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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Votantes y clientes de Colau

La noche electoral se vio cómo crecía una política que enseguida tomó la iniciativa de un tripartito de izquierdas

Mercè Ibarz
Ada Colau durante la noche electoral.
Ada Colau durante la noche electoral.carles ribas

Me estaba planteando dejar de escribir estas líneas sobre la alcaldesa en funciones y los asuntos que tiene entre manos ahora mismo porque se habla de eso constantemente y ella sale en los medios día sí y día también, como nunca. Tiene ahora todo el espacio mediático que se le ha negado durante cuatro años. Si todos hablan, mejor no sumarse al ruido. Pero, bueno, si sale tanto en los medios, mejor mirar bien por qué. Está claro que no se la pueden sacar de encima así como así. Los medios influyentes no lamentan ni le reprochan haber obtenido menos votos que la vez anterior, qué va, se contentan con tapar con su nombre y con su foto a quien más votos ha sacado en Barcelona, el Maragall que va aprendiendo la lección mediática y ve como su foto va a menos. Eso estaba pensando este lunes, cuando escribo estas líneas. Si cuando se publican ha dado un vuelco la cosa, podrán quizá dar testimonio de estos días.

Entre las razones esgrimidas —dos manifiestos como mínimo danzan por ahí—que promueven que Ada Colau siga en el gobierno municipal, incluso como alcaldesa, así como en las razones de tantos opinadores, me llama la atención la escasa relevancia otorgada a dos características primordiales de su mandato, que resumiré desde mi prisma. Valoro tener a una mujer al frente de la alcaldía de Barcelona y valoro con la misma intensidad que ella misma sea una prueba de que el ascensor social puede seguir funcionando.

Tiene valor que Ada Colau haya llegado a ser alcaldesa de una ciudad complejísima como Barcelona con una formación como Barcelona en Comú y es meritorio que lo intente de nuevo. La noche electoral se la vio crecer: no fue de víctima a pesar de no haber logrado revalidarse como la candidata más votada, puso sobre la mesa que la agenda de ciudad del resto de candidatos no ha tenido más remedio que seguir a la de los comunes y tomó la iniciativa al propugnar un tripartito de izquierdas para gobernar a partir de ahora Barcelona.

Tiene valor que haya llegado a alcaldesa de una ciudad complejísima con una formación como Barcelona en Comú y que lo intente de nuevo

Tiene sentido, ya que el proyecto municipal iniciado hace cuatro años y que poco tiene que ver con los mandatos anteriores reclama más tiempo. Y mayor visibilidad en sus aciertos, tanta como la que se le ha negado estos cuatro años, centrados en tumbar al gobierno de esa extraña que ha entrado en casa…

Dicen que si Colau no sigue siendo alcaldesa el proyecto de Barcelona en Comú se puede desintegrar. Si así fuera, más tarde o más temprano surgiría la formación política que haría sus veces de nuevo. Como sucederá en la CUP. Las cosas de la vida política funcionan igual que las de la vida misma.

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Dicen también que preocuparse por el futuro de Colau en la plaza de Sant Jaume es querer evitar que un independentista asuma la alcaldía. Es un reproche de unos, un aliciente para otros. Desde luego, es aliciente para los muchos que hasta ahora han negado a Colau el pan y la sal tanto como se lo han negado a este Maragall. Es más interesante escuchar a quienes ven en Colau un tapón de la espuma independentista en el Cap i Casal, y lo es más todavía si los indepes no se cierran en banda.

Pero, de entre las cosas oídas estos días, no es todo eso lo que me pone de los nervios. Es otra cosa. Es el lenguaje de los tertulianos disfrazados de expertos que dicen clientes para hablar de los votantes. Y eso que solo sigo las tertulias de Lídia Heredia, por su civilizada representación de las cosas políticas que no desdeña la ironía y hasta el sarcasmo. Si ya me cuesta aceptar el símil futbolero, el lenguaje mercantil y bolsario de quienes hablan de clientes electorales me dan ganas de gritar.

Aunque, vaya, si así nos ponemos, los votantes de Colau se enfrentan ahora al peso de quienes se propugnan como clientes de Colau. Que no son ellos mismos: los votantes no son los clientes. Los clientes y sus ofertas para evitar un tripartito de izquierdas deben ser las gentes con capacidad de mover los hilos de la muy secreta ciudad de Barcelona que hace cuatro años vio con estupor a una joven mujer activista así vestida y peinada entrar en el Ayuntamiento de Barcelona, tomar la vara de mando y cruzar con ella la plaza, entre aclamaciones de gentes que nunca antes habían estado en esa situación, llegar al palacio de enfrente y saludar a un envarado, que no es lo mismo que llevar vara, presidente de la Generalitat, de nombre Mas.

Con franqueza: no, los votantes no son los clientes.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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