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Jaque al triángulo de la prostitución de Madrid

Las mujeres de los burdeles del paseo de las Delicias desalojan este lunes sus pisos, presionadas por un embargo judicial y la Plataforma Desokupa

Clara, en el piso donde vive y trabaja en el paseo de las Delicias, 133.
Clara, en el piso donde vive y trabaja en el paseo de las Delicias, 133.ANDREA COMAS

Se cierra burdel por falta de clientes. “De diez que entraban, viene uno”, matiza Clara, que abre con cara de desconfianza la puerta del piso donde vive con dos compañeras. Viernes. 13.00. Va enfundada en un vestido negro ajustado con un escote pronunciado y lleva una flor enganchada al pelo, labios bien pintados y la raya del ojo ancha y muy marcada. Vive preparada para la acción las 22 horas de su jornada laboral. “El resto, para dormir”. Dice que tiene 41 años y que es de Argentina, pero un acento más bien tirando hacia Europa del Este la contradice, así que puede que alguno de esos datos no sea verdad. Tiene miedo, eso sí es cierto, de que se la reconozca. Por eso se cubre con un albornoz para la fotografía de este reportaje y prefiere ocultar su rostro. Ella es una de las 15 mujeres que todavía ejercen la prostitución en el edificio situado en el número 133 del paseo de Delicias, en Legazpi, a escasos metros de centro cultural Matadero. Todas ellas, presionadas por un embargo judicial por no pagar el alquiler, con la luz cortada en el edificio y agentes de seguridad “intimidando” en la puerta de su portal, han accedido a irse de allí este lunes.

El caso de este edificio de Legazpi tiene historia. El pasado noviembre, la policía irrumpió en el bloque de siete pisos y en el de al lado, en el número 127, para desmantelar los conocidos macropostíbulos de Delicias, el corazón del triángulo de la prostitución madrileña, en funcionamiento desde hace dos décadas. Los agentes detuvieron a 21 personas que obligaban a las mujeres a ejercer la prostitución y liberaron a 17 chicas por supuesta trata de personas y de ser obligadas a prostituirse. Alguien se atrevió a dar el soplo, denunció a Gonzalo, como ellas llaman “al jefe” y su red, y este acabó entre rejas durante dos meses. Poco después, todo volvió a la normalidad.

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“Yo estoy aquí desde hace seis años por propia voluntad”, cuenta Clara. Antes había trabajado de interna con una familia pero, “por unas cosas y por otras”, acabó metida en el mundo del sexo. “Putas, putas, putas… parece que somos la mierda. Pero somos seres humanos”, protesta en el salón algo destartalado de su apartamento, que comparte con dos compañeras más. Está enfadada con todos, reconoce: con los vecinos que se quejan (“que en realidad son dos, porque no les molestamos”), con los de la compañía de la luz (“porque pagamos religiosamente nuestras facturas”), y con los medios (“porque nos tratan de okupas. No paramos de hacer entrevistas, pero no interesa contar nuestra realidad”).

La realidad que cuentan es que su chulo ha desaparecido y las ha dejado tiradas. Mónica, de Bolivia, madre soltera de una niña de 10 años, baja del ático, donde vive, con los brazos en jarra para ver qué se cuenta en el tercero, el piso de Clara. El edificio cuenta con siete plantas y un piso de unos 50 metros en cada una de ellas. Mónica remarca constantemente que trabaja en este mundo porque quiere. “Vi el anuncio en el periódico hace seis años, vine, hablé con Gonzalo y pacté las condiciones. Las acepté y aquí estoy”. Las condiciones estaban claras: 50% de las ganancias para ella, 50% para él. Al día, con suerte, consiguen 300 euros, a dividir. “Era imposible engañarle, estábamos vigiladas. Había chicos en las escaleras y teníamos cámaras”, explica Mónica. Y a cambio de trabajar, él pagaba el alquiler del edificio. “Por eso ahora estamos atadas. Gonzalo desapareció y el juez nos ha dicho que tenemos que dejar los pisos porque el dueño lleva meses sin cobrar el alquiler. Pero nosotras queremos pagarlo. Llamamos a Gonzalo y no nos ha querido dar el contacto del dueño. Creemos que está compinchado. Nos quieren sacar de aquí para volver a montar un prostíbulo después, con otras chicas que no estuvieran implicadas en lo de noviembre”.

El triángulo de la prostitución madrileña se encuentra entre el metro de Legazpi, el de Atocha y la esquina entre los paseos de las Choperas y Santa María de la Cabeza. Hay 30 prostíbulos en unos 0,5 kilómetros cuadrados de terreno. Pero las chicas suelen esperar en pisos de alterne, como en el paseo de las Delicias. Según la ONG Médicos del Mundo, 1.400 personas ejercen la prostitución en Madrid, aunque "no hay un registro real”. Y cuando una de ellas dice que trabaja voluntariamente, no dice la verdad.

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Un agente de seguridad habla con un hombre en el portal del edificio de Paseo de las Delicias, 133.
Un agente de seguridad habla con un hombre en el portal del edificio de Paseo de las Delicias, 133.ANDREA COMAS

“Ninguna mujer llama a una oficina y se reconoce como víctima de trata. Nosotras vamos a buscarla y donde más las encontramos es en pisos particulares y polígonos industriales”, explica Rocío Mora, directora de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituta (APRAMP), una organización formada por 12 mujeres que en su día sobrevivieron a la trata. “La realidad que nosotros vemos es que ninguna mujer está allí porque quiere y por eso luchamos contra la trata. La mayoría, el 90%, viene de otros países traídas por las mafias. Y es que en España existe una demanda muy grande. Es el burdel de Europa”. Mora añade otro dato: desde la APRAMP, cada día atienden a 280 víctimas de la trata en la Comunidad de Madrid.

Sara Vicente, responsable de la organización Comisión de Malos Tratos a Mujeres, no se distancia mucho de esa opinión. “Se están jugando la vida o la de sus hijos en sus países de origen, así que no podemos esperar mucho de sus respuestas cuando dicen que todo está bien, porque en una situación de maltrato siempre se trata de justificar al victimario”. De hecho, la realidad específica que se vive en el triángulo de la prostitución, según Vicente, es que hay indicios de trata y que la realidad de estas mujeres “no es la cara amable que ponen cuando hablan”.

Según la investigación de los pisos de Delicias del pasado noviembre, en el interior de esos edificios además de sexo se vendía droga y en la operación se incoaron seis expedientes de expulsión de España a otras tantas personas que no estaban regularmente en el país. La organización contaba con dos negocios para blanquear y con un responsable económico, detenido en A Coruña, que facilitaba contratos de trabajo falsos a las chicas que eran arrastradas a la prostitución desde el extranjero, con promesas de trabajo como tapadera.

“Este fenómeno ha aumentado mucho desde 1995. Antes, las mujeres que se dedicaban a la prostitución eran españolas con problemas de drogadicción; a partir de ese año empezamos a ver cada vez más extranjeras, hasta hoy en día, que el 90% son chicas de fuera. Las mujeres que más trabajan en prostitución en Madrid son de nacionalidad rumana, América Latina y nigerianas”, explica Vicente.

En el número 133 de Delicias, tres hombres de una empresa de seguridad vigilan la entrada al inmueble. Han sido contratados por la Plataforma Desokupa y aseguran que no están ahí para intimidar a las mujeres: “Solo impedimos el paso por la noche a algún maleante, borracho o que ya está pasado de todo”. Pero la función de esta organización, que nació en 2016, es precisamente la de desocupar pisos particulares. Y ellas ven a los vigilantes como una amenaza. “Hoy me han pedido el DNI para entrar en el portal, ¿te lo puedes creer? Además, desde que están ahí nadie viene a vernos. Estamos paradas, sin luz, no podemos trabajar y necesitamos dinero para vivir”, se queja la mujer boliviana. Y recuerda: “Nos vamos el lunes de forma voluntaria, pero presionadas. Es por falta de clientes, pero no porque no quieran venir, sino porque no se atreven. ¿Y a dónde nos vamos? Pues a la calle”.

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