Carlos y los Pérez de Rozas
Sin las tres generaciones de la saga no puede explicarse el periodismo y la fotografía barcelonesa de los últimos cien años
El súbito fallecimiento de Carlos Pérez de Rozas hace unos pocos días —¡malditas muertes de amigos en agosto!— nos da pie para evocar no sólo su irrepetible personalidad sino también la de una saga familiar de tres generaciones de fotoperiodistas. Sin ellos no puede explicarse el periodismo y la fotografía barcelonesa de los últimos cien años.
El fundador y patriarca fue Carlos Pérez de Rozas Masdeu, que empezó su actividad como periodista en la Barcelona de principios de los años veinte. De familia republicana lerrouxista, se dio a conocer sobre todo como gran reportero gráfico ya en los años treinta, durante la guerra civil y en la postguerra hasta su repentina muerte en 1954, el día de la llegada del Semíramis al puerto de Barcelona, en el que volvían repatriados desde Rusia varios centenares de antiguos miembros de la División Azul. Aquél fue un gran acontecimiento en Barcelona y en España. Cómo no, allí estaba para testificarlo el abuelo Pérez de Rozas antes de caer fulminado por un infarto de miocardio.
La muerte súbita del gran fotógrafo, además de la llegada del buque, fueron las grandes noticias del día siguiente. Pero el patriarca ya tenía descendencia, sus hijos Carlos y Kike empezaban a ser muy conocidos fotógrafos en la Barcelona de la época y otro hijo, Manolo, ejercía de técnico del revelado de las fotos en una ala de la mítica casa familiar, situada en la Ronda Universitat, muy cerca del histórico edificio de La Vanguardia en la calle Pelayo.
A Carlos y a Kike, dos hermanos físicamente muy distintos, te los tropezabas en todos los acontecimientos ciudadanos
A Carlos y a Kike, dos hermanos físicamente muy distintos, te los tropezabas en todos los acontecimientos ciudadanos, tanto relevantes como menores. En todo caso, el negro mostacho de Carlos y el aire juvenil de Kike, los dos siempre con la Leica al hombro, no podían faltar junto a las porterías de los campos del Barcelona y del Español, a la espera de captar el supremo instante del remate a gol. Los Pérez de Rozas han sido una familia de trabajadores infatigables.
En este ambiente familiar de periodismo, fotografía y obsesión por el trabajo, Carlos no podía estudiar otra cosa que periodismo. En aquellos tiempos, a mediados los sesenta, sólo había tres centros donde cursarlo: la escuela oficial del Ministerio de Información en Madrid, la facultad de la Universidad de Navarra y la escuela católica del CIFC en Barcelona. Carlos estudió en esta última y formó parte de una promoción especialmente brillante: Antonio Franco, Xavier Batalla y Margot Riviere, entre otros muchos, fueron sus grandes referentes y amigos. Pero aparte de familia y escuela, el joven Carlos completó su formación en la revista Destino, donde entró muy joven, a los 22 años, y allí tuvo la suerte de encontrarse con Néstor Luján, director de la revista, una personalidad excepcional que le influyó decisivamente.
Su entrada en Destino fue debida a que un tío suyo, Manolo Ribes, casado con una Pérez de Rozas, hermana de su padre, le recomendó para ocupar el cargo de secretario de redacción que estaba vacante. Ribes, además de joyero, era el director de publicidad de la revista, muy influyente en todas las decisiones empresariales de la misma, un personaje muy listo, aún más simpático, gran amigo de Néstor y de una profunda humanidad. Confió en su sobrino y acertó: Carlos dejó de ser un buen aprendiz de fotoperiodista que continuaba la tradición familiar para convertirse progresivamente en lo que después llegó a ser: un maestro del periodismo visual, más allá de lo que entonces se denominaba compaginación, un periodismo futurista alejado del viejo periodismo.
Titulares, destacados, fotos, ubicación en página, colores: de la simple letra impresa a la rápida visualización. También en aquel ambiente conoció a Paco Noy, que más tarde fue director de La Vanguardia: Carlos contribuyó a rediseñarla en profundidad hace más de treinta años y aún dura.
De Néstor Luján y de otros personajes de Destino, como Ricardo Vivó, entonces compaginador de la revista, Carlos aprendió mucho desde el punto de vista técnico pero quizás todavía más desde el humano. Néstor tenía una personalidad desbordante: humor, inteligencia, conocimientos, ironía mordaz, incluso mala uva dentro de un generoso sentido de la amistad. Todos los demás eran, como mínimo, personas cultas, educadas y tolerantes. El contagioso entusiasmo, la simpatía, capacidad de trabajo y poderosa carcajada de Carlos, se empezaron a forjar entre su familia y Destino. Después puso él todo lo demás.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.