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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aniversario en un escenario sombrío

La parafernalia oficial no ha podido ocultar la realidad del desgaste político y social que vive el país cuando se cumple el período más largo de estabilidad constitucional

Josep Ramoneda
Homenaje a la Constitución con la familia real y el presidente, Pedro Sánchez.
Homenaje a la Constitución con la familia real y el presidente, Pedro Sánchez.Carlos Rosillo

El escenario podría describirse así. En el centro y en diversos planos, las movilizaciones del malestar ciudadano en el reinado de la desigualdad, los rostros de la crisis del poder judicial, las imágenes más o menos borrosas por la distancia y la reclusión de Carles Puigdemont y de Oriol Junqueras, todavía iconos de la cuestión catalana a juzgar por la rabia con que Albert Rivera se refiere a ellos, los murmullos sobre la monarquía con las Universidades abriendo simbólicamente la veda de los referéndums republicanos, las aguas sucias de la corrupción que siguen descabalgando gobiernos, las voces del cambio reducidas hoy al feminismo y al ecologismo, la derecha vociferante que viaja al túnel del tiempo de la restauración reaccionaria y una izquierda a la que ya no basta la sonrisa de Pedro Sánchez, que no se sabe si no se encuentra o si ni siquiera se busca.

En las esquinas, dos imágenes de última hora: a la derecha, Vox, a caballo de 400.000 votantes en Andalucía, un partido defensor del estatus quo económico que vende rabia antifeminista, patriotismo cuartelero y xenofobia contra la inmigración para gozada de los sectores pudientes más reaccionarios y para encandilar a los más desconcertados. A la izquierda, los ecos, tapados por las paredes de la cárcel, de la huelga de hambre de cuatro dirigentes independentistas, que se propone como contra imagen del triunfalismo constitucional.

En este contexto se ha conmemorado el 40 aniversario de la Constitución española de 1978. Por más que las instituciones hayan cerrado filas en su defensa, la parafernalia oficial no ha podido ocultar la realidad del desgaste político y social que vive el país cuando se cumple el período más largo de estabilidad constitucional que España ha conocido. Y los hechos dan la razón a los que piensan que el problema no está en la Constitución sino en el modo en que se ha aplicado. Una Constitución abierta se ha ido cerrando en su práctica hasta convertirla en un corsé como ocurrió, por ejemplo, con la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, o con la destructiva práctica política de transferir a los juzgados problemas exclusivamente políticos. Cualquier iniciativa de reforma recibe la misma respuesta: no se dan las condiciones para un pacto político que haga posible una actualización de la Constitución. Y al mismo tiempo, la inercia dominante en los poderes del Estado es su aplicación restrictiva y excluyente.

La izquierda necesita un proyecto que movilice para sacarnos de la estrategia de la decadencia

La derecha ha escogido su camino. Estrechar el campo de juego, sentar las bases de un neoautoritarismo, conforme a los vientos que corren en Europa. La derecha española tiene una concepción tan patrimonial del país que ni siquiera es capaz de celebrar que un partido surgido de las márgenes del sistema como Podemos se haya integrado perfectamente en las instituciones. Para la derecha, palabra de Aznar, sólo Vox, Partido Popular y Ciudadanos forman parte del bloque constitucional. Y la izquierda tiene que salir de esta doble trampa: la del patriotismo de vía estrecha y la de la sumisión incondicional a las exigencias del poder económico. Que el PP sea incapaz de aceptar que el salario mínimo español suba a 900 euros da la medida de la dependencia que le guía.

Ante esto, la izquierda no puede ser sólo un cambio de imagen, que como se está constatando se apaga con la misma velocidad a la que se ilumina. Podemos está haciendo el viaje hacia la socialdemocracia que el PSOE abandonó, hay campo para encontrarse y para complementarse, en un momento en que la derecha se desplaza al extremo y cualquier alianza de centro es pura ilusión. La izquierda tiene que hacer un esfuerzo para reconocer la realidad. ¿Por qué en Andalucía los votantes que abandonaron al PSOE no fueron a Podemos? ¿Por qué hay ciudadanos que votan el PP o a Vox en contra de sus propios intereses? La izquierda necesita un proyecto que movilice, para sacarnos de la estrategia de la decadencia, fundada en la prepotencia y en la construcción del enemigo y de la rabia, en la que la derecha está instalada. No basta con un goteo de medidas de impacto mediático, mimbres sueltos que no hacen cesto. La democracia vive una crisis de representación. Y si se quiere romper la inercia que nos lleva al autoritarismo hay que recuperar la conexión perdida con los ciudadanos. Representar es también escuchar, reconocer y dar la palabra.

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¿Por qué hay ciudadanos que votan el PP o a Vox en contra de sus propios intereses?

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