Cualladó, la “bestia” que hacía poesía con sus fotografías
Fundación Catalunya-La Pedrera expone el trabajo de uno de los renovadores del octavo arte español en la segunda mitad del siglo XX más desconocido
A mitad de los años ochenta, durante un curso de verano sobre fotografía en El Escorial, uno de los asistentes no paraba de dar cabezadas en una de las sesiones. En un momento dado despertó, se levantó e hizo una intervención que dejó a todo el mundo con la boca abierta. Era la “bestia” de Gabriel Cualladó (Massanassa, Valencia, 1925-Madrid, 2003), de palabras escasas pero tan impactantes, como las fotografías que hizo a partir de 1951 cuando se compró su primera cámara, una Capta, para fotografiar a su hijo recién nacido. Desde entonces, hasta el final de sus días, realizó un trabajo personal y autodidacta (ya con una Leica) caracterizado por una mirada poética llena de personajes anónimos en escenas sin artificios de su ámbito más cercano: su familia, sus amigos, sus vecinos de barrio o de la localidad asturiana donde pasaba temporadas, todo envuelto en una atmósfera inquietante.
Una revisión del trabajo de este “fotógrafo amateur”, como le gustaba definirse —no necesitó ganarse la vida con la fotografía tras heredar una empresa de transporte de su tío en 1949—, a partir de 140 fotografías que pueden verse en Cualladó esencial de la Fundación Catalunya-La Pedrera. Abierta hasta el 30 de junio, la primera muestra individual de este fotógrafo, quizá el menos popular de su generación en la que estaban muchos de los grandes, como Xavier Miserachs, Ramon Masats, Ricard Terré, Oriol Maspons, Paco Gómez, Leopoldo Pomés, Alberto Schommer o Carlos Pérez Siquier y José Maria Artero, impulsores, los dos últimos, del grupo Afal, que tanto hizo por la renovación de la fotografía en España. Con algunos de ellos también formó parte del grupo La Palangana y fue miembro de la Escuela de Madrid.
La exposición, que ya pudo verse en 2018 en la Sala Canal Isabel II de Madrid (donde se mostraron 160 imágenes), está formada por copias originales creadas por el propio Cualladó. Es normal. La oscuridad y claroscuros que confería a sus imágenes, en las que predominan intensos y negros puros, son una de las marcas de la identidad de su trabajo, conseguido a base de trabajarlos en el laboratorio. “A Cualladó le interesaba más sugerir que demostrar. Hacía fotografías con la cámara y con el corazón”, explica el fotógrafo y comisario de la muestra, Antonio Tabernero, que destaca también los encuadres de la mayoría de las imágenes, con los personajes cortados o a punto de desaparecer del plano.
La muestra tiene dos ejes. En la pared interior que recorre el piso noble del maravilloso edificio que creó Antoni Gaudí pueden verse las fotografías relacionadas con la vida de Cualladó: su familia, sus amigos, sus estancias en Asturias. Aquí pueden verse las imágenes más icónicas del “oso”, como también calificó, Tabernero, siempre de forma afectuosa, a su admirado Cualladó. Entre ellas: un par de bodegones, dos vanitas, inéditos con granadas y uvas de 1956, varias fotografías de la boda de su amigo Ramon Masats con Montserrat, en 1959, aldeanos de su localidad natal, Massanassa, o de varios pueblos de Asturias, como Pepe con caballo blanco (1964), Familia campesina asturiana (1970) y José Luis (1968), una especie de James Dean rural. Pero, sobre todo, niños, muchos niños llenos de ternura que posan o juegan distraídos ante su objetivo. Inmensa la imagen de Niña peinándose (1958), en realidad su hija que aparece, con mirada inquietante, también en Niña de la rosa (1959). Hasta Hija de Jesús (1963), una de sus obras cumbres, según Tabernero, junto con la tierna y dulce Fifí, (1959), que lleva una margarita en sus manos.
Enfrente, parte de sus “ensayos” como llamaba Cualladó a sus reportajes, colocados sin orden cronológico. Desde sus fotografías del tumultuoso y bullicioso Rastro de Madrid en los ochenta, cuando acompañaba a su mujer a comprar telas; al París de 1962, donde también se explayó con la vida en la calle. Son el contrapunto de las imágenes de las silenciosas salas del Thyssen de Madrid de los noventa, en la que los visitantes parecen escapados de las obras maestras. En todas, los gestos y las miradas cómplices de los fotografiados interrogan al espectador. La muestra termina con las últimas fotos por las que Cualladó se apasionó: las inmediatas que hizo con su Polaroid. 10 imágenes que repiten, en color, la poesía e inquietud anterior.
“No intervengo en la actitud de los sujetos que fotografío. Es más bien al revés: es su actitud lo que me da la clave de si la imagen me interesa o no”, dijo, en forma de sentencia Cualladó. Y sí nos interesan las fotografías de este amateur. También al Ministerio de Cultura que le concedió en 1994 el primer Premio Nacional de Fotografía.
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