Ser minoría dentro de una minoría
El colectivo LGTBI no escapa a la realidad social: dentro de su comunidad también existen grupos discriminados y oprimidos
Los disturbios de Stonewall, en Nueva York, celebran este año medio siglo de historia: por eso la metrópoli acoge el World Pride 2019, un año después de que Madrid fuese anfitriona de la cita. Esa revuelta contra los abusos policiales al colectivo LGTBI marcó la lucha por los derechos y estuvo liderada por dos mujeres trans racializadas: Marsha P. Jonshon y Sylvia Ray Rivera. Paradójicamente, aquellas que iniciaron el movimiento son hoy por hoy las más invisibilizadas del colectivo.
A la vez que la comunidad LGBTI ha ido normalizándose, se ha marginado a grupos que forman parte de la misma. A las mujeres trans se suman los mayores, las personas racializadas, los refugiados o los gitanos. “Siempre ha predominado la visión del hombre blanco cis homosexual”, apunta Federico Armenteros, presidente de la Fundación 26 de Diciembre, centrada en los mayores LGTBI: “Como la sociedad es machista y patriarcal, se replican valores asociados a esa masculinidad tóxica”.
Mayores. “A nosotros nos han obligado a ser una minoría dentro de la minoría”, explica Armenteros, de 60 años. Esos pioneros en la lucha son los reivindicados este año en el Orgullo de Madrid. “Como en la sociedad, se nos discrimina. A los mayores LGTBI quieren encerrarnos en residencias especializadas en las que no encajamos". Armenteros lamenta el desprecio con el que ha tratado la historia a esa generación. “Nadie ha estudiado cómo ha influido la homofobia en nosotros, qué consecuencias nos ha provocado el maltrato y la exclusión de manera continua”, relata. Entre los problemas de los mayores identifica la exclusión, la soledad o la precariedad económica: “No hemos podido cotizar porque éramos maricones y no nos contrataban; no hemos tenido pensión ni viudedad y tampoco nos hemos podido casar”. Reclama un estudio para conocer el estatus de “nuestras mayores”; también, un congreso para estudiar su situación.
Mujeres trans. “Si los gais blancos van en el primer vagón de los derechos; las mujeres trans estamos en el último”, apunta la periodista y escritora Valeria Vegas, autora del ensayo Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española (Dos bigotes) y de la biografía de La Veneno (Digo. Ni puta ni santa). “A todas las siglas [LGTBI] nos une la discriminación, pero como nosotras no hemos tenido una identidad propia, nos hemos tenido que unir al hermano mayor [los gais]“, agrega.
Refugiados. Karla Avelar es salvadoreña. También mujer trans y racializada. Vive como refugiada política en Ginebra (Suiza) y es el epítome de la discriminación. “La persona que huye de su país cree que al salir ya tiene garantizados sus derechos por el país de acogida, pero no es así”, dice Avelar, que huyó de El Salvador porque su vida “corría peligro”. “Al llegar a Ginebra me metieron en un módulo de acogida de hombres porque así lo decía mi DNI, me retiraron mis documentos, me prohibieron la libre circulación y me quitaron mi derecho a trabajar”. Casi 80 países en el mundo penalizan por ley a las personas LGTBI; 11 de ellos con pena de muerte. “Las personas refugiadas LGBTI sufren mayor discriminación: en su país de origen; durante el viaje, por parte de sus propios compatriotas; y en ocasiones incluso en el país donde piden asilo político”, explica Juan Carlos Arnáiz desde la conferencia de derechos humanos Madrid Summit, que se celebró este viernes en la sede del Parlamento Europeo en la capital y donde se abordó la cuestión.
Racializados. “El plástico de mis uñas de gel me representa mejor que mi DNI”. Putochinomaricón (nombre artístico de Chenta Tsai, que acaba de publicar el libro Arroz tres delicias. Sexo, raza y género) denuncia la doble discriminación que sufren los miembros del colectivo que no son blancos. “La gente se piensa que somos una comunidad unidimensional: a muchos les parece incomprensible que una persona racializada pueda ser otra cosa más”.
Plumofobia. A los mayores que homenajea el Orgullo de Madrid siempre les han descrito como “maricones, invertidos o afeminados”, apunta Armenteros. “Todo el mundo tiene pluma —la hetero se expresa tocándote los huevos o haciendo ademanes—, pero solo se castigan las que no encajan en la supuesta norma”, agrega.
La icónica carrera de tacones de la calle Pelayo justamente reivindica la pluma. A pesar de esos intentos por vindicarla, en redes sexuales, como Grindr, algunos la censuran: “Abstenerse chicos con pluma”, anuncian algunos perfiles. "Los que nos hemos sentido minoría, deberíamos de cuidar mucho no tener ningún tipo de mirada excluyente", avisa Jaime de los Santos, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid. De pequeño le gustaba jugar a las Barbies con su hermana pequeña —"Me sigue gustando", apunta—; en el colegio le llamaban "maricón". "No entiendo un gay plumofóbico como no comprendo que una mujer sea machista", agrega De los Santos. "El colectivo es reflejo de la sociedad, donde, desgraciadamente, sigue habiendo atropellos a lo diferente. Eso nos indica que aún tenemos mucho trabajo que hacer”.
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