobre intereses económicos muy poderosos y consolidados, y revertir la catastrófica reforma laboral del PP, que lejos de acabar con la dualidad del mercado de trabajo, ha propiciado niveles de precariedad insoportables. La credibilidad del PSOE como partido de izquierdas vuelve a estar en juego y con ella la esperanza de la España progresista de que puedan hacerse reformas de calado para asegurar el Estado de Bienestar y garantizar una mayor justicia social. Si vuelve a defraudar, tal vez no tenga una nueva oportunidad.

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