Dudas y certezas
Obama se preguntaba por los efectos de sus posibles errores, un cuestionamiento inexistente en campaña
"Qué pasaría si estuviéramos equivocados?” Esta duda razonable abrumó a Obama en la recta final de su mandato. La victoria de Donald Trump intranquilizaba a los líderes de los países que el todavía presidente de los Estados Unidos de América iba visitando para despedirse y agradecerles su apoyo en la que sería su última gira internacional. A Angela Merkel la dejó con una lágrima furtiva inimaginable en cualquiera de los encuentros previos. El primer ministro japonés se le disculpó por haber roto el protocolo volando a Nueva York para acudir al penthousede la Torre Trump en plena Quinta Avenida y reunirse con el mandatario electo. Xi Jinping se comprometió en nombre de China a aplicar en su país los acuerdos de París sobre el cambio climático, un gesto que le enfrentaba a las críticas, los recelos y las amenazas de Trump anunciadas durante la campaña y reiteradas obsesivamente durante las semanas de espera para asumir la presidencia.
Pero fue en Perú, acabada la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico y ya dentro del coche oficial que le trasladaba al aeropuerto para regresar a casa y abandonar el cargo, cuando el interrogante sorprendió al acompañante del líder mundial sentado enfrente al oírle musitar: “¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados?”
La incertidumbre la había provocado un artículo del The New York Times que afirmaba que los demócratas norteamericanos habían olvidado lo importante que es la identidad para la ciudadanía. En los ocho años en el despacho oval, Obama había conseguido lo inimaginable: desde ser el primer presidente negro de la primera potencia mundial y entusiasmar a multitudes de todo el mundo asegurándoles que sí se puede a hacer frente a la peor crisis económica de la historia por sus consecuencias internacionales provocadas por el contagio financiero. Había reducido considerablemente las cifras de paro y devuelto la ilusión, concienciado de la amenaza del cambio climático y de la necesidad de la paz en el mundo convulso al que contribuyó aumentando el número de soldados en Afganistán mientras negociaba retirarlos de Irak. Había cazado a Bin Laden y apoyado las primaveras árabes. Se había mostrado precavido cuando le pedían osadía y sonriente cuando le acosaban y tildaban de amigo de terroristas porque ponían en duda sus orígenes por sus raíces indonesias, país musulmán. Y detrás de toda la intensidad, las vivencias, los éxitos y los fracasos acumulados durante dos mandatos asomaba la cuestión: “¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados?”.
La pregunta la tomo del libro de Ben Rodhes. Quien fue colaborador de máxima confianza de Obama y estuvo en su administración durante todo el tiempo, quien le ayudó en su intento de cambiar el mundo desde el ala oeste de la Casa Blanca y quien se impregnó del su espíritu escribiéndole miles de discursos tras largas disquisiciones previas que apenas eran corregidos después. Quien ya no sabe dónde empieza su pensamiento y acaba el de su jefe lo resume en El mundo tal y como es: “Quizás la gente solo quiere volver a su tribu”.
Fresco por leído durante estas fiestas, el interrogante me lo han reproducido los debates electorales. Viendo tanta supuesta seguridad en planteamientos huecos y disquisiciones vacías, escuchando demasiadas frases hechas y latiguillos cínicamente ingeniosos repetidos hasta el aburrimiento. Los hacen quienes aspiran a representarnos y/o a presidir un ejecutivo obligado a resolver más problemas que a crearlos en un país donde sus últimos gobiernos han hecho lo contrario. Contemplándolos en los platós de televisión cada vez más impregnados del espíritu de los careos entre los protagonistas de los realities que por la aportación de propuestas veraces por asumibles y claras por realistas, me iba cuestionando si cualquiera de ellos se ha parado un momento a pensar, emulando a Obama, e inquirir a sus colaboradores: “¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados?”.
De momento, parte de la respuesta ya ha llegado a la ciudadanía que, buscando buena información para tener opinión, sabe de la cantidad de mentiras, medias verdades y datos manipulados que nos ha aportado la campaña que hoy acaba. Queda la duda de si esta parte de transparencia contribuirá a reducir la indecisión de los votantes, a empujarles hacia el nuevo extremo o mandarles directamente a la abstención. Porque la verdad de tanta mentira también equivale a optar por alguien que dice querer romper la baraja a pesar de saberte engañado, perdonar la falsedad bien estudiada porque también es la tuya o ponerte estupendo, exigir ética y responsabilidad y pretender inútilmente imponerles una cura de humildad. En cualquiera de estos supuestos, el elector del próximo domingo, antes de escoger la papeleta y depositar su voto en el sobre, podría preguntarse: “¿Qué pasaría si estuviera equivocado?"
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