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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La gran noche de Adamo, una vez más

El Palau se llena de público para asistir al ascenso anual del cantante a los altares

Adamo, durante su concierto en el Palau.
Adamo, durante su concierto en el Palau.

Pasan los años y Salvatore Adamo se mantiene fiel a las tradiciones y sus seguidores, como mínimo los barceloneses, todavía más si cabe. Indefectiblemente cuando la cuesta de enero empieza a olvidarse, y sin excesos de publicidad, el Palau se llena de un público ya entrado en años para asistir a la ceremonia anual que festeja la ascensión (en vida) de Adamo a los altares. Una especie de romería popular en la que reina una cierta algarabía y en la que no faltan flores para agasajar al festejado.

Adamo sube al escenario, canta sus canciones, casi las mismas desde la década de 1960, y su público, también casi el mismo desde aquella misma fecha, las disfruta exteriorizando una emoción similar, sino la misma, a la de la primera vez que las escuchó, a la del primer encuentro, ese que no se olvida. Se repiten frases de amor recíproco, se sonríe constantemente, se suspira entornando los ojos en cada recuerdo, generalmente apretando la mano del acompañante, se baten palmas y hasta se llega a cantar aquello de “mis manos en tu cintura” o “un mechón de su cabello, la la la la, la la la la”. Y, al salir, siempre reina en el ambiente una sensación de felicidad altamente contagiosa mientras se canturrea por lo bajo el alocado estribillo de Mi gran noche, la suya, en aquel momento la de todos.

Las tradiciones son las tradiciones y en el 2019 no podía ser diferente. El jueves, el Palau se abarrotó de alopecias, evidentes excesos de peso y canas (unas teñidas, otras no). Ellas más endomingadas que ellos que, además, eran minoría. Sobre el escenario ocho músicos tan solventes como polivalentes dispuestos a cubrirle las espaldas al cantante italobelga más popular por estos lares. Y Él, en mayúsculas, todo elegancia y simpatía, impecable traje oscuro, corbata clara (en la recta final cambiaría a camisa roja y corbata negra), cinturón y tirantes y el peinado inalterable desde la portada de aquel primer disco de 1964 (en Francia tenía otros anteriores pero por aquí nos enteramos en esa fecha cuando empezó a caer la nieve). Adamo, cual fiel retrato de sí mismo a pesar del paso del tiempo, repartiendo a manos llenas una cercanía que nunca parece impostada, hablando en un castellano más que correcto, recibiendo con sonrisas una ovación tras otra y con un educado beso en la mano los ramos de flores que sus seguidoras le acercan entre canción y canción, casi compitiendo entre ellas.

Poco ha variado su propuesta en los últimos tiempos, el repertorio se decanta por los años sesenta, amor, mucho amor, algo de desamor y un cierto toque social sin amagos ni dobles lecturas. Y todo matizado con una voz que, aunque ha perdido mucho (¡lógico y natural a los 75 años!), todavía es capaz de seducir. Esta vez Adamo estuvo acompañado por Nilda Fernández, al que hacía demasiado que no veíamos por aquí. Juntos cantaron un tema dedicado a Martin Luther King y después el barcelonés de Lyon recuperó su clásico Madrid, Madrid e interpretó Res no ha acabat de Lluís Llach.

Adamo sedujo cantando en castellano, más por el recuerdo que por la realidad actual, y, como en su última visita, volvió a versionar en catalán Tombe la neige, pero cuando demostró que es capaz de darlo todo fue cantando en francés. Es una lástima que por aquí todas esas canciones se popularizaran en castellano porque al cantar en francés Adamo se muestra mucho más suelto y convincente.

Los recuerdos se fueron sucediendo, los suspiros y el entusiasmo también, culminando todo con Inch’Allah, En bandolera y La noche. Y al final, no podía ser de otra manera, se cantó y hasta se bailó Mi gran noche, seguro que para muchos lo había sido.

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