Menos arte y más verdad
Robert Frank, que fotografió tierras hispánicas entre 1949 y 1958, deja un legado documental que espera renovación
Era la divisa de Robert Frank, el fotógrafo que murió la semana pasada a los 94 años, una vida larga y bien vivida a la manera de su divisa: menos arte y más verdad. No era muy conocido para el gran público, más bien es un 'desconocido célebre', ha escrito uno de sus comentaristas, pero su defunción no le ha ahorrado inciensos. Desde luego su legado y su actitud vital y fotográfica lo merecen. ¿En qué consistió todo eso? Breve: todos hacemos fotos como Robert Frank, lo sepamos o no. Otra cosa es si las hacemos según su divisa, ese es otro cantar. Pero no cabe duda de que nos liberó del enfoque nítido, el encuadre geométrico, la luz siempre adecuada, la foto estática y bien compuesta, invitando a desbordar el cuadro y a cazar la vida y su intensidad, renovando la instantánea a base de vivir la escena dentro de ella.
Lo que pronto comprendió es que todo eso podía ser un manierismo más. Fue una intuición profética, pues la tuvo cuando no era imaginable la imagen digital, casi incluso antes del vídeo, al que luego se dedicó. Esa prevención es algo que las cámaras digitales, los móviles y las redes, los selfis y los insta(gram) no hacen si no confirmar sin contemplaciones. Queda esperar.
Sus fotos son inseparables de su forma de vivirlas al hacerlas, claro, pero también después. Cómo enseñarlas, cómo relacionarte con el negocio
Esperar que las cosas den un vuelco. No tanto un regreso a la imagen analógica de la cámara previa a la digital y los móviles, eso no cabe pensarlo ni merece la pena desearlo, sino un vuelco, un buen meneo: ‘menos arte y más verdad’. Menos artificio y más verdad. Menos propaganda y más verdad.
Un tumbo como el que él mismo imprimió a la foto documental de los años cincuenta y que lo cambió todo. Hasta entonces, tras la guerra, en la dura posguerra, en términos generales primaba la foto documental armónica y bien intencionada, la de la exposición La familia del hombre de 1955 en el MoMA de Nueva York, comisariada por uno de los grandes, Edward Steichen, director entonces del departamento de fotografía de este museo que regiría el arte contemporáneo desde entonces. Mientras tanto, Robert Frank retrataba unos Estados Unidos oscuros, desenfocados, perdidos en la masa, gentes tras banderas que no dejaban ver sus rostros, blancos y negros desorientados, adolescentes turbios, mujeres secretas.
Su libro resultante Los americanos (1959) casi no se podía leer, no se comprendía cómo estaba armado, por qué unas fotos seguían a las otras. No lo pudo publicar allí y finalmente salió en París, con un montaje y una cubierta propios del editor, no del fotógrafo. Cuando por fin logró la edición americana lo prologó Jack Kerouac. El narrador andante, on the road, como lo había sido el autor de las fotos para hacerlas, escribió entonces que Robert Frank te muestra un jukebox, una máquina de discos de bar, que puede ser tan triste como un cementerio.
Vivió unos meses en el Cabanyal valenciano y también recorrió Barcelona, Sevilla, Andratx, entre 1949 y 1958
Con todo, Robert Frank no se acaba ahí. Sus fotos son inseparables de su forma de vivirlas al hacerlas, claro, pero también después. Cómo enseñarlas, cómo relacionarte con el negocio. Hace casi treinta años, en 1990, donó la mayor parte de su legado a la National Gallery de Washington, con un contrato insobornable: nadie podrá comercializar sus fotos. “Sé que tras mi muerte un gentío saldrá de sus conejeras e irán a ver a mi esposa diciendo: ‘Tenga 10.000 dólares. A cambio, editaremos postales, carteles, pósters, etc' No quiero que esto me suceda. No quiero que se comercialice mi obra, que vayan a revolver mis planchas de contactos para publicar Los americanos tomo II o las Hojas muertas según Robert Frank, todas esas burradas del mundo de la foto. Por eso he dado mis negativos a la National Gallery, pero con un contrato muy preciso y restrictivo. He querido evitar cualquier 'extensión' de mi obra. He seleccionado las imágenes que componen los Americanos de los años 50; las he revelado; y basta. Es esencial que el público vea lo que el mismo fotógrafo ha escogido por sí mismo”, declaró en una entrevista a Le Monde entonces.
Y, sobre todo, un agradecido recuerdo para el Robert Frank que antes y después de ser el autor de lo que los Estados Unidos no querían ver de sí mismos trabajó por aquí. Vivió unos meses en el Cabanyal valenciano y también recorrió Barcelona, Sevilla, Andratx, entre 1949 y 1958. La foto de este artículo, Bicicleta, es de Valencia en 1949. Traduce su relación con lo visto y vivido: un ciclista bien vestido y con cartera y gafas negras se aleja en medio de un páramo y deja atrás a las gentes sencillas (¿a las que ha ido a cobrar?) en un espacio vacío, muy vacío, que Robert Frank transmite así, con su misma poética cruda.
Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.
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