Salvemos al insecto, matemos al mapache
El cambio climático, con sequías y olas de calor constantes, daña seriamente la fauna, amenazada también por especies alóctonas introducidas por el ser humano
Bicho bueno, bicho malo. La vida animal al final se resume en eso. Y es que ha sido tal la acción del ser humano en la naturaleza, cambio climático mediante, que las administraciones han acabado dividiendo a las especies animales en dos tipos: las que hay que salvar y las que hay que matar. Las altas temperaturas, la sequía y las olas de calor a lo largo de las últimas décadas han encendido la alerta de los expertos. Basta un ejemplo: de los 73 tipos de mariposas diurnas ya han desaparecido ocho en la Comunidad de Madrid. Y otras tantas están en peligro de seguir el mismo camino. “No nos damos cuenta de la importancia de los insectos. Si desaparecieran, en seis meses desaparecería la Tierra”, augura José González Granados, ingeniero técnico forestal y botánico del Parque Regional del Sureste de Madrid. Pero el desequilibrio del ecosistema no solo está provocado por la desaparición de algunas especies. También por el aumento desmesurado de otras. ¿Qué hacen campando por la región madrileña especies alóctonas como el mapache, la cotorra argentina o el visón americano?
La acción irresponsable del ser humano ha provocado la sobrepoblación de algunos animales y los ha convertido en víctimas y verdugos. El mapache, por ejemplo, de origen americano y detectado en España por primera vez en 2001 tras ser adquirido como mascota, no tiene depredadores en libertad y se ha reproducido a la velocidad del rayo. Consecuencias: un quebradero de cabeza —más— para los agricultores madrileños, que se quejaron de nuevo hace dos semanas de los destrozos que ocasionan en sus huertos: “Hay que capturarlos y retirarlos, no queda otra”.
Nacer de una especie o de otra, por tanto, puede ser una bendición o una condena para un animal. Aunque poco a poco, el grupo de los bendecidos se va reduciendo: los que no son perseguidos por ser considerados “dañinos”, sufren las consecuencias directas del cambio climático.
No hay más que pasear por el Parque Nacional de Guadarrama: un área protegida de 33.960 hectáreas de las que el 64% pertenecen a Madrid y el 36% restante a Segovia, con un valor incalculable. Ríos de montaña, extensos bosques y húmedos prados de diente y siega, salpicados de bosquetes. Un paisaje extraordinario que con el paso del tiempo se difumina a causa de la diversidad de su fauna, que ha empezado a caer en picado: poblaciones de ciertos vertebrados como el sapo partero, la rana patilarga, el tritón jaspeado, la lagartija roquera, la lagartija carpetana, el lagarto verdinegro, el halcón abejero, la tarabilla norteña, el bisbita arbóreo, el ruiseñor pechiazul, la musaraña enana o el topillo campesino. Todas ellas viven en una especie de olla a presión. Cada vez más asfixiadas. Animales que antes eran comunes, ahora se han convertido en singulares. Y con el tiempo, en historia.
“Muchas especies ocupan en Peñalara, por ejemplo, un piso altitudinal ya elevado y, si se dan las condiciones adecuadas, como vientos favorables para las semillas de las aves, corredores de biodiversidad y conectividad con hábitats propicios próximos… no desaparecerán, se trasladarán de altitud huyendo de las altas temperaturas”, explica Juan Vielva, del Centro de Investigación, seguimiento y evaluación del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. “Otro caso es el de los anfibios, de movimientos lentos y de piel desnuda, que les afecta cualquier cambio global, y entonces mueren. Por eso son los animales más amenazados del mundo y mueren muchas especies al año”, remata.
Según los expertos, se espera que el aumento de temperaturas sea cada vez más acusado en parques de alta montaña como el de la Sierra de Guadarrama. Desde la década de los 70 y de los 80, la temperatura media anual en la estación meteorológica del Puerto de Navacerrada ha aumentado en torno a 1,8 grados. Más calor y menos lluvia.
“Ahora hay menos precipitaciones, por lo tanto, menos agua, y hay menos fauna acuática. Las zonas húmedas son un valor, son espacios que hay que tener cuidado con ellos porque los procesos de metamorfosis de determinados anfibios se han acortado bastante porque se han agotado los estanques y las lagunas”, explica Luis del Olmo, director general de medioambiente de la Comunidad de Madrid. Además, en las especies de sangre fría, como la lagartija roquera, “los períodos de invernada actuaban antes en época de letargo, ahora muchas despiertan de ese letargo cuando no toca”, por lo que cambia su ciclo vital.
Del agua, al aire. El vuelo de las mariposas también emboba cada vez más a los expertos, pero no solo por su belleza sino por sus cambios de comportamiento, y lo que eso significa. Los últimos datos publicados de un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos apuntan a un desplazamiento de las comunidades de estos insectos hacia altitudes mayores —aproximadamente ascienden unos 160 metros— en la sierra del Guadarrama como respuesta al calentamiento de la tierra. Pero la elevación de las poblaciones de mariposas ha provocado un desfase altitudinal (y fenológico) con algunas de sus plantas nutricias. Por ejemplo, los datos de 2016 de la Sierra de Guadarrama indican que hay un fuerte aumento en la abundancia de nidos de la mariposa de la ortiga con altitudes mayores ya que ahora las zonas más altas de la sierra son más favorables para la reproducción. Sin embargo, la abundancia de la planta hospedadora no sigue este patrón. Se trasladan las mariposas, pero no sus plantas: razón por la que muchas están condenadas a desaparecer.
“Los insectos son los animales con más éxito sobre la Tierra, pero a la vez los más sensibles a cualquier cambio que afecte al medio natural en el que se desenvuelven. La enorme diversidad de especies diferentes que reúnen —más del 50% de todos los seres vivos conocidos, incluidos animales y vegetales, son insectos—, les proporciona una especial relevancia en el reino animal, por lo que desempeñan un papel esencial en todos y cada uno de los ecosistemas del planeta”, explica González Granados. El mayor beneficio que prestan, continúa, es su encomiable labor de mantener el equilibrio necesario en cada ambiente y, sobre todo, el sostenimiento de las cadenas alimenticias —de otros animales— y la polinización vegetal.
Otro dato: varios estudios publicados alertaron de una caída estacional del 76% de la población de insectos voladores de 63 reservas naturales del noroeste de Alemania. “En la Comunidad de Madrid hay datos alarmantes desde el punto cuantitativo y cualitativo, con valores cercanos a los dados por los alemanes. Los valores no andarán muy lejos, seguro que algo más de la mitad, del 50%”, asegura González Granados.
Y es que la región madrileña dispone de datos concluyentes sobre la disminución del número de mariposas en una de las reservas naturales más emblemáticas de Europa: El Regajal -Mar de Ontígola, situada en Aranjuez. Durante más de tres décadas, varios expertos han realizado diferentes trabajos de investigación que han dado como resultado la publicación de cinco tomos de la obra Mariposas y sus biotopos de la Reserva Natural El Regajal -Mar de Ontígola, uno de los estudios europeos más completos sobre lepidópteros publicados hasta la fecha en el ámbito científico.
Y las conclusiones no dejan la menor duda: el cambio climático es devastador, pero no solo por el peligro de extinción de algunas de sus especies, sino por la aparición de otras en espacios naturales a los que no pertenecen, un cambio que se ha hecho especialmente notorio desde 1984. “Se ha constatado, por ejemplo, la presencia de la mariposa tigre, a las que la suavización del clima ha traído hasta los alrededores de Aranjuez, una mariposa que hasta hace poco sólo se podía encontrar en zonas de costa. Ahora han elegido el interior para vivir. Todo un serio aviso de que las condiciones meteorológicas están cambiando”.
Ver una mariposa tigre en un terreno al que no pertenece puede parecer un problema insignificante. Pero es un síntoma más. Otras especies de lepidópteros, como es el caso de las procesionarias del pino, colonizan pinares de alta montaña donde hace años las bajas temperaturas hacían imposible que pudiesen vivir. Eso ya se ha comprobado en el Pirineo Aragonés, donde hasta hace poco nunca se habían localizado.
Pero no todos los males de los animales son consecuencia del cambio climático. La irresponsabilidad del ser humano de forma directa ha provocado también otro desequilibrio en el ecosistema que preocupa, y mucho. La Comunidad de Madrid ha catalogado algunas especies alóctonas que hay que erradicar por el daño que causan a las autóctonas o incluso al mismo ser humano: la cotorra argentina, el galápago de florida, el visón americano, el cangrejo rojo o el mapache son algunas de ellas. En su mayoría, animales que no pertenecen a este ecosistema y que se han asentado ayudadas por manos “amigas”.
“La cotorra argentina fundamentalmente llegó porque se escaparon de una jaula o porque alguien las soltó después de tenerlas como mascotas. Son aves muy inteligentes, con una capacidad de colonización tremenda, aguantan fácilmente los inviernos extremos y son un peligro para nuestras especies”, explica Del Olmo. La primera constancia de esta ave en España es de 1985 y desde entonces ha sido imposible acabar con ella.
Algo parecido pasó con el Galápago de Florida, de climas cálidos, que se ha hecho fuerte en nuestro territorio después de que algunas personas, al ver que la tortuga de los niños crecía considerablemente, las soltaran en espacios abiertos. Ahora compiten por el territorio con el europeo o el leproso, especies autóctonas “que han estado hasta hace nada en peligro de extinción”.
Y la historia se repite con el mapache. Antes era legal comprar este mamífero en las tiendas para tenerlo como mascota, hasta que en 2011 se registró como especie invasora. Hoy, el mapache ya se ha extendido por el río Jarama, las riberas del Henares y ha llegado a Guadalajara. En el norte se ha visto en Soto del Real, al oeste en Aldea del Fresno y al sur en el río Tajo en Aranjuez. Están perseguidos desde hace años, pero los agricultores se siguen quejando de los destrozos que ocasionan. Ante la falta de depredadores —como el puma en EE UU— ellos se reproducen sin parar y comen de todo, desde frutos y vegetales, hasta los huevos de las aves que nidifican en zonas acuáticas. En el último año se han capturado casi 1.000 ejemplares. Y en su mayoría acaban “eliminados”.
Otro ejemplar que se ha reproducido sin control es el del cangrejo rojo o americano, cada vez más grande y abundante en el lago de la Casa de Campo. “Están destruyendo la fauna anfibia y piscícola. Además, tienen un éxito reproductivo muy alto y una capacidad tremenda para enterrarse y sobrevivir ahí el tiempo que haga falta. Lo único positivo es que también está sirviendo de alimento para la nutria o determinadas aves”, admite Del Olmo. “Hay gente que le gusta lanzarlo ahí y luego pescarlo para comer. Pero es un problema”.
Unos en peligro de extinción. Otros ponen en peligro el ecosistema. Animales, de una manera u otra, víctimas o verdugos por la acción humana. Y en juego, el equilibrio de la biodiversidad. Ser animal salvaje se paga caro.
La cabra montesa y el jabalí, especies autóctonas sin control
La cabra montesa y el jabalí, especies autóctonas, también traen de cabeza a la administración. 2.700 cabras montesas de la Sierra de Guadarrama se libraron de la caza a principio de junio por un error administrativo gracias a una denuncia del partido animalista PACMA. Pero los ecologistas también avalan la decisión. "En efecto hay masificación en algunas zonas, pero hay que estudiarlo bien y gestionarlo. No es casualidad que estén donde hay más gente, más comida y donde se ahuyenta al lobo. No todo se soluciona pegando tiros", analiza Miguel Ángel Hernández, biólogo y un portavoz de Ecologistas en Acción. Esta cabra se ha reproducido en la sierra madrileña sin control desde que se reintrodujeron 67 ejemplares entre 1989 y 1992 en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. El cálculo del año pasado contabilizó a 4.500 ejemplares.
Lo mismo pasa con el jabalí. Los municipios del noroeste como Torrelodones, Las Rozas, o Majadahonda se quejan de que los animales llegan hasta el centro de las localidades y causan destrozos. Además, a principios de junio un joven murió en la M-50 en un choque en el que se vio implicado un jabalí. Entre 2012 y 2017 ha habido cerca de 800 de estos accidentes, según la DGT. "Aquí hay varios problemas: creamos granjas de jabalíes para cazarlos y luego se sueltan y se descontrola la población. Hay una mala gestión cinegética. Y luego, buscamos vivir en el campo y nos quejamos. Nos metemos en su territorio y no dejamos respirar a la naturaleza", cree Hernández. La Comunidad de Madrid estima que hay entre 26.000 y 39.000 en la región.
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