El mago de Oz
El fotógrafo retratado por el fotógrafo: uno usa una cámara antigua, cuyo manejo ahora queda relegado a una aplicación del 'smartphone', el artilugio que usa el otro fotógrafo ¿Paradoja? ¿Venganza?
Pareciera que al otro lado del tinglado se mueve algo gordo. Una ilusión de momento tangible. La parafernalia no puede quedar en nada. Debe tener sentido. ¿Cuál? Devolvernos el recuerdo acicalado con tonos sepia. Algo más… Alertar sobre la importancia de la artesanía frente a la tecnología. El fotógrafo callejero carece de rostro. Es todo él, su propio artilugio. Parece un elefante fragmentado. La trompa, el objetivo, las ruedas al frente del carrito, sus patas delanteras. Sus propias piernas, las traseras. Dentro aviva un mecanismo complejísimo y ya superado por la soberbia infalible de la nanotecnología. Esa que ha robado la esencia de las mismas cámaras fotográficas para relegarlas a una aplicación de smartphone. Perdóname, Raúl Cancio. Tú mismo has tomado esta imagen con el móvil. ¿Te das cuenta de la paradoja? ¿O acaso es una venganza? ¿Nostalgia? De todo un poco, quizás… El fotógrafo callejero se imbuye en su proceso, debidamente embarrado, en los alrededores de la Plaza de Oriente. Se entrega todo él hacia un clic que requeriría un fogonazo, se enfunda en la búsqueda del instante que ha de ser para otros, pero inventado y encuadrado por él mismo. Del paraguas cuelgan copias; del costado, una especie de muestrario-escaparate con los precios incluidos: 15 o 20 euros, en función del tamaño, a elegir al gusto de cada cual. No puede tratarse sólo de un medio para ganarse la vida: es la llama de un espejismo avivado por el mismísimo mago de Oz.
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