Los Visitantes aún están aquí
Más que alegoría de las dictaduras, ‘V’ fue una gran serie de aventuras
Cuando empezaron a emitir V, Invasión extraterrestre yo apenas tenía idea de la dictadura de Franco, personaje a quien entonces debía imaginar penando en el trocito de infierno que le había reservado la Historia. Así que ya me disculparán, pero nunca entendí aquella serie como alegoría de los totalitarismos, ni fui capaz de detectar defensa (ni derrota) alguna del buen periodismo o una crítica al techo de cristal, roto sobre todo en el bando de los malos. Para mí aquello era una reconfortante serie de aventuras, razón más que suficiente para llegar puntual al sofá que compartí sábado sí y otro también con uno de mis hermanos. Desde aquella cómoda posición dimos la bienvenida a las 31 naves espaciales que, de improviso, sin avisar, aparecieron sobre tantas capitales del mundo y en nuestro comedor.
Ya después, entre semana, compartiría con mis amigos de clase esto y lo otro del capítulo semanal, a menudo justo antes de regresar a las clases de la tarde, en un ambiente en el que se entremezclaban los olores de cuero y de goma de calzado con el de la comida que llegaba de una trastienda. Era lo que llamábamos el Zapatero, donde dos personas mayores nos servían golosinas vendidas a pela con sus dedos ennegrecidos y delantales de cuero mientras nosotros aprovechábamos para echar un vistazo a las revistas a la venta pinzadas sobre unos cordeles. En aquel escaparate no faltaron nunca la SuperPop o la TeleIndiscreta de turno, con las portadas con personajes de aquella serie de TVE-1 como reclamo. Ni Donovan ni Juliet, abanderados de la buena causa en la serie, ni Diana ni Lydia, las malas, faltaron en los adhesivos incluidos en aquellos números. V era mucho más de lo que se emitía por televisión.
El susto de la lengua bífida
1. Año de estreno y origen. 1983, en Estados Unidos. A España llegó en 1985.
2. Actor/actriz protagonista. Marc Singer (Mike Donovan) y Jane Badler (Diana).
3. Edad que tenías cuando la veías y con quién la veías. Tenía diez años cuando empecé a verla y la compartí con mi hermano Óscar.
4. La mejor escena que recuerdas. No sé si la mejor, pero sí una que no he olvidado: el nacimiento de Elizabeth, un bebé que parecía muy normal hasta que le dio por mostrar su lengua bífida en el quirófano.
5. Qué serie estás viendo ahora. La tercera temporada de El Cuento de la Criada.
Me ofendería que no conocieran el argumento de la serie de mi vida, pero por si acaso: una manada de alienígenas —lagartos, para más señas, con una coraza que les asemeja a los humanos— se presentan de improviso en la Tierra. A su llegada aseguran que solo les interesa un producto químico para llevarlo a su planeta, pero lo cierto es que lo que pretenden es el agua y la carne humana. Son capaces de convertir la forma de pensar y de actuar de los humanos en unas máquinas conversoras y tienen a los gobiernos de todo el mundo de su parte. Solo un grupo selecto de ciudadanos (liderados por un reportero, una científica, un abogado, un joven apuesto y un delincuente común) están dispuestos a jugarse la vida contra la invasión y el pensamiento único. Son la Resistencia.
La historia nos regaló una secuencia que bien podría formar parte de la memoria televisiva de los últimos del baby boom, como la explosión del Challenger o la flecha de Rebollo en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Es la escena en la que la mala de Diana engullía un ratón marrón de dimensiones considerables. Y eso que su producción dejaba bastante que desear: ese corte con el que la actriz es sustituida por una máscara de goma con una boca increíblemente inmensa por la que presuntamente engulle el roedor. Pero su emisión, además de desentrañar la trama de V, marcó una época y se convirtió en el símbolo de la serie para asco de muchos.
A mí, ni esa imagen ni aquellos dedos del zapatero con mis gominolas —alguna con forma de rata cayó— me generaron tanto asco como lo que llegó después. Corría ya la segunda temporada y, entre tanta ocupación extraterrestre, se habían producido algunos escarceos entre humanos y alienígenas. El roce hace el cariño y con tanto arrumaco Robin quedó encinta (no sé si yo adivinaba entonces cómo). El mensaje tenía buenas intenciones: mestizaje interplanetario. Hasta que llegó la hora del parto. Salió la criatura y todo era felicidad. “Es una niña. ¡Es preciosa!”, clamaba la científica que profesaba de doctora. Hasta que de la boca de aquel bebé —también algo cauchutado— apareció una lengua bífida que nunca más y empezaron los gritos en el quirófano y en el comedor de mi casa. Ni el monstruo que salió instantes después del vientre de la madre —gemelos— fue más chocante. Y acabó el capítulo.
La serie nos regaló una escena para siempre, Diana engullendo un ratón
Una semana después volvería a la cita sabatina de las 19.00. Seguía sin querer perderme a los héroes de la Resistencia y supongo que observaba con una cándida sonrisa el papel de Willie, entrañable Visitante —lo recuerdo el más torpe de todos— que se había unido a los salvadores del mundo libre. Me encandilaban los imperfectos movimientos de aquellas naves espaciales disparando ráfagas láser con direcciones ilógicas e intentaba retener cualquier escena que discurriera dentro de una nave especial a la búsqueda del más mínimo detalle. Creía que me estaban avanzando el futuro.
No recordaba cómo acababa la serie, si habían vencido los buenos o los malos. Leo en Wikipedia que la producción concluyó por sorpresa, sin resolver algo que parecería clave. A mí no me cabe duda de que los Visitantes llegaron para quedarse.
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