La radio de Basté
El mérito del desordenado periodista está en su habilidad para sorprender y sorprenderse con una aparente ingenuidad
Hay periodistas que tienen un campo de fútbol en la cabeza; se cuentan también aquellos a los que no les cabe nada más que su ego; no conviene olvidar tampoco a los que solo les entra el mapa de su país; y después está Jordi Basté, sencillamente la radio misma, que hoy emite desde RAC1 después de pasar más de veinte años en Catalunya Ràdio y haber nacido en Radio Juventud. La Voz de Cataluña.
Las trayectorias de los profesionales se explican y entienden mejor a partir de su obra que de los títulos, y más en el caso de Basté, porque ha alcanzado la madurez después de descifrar las diferencias de la radio pública con la privada; contrastar que la audiencia de la noche no es la misma que la de la madrugada; y saber que la información deportiva puede ayudar a explicar la de política en la compleja Cataluña.
No concibe la vida sin un micrófono y su sala de estar es un estudio que regularmente se convierte en móvil
Nadie ha metabolizado mejor a los locutores desde que contaba cuentos en el Ateneu de Horta. Ya de niño se comía el micrófono antes que las piruletas con Agustín Rodríguez, de joven aprendió el oficio con un maestro cuyo libro de estilo nadie superó como Santi Carreras, y ahora que es adulto y tiene memoria habla igual de bien de Pepa Bueno que de Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo, Carlos Alsina o Carlos Herrera. Quizá porque se lo sabe todo de la radio, aspira a ser un compendio de los mejores radiofonistas, o al menos de aquellos a los que ha admirado, y un intérprete del legado de los que son inimitables, capaz de ser Arribas Castro, José María García y a ratos Valdivieso, De la Morena o sobre todo Paco González, innovador cuando apuesta por una figura rompedora como la de Nacho de Sanahuja. Basté sabe bien quién eran Jordi Estadella y Tito B. Diagonal.
Alguna de las secciones más celebradas de su programa parecen inspiradas en formatos discutidos cuando se ofrecen en medios diferentes, incluso del grupo Godó. Los clasificados de La Vanguardia, y en especial las ofertas de empleo, eran de lectura obligatoria hasta que apareció la Bolsa de trabajo de El món a RAC1. Basté coloca a mucha gente y soluciona problemas domésticos como que en dos días deje de pitar una alarma en un piso de Terrassa.
No paran de anunciar la muerte del papel mientras el mundo audiovisual da vida a las cartas al director, expresadas en mensajes de voz que se atienden al momento, conforme a la exigencia de las nuevas tecnologías, transformado el periodista en conseguidor, despabilado para juntar lo viejo con lo nuevo, como si la radio no tuviera enemigos sino cómplices, familiar y próxima, altavoz de anónimos convertidos en protagonistas con asuntos tan serios como puede ser para una mujer perder un pezón después de una biopsia; y si no cura, la radio consuela si habla Basté.
Ha alcalnzado la madurez después de saber que la información deportiva puede ayudar a explicar la de política en la compleja Cataluña
La gente llama y le sigue, cala en el pueblo, porque escucha y observa, como saben hacer los periodistas que se han dedicado al fútbol y al baloncesto, acostumbrados al ruido y a la velocidad y por tanto necesitados de silencio y pausa, únicos a la hora de improvisar de acuerdo a su instinto, al sentido de la noticia, como cuando recién llegado a Bruselas desmontó un programa previsto para el día siguiente en el Parlamento Europeo porque la FIFA sancionó al Barça.
Basté va y viene, como regresó sin salir del aeropuerto belga, ante el asombro de los políticos, a los que convoca y desconvoca en función del noticiario, pendiente de la actualidad, dispuesto a conversar con los mejores críticos cuando muere Michael Jackson. Tiene cintura, don de gentes y poder de convocatoria, no descansa porque en el entretiempo escribe novelas y en las vacaciones se inventa series o sigue la actualidad como cronista de La Vanguardia.
El mérito del desordenado Basté está en su habilidad para sorprender y sorprenderse con una aparente ingenuidad, igual de dispuesto para la información que con el entretenimiento, receptivo con lo supuestamente banal y lo decididamente trascendente, atento con los adultos y con los jóvenes, punto de encuentro del modelo analógico y el digital, sabedor de que tiene 700.000 oyentes, líder desde 2011. Huye de las consignas y moralinas, solo sermonea si habla de cine, teatro, música o del Barça, y disfruta cuando moviliza a Quim Monzó y Sergi Pàmies para comentar acontecimientos como el sorteo de la Lotería.
Basté hace equipo, encuentra el tono y tiene un excelente sentido de ritmo, solo alterado por su carácter supersticioso, visible cuando franquea las puertas, sortea las sillas y exige leer la prensa en el taburete cercano a la máquina de café. Al igual que los mejores futbolistas tienen una cláusula de rescisión porque, inquieto como ha sido siempre, necesita sentirse querido y, al mismo tiempo, dudar y reinventarse cuando se cansa de sí mismo, obsesionado con ser corresponsal o expectativo con un magazine nocturno.
Hipnotizado como el niño de Cinema Paradiso y seguidor por tradición familiar de las películas de terror, no tiene miedo y busca complicidades, igual de elogioso con sus referentes cercanos (Puyal o Bassas) que con sus competidores: el big bang Josep Cuní y Mònica Terribas, deliciosamente felina y, por tanto, seductora con la cámara, ahora entregada al micrófono seguramente más complejo del país, como es el de Catalunya Ràdio. La categoría humana y profesional de Terribas, su empeño por sincronizar el talento con el esfuerzo, protagonista de audiencias récord, dimensiona aún más el triunfo de Basté, un periodista que no quiere enemigos y, sin embargo, detecta y marca a sus rivales, celoso de su intimidad, tan hiperactivo que necesita melatonina para dormir seis horas y estar fresco en días como el próximo 14 en que recogerá su segundo Ondas en el Liceo concedido por la SER.
Jordi Basté i Duran no concibe la vida sin un micrófono y su sala de estar es un estudio que regularmente se convierte en móvil para que sus oyentes sepan que no quiere trascender sino simplemente contagiar su entusiasmo por tener una radio en la cabeza que suena la mar de bien.
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