Las Musas
Para el 'Alcorconófilo' Joaquín Parejo, la belleza reside en la vida que se esconde detrás de cada rincón. Por eso, suele coger la cámara e ir a fotografiar el Alcorcón con solera, el de las casas de adobe y piedra
Cuando alguien piensa en lo que puede inspirar a los artistas, se imagina paisajes lejanos y rostros hermosos. Para Joaquín Parejo, de quien ya hablé la semana anterior, la belleza reside en la vida que se esconde detrás de cada rincón. Por eso, suele colgarse la cámara e ir a fotografiar el Alcorcón con solera, el de las casas de adobe y piedra, el que nació de la autoconstrucción propia de las y los migrantes que llegaron de otras partes de España y que los domingos levantaban con sus propias manos. A los barrios que surgieron así por todo el país se les llamó “del sacrificio”, por el sudor, esfuerzo y lágrimas que requirieron, de ahí que merezcan mención.
Joaquín me llevó a dar una vuelta y me descubrió lugares de la localidad que yo jamás había visto. En la calle Zarza el tiempo se congeló, a él le gusta por lo poco conocida que es, pero también, por sus casitas bajas, que podríamos mirar en blanco y negro o en color. No muy lejos de ahí, está la calle Colón, que le fascina debido a que mantiene del pasado su actividad frenética, ahora por el mercado; antes, porque los alfareros del municipio, se concentraban en la vía de al lado, la que con su nombre les homenajea: “Los alfares”. Aún resiste erguida la que fue morada de uno de los últimos artesanos del barro de Alcorcón.
La gente ya sabe quién es “Joaquín, el de las fotos” y le paran para preguntarle y contarle cosas. Al principio, ponía las imágenes que tenía él, propias o de periódicos antiguos, en sus redes sociales y cuando comprobó que había muchas personas a las que les gustaban decidió crear un grupo en Facebook llamado Orgullosos de Alcorcón.
Desde entonces, sus miembros le envían instantáneas viejas o se las dan en papel para que él las escanee. “Lo más bonito es que cuando subo o suben alguna foto, todo el mundo comenta. Si es de una escuela de los años cincuenta, cuentan hasta cómo se llamaba la profesora y si es del lavadero, explican cómo jabonaban la ropa a mano y compartían confidencias”, señala. Tal es el poder de este grupo virtual que ha servido para que, personas que habían perdido el contacto por haberse mudado, se hayan reencontrado. Hasta han organizado un par de comidas con el objetivo de ponerse cara y piel y la mayoría de los asistentes supera los sesenta años.
Joaquín me reveló los enclaves privilegiados para capturar los mejores atardeceres del barrio. Uno es el parque Mayarí que está al lado del hospital y hace las veces de colchón entre la Nacional V y la localidad. El otro, es el Ensanche Sur, desde el que todavía se ven campos, huertos, a veces, ovejas y al fondo, Móstoles.
Solo hay una imagen que tiene pendiente. Una mujer casi centenaria de apellido alcorconero le dijo antes de fallecer que hubo un tiempo en el que en Los Castillos de Valderas se podían contemplar gamos y zorros. En la actualidad, eso sería imposible, pero a Joaquín no le preocupa puesto que las musas de la periferia, las que cuestionan la belleza estándar capitalina, siguen vivas, de modo que aún le quedan muchas fotos por hacer.
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