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MADRID ME MATA
Columna
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Reflexión y solidaridad

La columnista habla sobre el poder del voto y los precios de los alquileres

Elvira Sastre
Una mujer votando en el colegio Bernadette de Aravaca, Madrid, en las elecciones generales de junio de 2016.
Una mujer votando en el colegio Bernadette de Aravaca, Madrid, en las elecciones generales de junio de 2016.CLAUDIO ÁLVAREZ

Ahora que nos encontramos inmersos en una campaña electoral desmedida, en mi opinión algo descreída también, hay puestos sobre la mesa ciertos temas que dudo si seguirán formando parte de las conversaciones y los debates políticos una vez hayan pasado las elecciones y tengamos nueva cuenta atrás.

En mi opinión, hay algunos asuntos, como el matrimonio homosexual, el endurecimiento de las leyes de violencia de género, las cuestiones medioambientales o todo aquello que implique el respeto a los derechos humanos que, permítanme el apunte, ni siquiera deberían rellenar ningún programa electoral ya que en ningún caso es una cuestión ideológica sino social, y en lo social no debería existir la vuelta a las cavernas. Hemos entrado en el juego y hemos dejado que lo utilicen a su antojo con total impunidad. Nos hemos olvidado de las personas y hemos puesto nuestra ética, tan particular y cambiante, por encima de ellas. El otro día reflexionaba sobre mi voto y pensé en la importancia de votar pensando no solamente en nosotros sino en los demás, es decir, no solo en aquellas medidas que nos repercuten a nosotros como seres individuales sino en todas aquellas que afectan a la sociedad como conjunto. Solo así podremos sentirnos orgullosos cuando el país avance a un lugar mejor.

Hay otros temas más particulares que inciden en asuntos del día a día. Tal es el caso de los alquileres de pisos, que es algo que apunta de lleno a un gran número de residentes en Madrid. Puedo hablar con conocimiento, ya que como he comentado en algún artículo he pasado por muchos pisos en la capital en los últimos años: exactamente cinco. De esos cinco, dos han abusado de su posición como propietarios y me han causado más de un quebradero de cabeza. Uno de ellos, bonito a primera vista, pero con materiales de calidad pésima y en el barrio de moda, subió el alquiler de un año al otro casi trescientos euros y pretendió pintar las paredes con más de la mitad de mi fianza. El otro, al que llegué porque me negué a participar del canibalismo del anterior, particular esta vez, me debe aún parte de la fianza que decidió quedarse sin motivo y ha dejado de responder a mis mensajes. Ante esto, poca historia: una ley que defiende al propietario, una falta de regulación que hace que la mayor parte de los alquilados depositen el grueso de su sueldo en la renta, familias en la calle incapaces de hacerle frente y ancianos desahuciados por empresas impasibles que ven cómo su vida entera se hace hueco en un par de maletas.

Ante todo esto: reflexión. Y un poder: mi voto. Por eso yo ya he votado por correo. Por eso animo a todos los que me rodean a que vayan el domingo a las urnas y piensen en dos cosas: lo que quieren y lo que no quieren. Y que lo hagan con solidaridad. Sobre todo eso: solidaridad.

Madrid me mata.

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