Los Reyes y la escayola mágica
Los Reyes Magos fueron visionarios: buena parte de lo que hoy importamos viene de las fábricas del Lejano Oriente
Llegaron los Reyes Magos a Cibeles y Manuela Carmena les recibió sentada, como hacía el presidente Roosevelt. La alcaldesa hizo el esfuerzo entrañable de ir a currar con la pierna escayolada, todo sea por los niños (no lo hagan en sus puestos de trabajo), y dio paso al mensaje de amor y magia, creatividad e imaginación, del venerable Rey Melchor.
Hace más de dos milenios los Reyes Magos se hicieron emprendedores de la exportación trayendo desde el lejano Oriente, a rebufo de una estrella fugaz, oro, incienso y mirra. Fueron visionarios: buena parte de lo que hoy importamos viene de las fábricas del Lejano Oriente.
Regresaron Melchor, Gaspar y Baltasar, desfilando Castellana abajo ante miles de fans vociferantes, grandes y pequeños, resistentes a la gelidez invernal para asistir a la gran fiesta de la luz, el color, los buenos sentimientos y el consumo. “¡Queremos caramelos!”, grita el desafinado coro de voces blancas. Hay quien va más allá: “¡Caramelitos, por favor!”. Algunos niños muestran un cartel que reza “he sido muy bueno”, y algunas familias desarrollan tácticas de guerrilla avanzadas para hacerse con los preciados dulces: pequeños bancos y escalerillas, bolsas abiertas a la esperanza o los clásicos paraguas invertidos a modo de red. Si uno, en calidad de reportero, camina entre las carrozas y el público es fácil que sea alcanzado por los proyectiles de glucosa.
Se sucede una panoplia de fantasía inspirada en el poder transformador de las artes: el gigante de mimbre Mo, de siete metros de altura, Don Quijote y Sancho Panza, Julio Verne, hadas voladoras, sopranos lisérgicas, caballeros danzantes renacentistas y otros seres a priori inidentificables. También las marcas comerciales de rigor. Todo el mundo reparte caramelos: un bombero dice “tengo una luxación en el hombro de tanto dar caramelos”. Una trabajadora del Samur: “Había un niño que no quería caramelos, ¡inaudito!”.
Las carrozas reales son puro deseo: contienen cartas escritas en “papel mágico” en las que 30.000 niños han hecho sus peticiones: hay quien ha pedido un muñeco o una consola, hay quien ha pedido la paz mundial o que sus padres no se peleen (como recordó la alcaldesa). También quien pidió un novio millonario. Un paje le dice a un niño: “¡Ya he visto tus regalos!”, y el niño lo flipa al ciento por ciento.
Siempre dicen Sus Mágicas Majestades que repartirán poco carbón, porque los niños españoles se han portado muy bien. Quizás sea otra de las razones del cierre por estas fechas de la minería en España: las difíciles consecuencias de tanta bondad. En la Cabalgata Sus Majestades (y el Ayuntamiento de Madrid) se han gastado 900.000 euros. Cuando todo acaba los niños se van nerviosos a pasar la noche en vela y en el cielo nocturno se pierde algún globo solitario.
De noche los Reyes se enfrentan a la distribución de todo este material por infinidad de hogares, todo un reto logístico: se espera que sus pajes, ayudantes y camellos disfruten de las mejores condiciones laborales como repartidores con nocturnidad y a domicilio. ¿O usarán drones?
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