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Gol por la escuadra de las chicas de Hortaleza

La Asociación Alacrán, dedicada a la infancia y adolescencia en riesgo de exclusión, forma un equipo cadete de fútbol femenino. EL PAÍS acude a uno de sus entrenamientos

Miguel Ezquiaga Fernández
De izquierda a derecha, Isabel, Bárbara, Lorena y Samara, del equipo de fútbol femenino del IES Conde de Orgaz.
De izquierda a derecha, Isabel, Bárbara, Lorena y Samara, del equipo de fútbol femenino del IES Conde de Orgaz.B.P.

Isabel y Samara tienen devoción por la capitana del Atlético de Madrid, Amanda Sampedro. No es que sean fervientes colchoneras, pero disfrutan si la número 10 remacha a placer, castigando a la zaga rival. Fue en marzo, durante su enfrentamiento con el Barcelona, en un Wanda Metropolitano que colgaba el cartel de completo y batía el récord mundial de asistencia a un partido de fútbol femenino, cuando vieron a la centrocampista rojiblanca pisar el césped en directo por primera vez.

Al estadio acudían las cadetes de la Asociación Alacrán, una entidad destinada a la infancia y adolescencia en situación de vulnerabilidad social. Sus entrenadores se empeñaron en conseguirles entradas para que presenciaran el histórico encuentro. Las gradas rebosantes ataviadas con los colores de la casa, el compás acelerado de los tambores, permanecen en la memoria de este equipo de fútbol para chicas entre los 12 y 15 años. La mayoría procede de Hortaleza, un distrito cuya renta per cápita se sitúa en la media madrileña, pero herido de una gran desigualdad.

Las casas bajas apelotonadas en Canillas son muy distintas de los chalets con piscina que hay en la Piovera. Los contrastes de este barrio se reflejan en la plantilla del Alacrán, como cuenta Javier Fernández, entrenador y cofundador de la asociación: “Vienen chicas con situaciones muy normalizadas y otras que tienen problemas en su entorno y pasan demasiado tiempo solas. En general, el fracaso escolar y las situaciones económicas complicadas son el denominador común”. Una de cada tres jugadoras del equipo está becada y no paga los 40 euros anuales de la matrícula, con la que se financia la equipación y los gastos administrativos.

Los conflictos con la sexualidad o la identidad de género, la violencia machista y el acoso en el aula son otras de las dificultades que atraviesan algunas de estas jóvenes. En Alacrán encuentran un espacio en el que expresar sus inquietudes sin temor a ser juzgadas, señala Samara, de 15 años: “En cuanto alguna no se ríe o está especialmente seria, en seguida el entrenador le pregunta qué sucede. Entonces lo cuentas, te desahogas y lo pasas bien con las compañeras. Nos vemos un montón y somos como una gran familia con mucha confianza”. También realizan excursiones trimestrales; son ellas mismas las que deciden el destino, los horarios, se distribuyen por las habitaciones del albergue y diseñan las actividades tal y como les interesa.

Isabel tiene 13 años y conoció Alacrán a través del storie en Instagram de una conocida. Desde entonces, entrena los martes y jueves y compite cada sábado: “Para mí es el mejor momento de la semana”, señala antes de ensayar unos pases y disparar a puerta. En los Juegos Deportivos Municipales organizados por el Ayuntamiento hay una única liga de todo Madrid para cadetes, en la que intervienen otros nueve clubs de fútbol femenino. “Aunque una chica quiera jugar, es difícil encontrar equipo donde hacerlo, porque hay pocos”, apunta Isabel. Existe la liga federada, pero es más exigente, más competitiva y más cara: el precio de la inscripción ronda los 400 euros. Una cantidad excesiva para muchas familias de este equipo con origen sencillo.

Las 16 chicas del Alacrán entrenan en el patio grana del IES Conde Orgaz, que cede sus instalaciones de manera gratuita. Comparten recinto a cielo abierto con la cancha de baloncesto y una pista de voleibol. Aquí, gracias a la complicidad de la dirección, captaron a las primeras jugadoras, explicando el proyecto clase por clase. Así se enteró de la iniciativa Lorena, de 14 años: “La mayoría de la gente no conoce ni un solo nombre de una jugadora profesional de fútbol. El cambio de mentalidad va a costar varias generaciones y la educación es muy importante. Desde pequeños aprendemos que las niñas juegan con muñecas y los niños al balón, pero no tiene por qué ser así”, cuenta.

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Todavía hay compañeros de clase que se extrañan cuando Bárbara, de 15 años, les dice que juega al fútbol: “Lo respetan, pero yo sé que interiormente les parece raro”. Quizá la subestimen o quizá sencillamente no estén acostumbrados. En todo caso, la displicencia, anota, es demasiado habitual. También entre los árbitros: “A veces llegan tarde o pasan de pitar las faltas. No prestan la misma atención que si jugaran chicos”, denuncia. Según la normativa de la competición municipal, por cada equipo cadete o juvenil masculino puede jugar una mujer, excepcionalmente dos. Bárbara fue esa minoría hasta que recaló en el Alacrán: “La verdad es que aquí estoy más a gusto”.

La importancia de escuchar

La asociación trabaja hoy en día con dos centenares de menores, repartidos entre la escuela de fútbol (seis equipos masculinos y dos femeninos), las clases de apoyo escolar del Plan Refuerza de la Comunidad de Madrid y los talleres de ocio. Movido por el afán de propugnar los derechos de la infancia, Rubén López levantó el proyecto hace algo más de una década y hoy es su presidente: “Empezamos como un club deportivo, pero los chavales y chavalas llegaban cargados de problemas y no podíamos permanecer impasibles. Así desarrollamos la dimensión más social del proyecto”, relata. La organización se mantiene gracias al apoyo de los socios y a las subvenciones de organismos públicos y privados.

Algunos chicos llegan de los centros de menores del barrio o derivados por los Servicios Sociales. “La mayoría de recursos tienen un método, unas reglas rígidas, y si los chavales no las cumplen se quedan fuera. Nosotros, sin embargo, nos adaptamos a sus necesidades. No se puede atender exactamente igual a todos los chavales porque no todos viven la misma situación. Tampoco creemos en la segregación: mezclar a chavales con experiencias y procedencias distintas da muy buen resultado. Muchos llegan con unos roles muy definidos, un caparazón durísimo, y al poco descubren que en la asociación no los necesitan”, explica López.

Desde hace tres años Paula Aparicio, estudiante de Integración Social, juega en el equipo senior de Alacrán, destinado a las mayores de 18 años. Ahora también entrena a las pequeñas junto a Fernández: “No hemos descubierto la pólvora ni tenemos ninguna fórmula mágica. Simplemente escuchamos a las chavalas y les mostramos empatía”, asegura. Un nudo en la garganta puede aflojarse chutando el balón.

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