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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El secuestro de la voluntad

Los partidarios de la distensión no se atreven a hacer gestos políticos por miedo a la vociferación de los extremistas

Milagros Pérez Oliva
Puigdemont y Tuesta a Waterloo, el 28 de julio.
Puigdemont y Tuesta a Waterloo, el 28 de julio.afp

"Un ejército de 6.000 CDR recluta a la guerrilla del 21-D”. Este es el titular de portada del viernes de uno de los diarios más beligerantes con el independentismo catalán. Ejército. Guerrilla. Reclutamiento. ¿Qué marco mental se pretende crear con este tipo de exageraciones? Está claro que se está preparando el armazón conceptual para poder interpretar cualquier incidente que se produzca el día 21, cuando se celebre el Consejo de Ministros en Barcelona, como un ataque al Estado.

Este tipo de juegos de lenguaje no son inocentes. Preparan el surco por el que discurrirá luego el discurso de los líderes que tratan de sacar rédito electoral del conflicto catalán. Por ejemplo cuando Pablo Casado, el mismo día, afirma: “Hay 16.000 hombres armados en manos de un loco fanático como Torra”. A este tipo de desvarío ha contribuido sin duda el inmenso, patético y torpe error del Presidente Torra cuando, en un improvisado —como suele— alegato desde Eslovenia criticó la actuación de los Mossos contra activistas de los Comités de Defensa de la República y anunció purgas internas. La rectificación posterior solo sirvió para demostrar lo precipitado e inconsistente que había sido, pero el mal ya estaba hecho: alimentar la idea de que los Mossos son un peón al servicio de la causa independentista. Tremendo error, porque era la excusa que esperaban quienes mucho antes ya proponían que el Gobierno central tomara el control de la policía autonómica. Y tremenda erosión de la Presidencia de la Generalitat.

Como viene ocurriendo a lo largo de este conflicto, los errores de unos alimentan la reacción de los otros, en un bucle que parece no tener fin. Cuanta más inflamación, más fiebre, y cuanta más fiebre, más ofuscación. Pero toda esta vociferación tiene una utilidad política y un objetivo preciso: secuestrar la capacidad de acción de quienes, a uno y otro lado, intentan desescalar el conflicto y tender puentes para el diálogo. En ambas partes hay guardianes de las esencias que, por razones electoralistas en unos casos, por mera supervivencia en otros, intentan impedirlo.

Después de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno con el apoyo de Podemos y el voto de los grupos parlamentarios catalanes, se abrió la posibilidad de una distensión que permitiera alumbrar al menos una vía de entendimiento. Pedro Sánchez empezó su mandato con un cambio de guion gubernamental y algunos gestos destinados a preparar un nuevo escenario que permitiera avances significativos. Pero las cosas se han torcido. Los partidarios del “cuanto peor mejor” no dejan de presionar. Y lo peor es que esa estrategia les está funcionando. De momento para neutralizar a los partidarios de la distensión, que no se atreven a emprender la negociación que preconizan por miedo a las consecuencias de la vociferación de los extremistas. Un escenario diabólico.

En el campo soberanista ocurre lo mismo, con la pugna apenas soterrada entre dos pulsiones opuestas. Por un lado, Esquerra Republicana, Òmnium y una parte del PDeCat, partidarios de replegar velas para tratar de ampliar la base social del independentismo y mientras tanto, gobernar, conscientes de que tras el fracaso de la vía unilateral, Cataluña está, como dijo Felipe González, más cerca de perder la autonomía que de ganar la independencia. Por el otro, Carles Puigdemont y su alter ego Quim Torra, una parte de Junts per Catalunya, la Assemblea Nacional Catalana, la CUP y los CDR, que persisten en la vía del enfrentamiento, ignorando que el Estado al que pretenden doblegar es mucho más fuerte de lo que pensaron.

A estas alturas, amenazar con “implementar la república” e insistir en la unilateralidad es pura gesticulación desesperada. Pero los de Waterloo parecen dispuestos a sacrificar el autogobierno para intentar una nueva y quimérica “ventana de oportunidad”. El momentum del que habla Torra. Creen que esa oportunidad puede producirse si logran desestabilizar al gobierno de España coincidiendo con el juicio a los dirigentes presos. Y con esta estrategia, dejan a ERC y a quienes están en posiciones negociadoras sin capacidad de reacción por temor a ser tachados de traidores a la causa.

Cuanto más gesticula el independentismo, más alimenta la reacción en el resto de España y, como se ha visto en Andalucía, más crecen las expectativas electorales de Ciudadanos, PP y VOX, el trío aznariano. Sus dirigentes se frotan las manos cada vez que Torra yerra o Gabriel Rufián se lanza por chulerías. Y cuanto más crece el griterío antisoberanista, menos margen de maniobra le queda a Pedro Sánchez para intentar vías de solución.

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