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El Gótico vuelve la mirada a los Ochenta

Comerciantes de Ciutat Vella describen el aumento de la delincuencia y la desaparición de la vida de barrio

Vídeo: Gianluca Battista
Cristian Segura

Barcelona es hoy mucho mejor, dicen los veteranos del barrio, pero charlar sobre inseguridad les lleva invariablemente a la década de los Ochenta. La heroína causó estragos en la convivencia en el Gótico, y aunque repiten que no es lo mismo, el repunte de la criminalidad ha sido tan evidente para ellos que la memoria de aquel pasado vuelve.

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Ferran Gómez recuerda cuando en 1983 le acuchillaron para robarle 25 pesetas. “Hoy hay más robos, pero aquello era más violento”, afirma Gómez, propietario de Casa Jornet, tienda de muebles con 117 años de historia, ubicada en Banys Nous. El pasado septiembre se produjo en esta calle un atraco con una inusitada violencia a un turista por parte de un grupo de jóvenes. Pese a ello, dice Carles Esparza, empleado de Casa Jornet, “aquí lo que hay es sobre todo carteristas, mujeres rumanas que periódicamente en esta esquina le dan el palo a turistas”. Gómez vivió con su familia en el barrio “hasta que me fui a la primera oportunidad que tuve, cuando me casé”. Sus padres siguen en el Gótico, pero él no quería continuar por la presión de los precios inmobiliarios, el turismo masificado y la inseguridad.

“Hace un mes robaron un balancín, y hace un año entraron en el despacho y me mangaron el móvil”, dice Esparza. Banys Nous, la calle de anticuarios, cada vez es menos de anticuarios.

Los nuevos alquileres son desorbitados y Esparza y Gómez destacan que la zona se queda sin los comercios necesarios para los vecinos; sobre todo, dicen, abren tiendas de productos de bajo valor añadido que no se explican cómo pueden pagar alquileres de 4.000 euros. Los barceloneses de toda la vida se desplazan a otros barrios y son sustituidos por pisos turísticos o por jóvenes extranjeros que están de paso por estancias de un año y poco más.

En Banys Nous la densidad de turistas es más discreta, el paseo entre callejuelas es apetecible, entre el Call jueu, la catedral y la plaza Sant Jaume. En Cuirum, una taller de moda de piel, la zapatera solo lleva desde febrero pero comenta que en este tiempo ya ha presenciado varios robos, de productos suyos pero también a clientes. Enfrente está el Portalón, un mesón histórico de esta calle del Gótico en el que la clientela, salvo los turistas, parece no haber cambiado. Uno de sus camareros, 21 años en el tajo, cree que el barrio sigue igual de seguro o inseguro hoy que ayer. Un cliente entra en la conversación para explicar que un amigo suyo está en prisión porque lo acusaron erróneamente por robarle el móvil; a él, prosigue con su historia, la policía lo persiguió porque lo tomaron por un carterista del metro.

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Ciutat Vella no es aquel territorio comanche de la Barcelona preolímpica. Es un distrito atractivo, apreciado por los visitantes internacionales. Así lo cree Karen Bartlett, inglesa de Oxford, que lleva tres visitas a la ciudad condal en lo que va de año. El suyo es turismo sanitario –está en Barcelona con su marido por un tratamiento médico–, pero no desaprovecha la ocasión para pasearse por el casco antiguo. “No tengo sensación de inseguridad. Vienes con avisos de que hay carteristas, pero nada más. Lo que sí me daba miedo eran las protestas políticas, pero una vez aquí, ves que no es peligroso”, dice Bartlett.

Ana Amorós está al frente del anticuario Anamorfosis desde hace 32 años, en el antiguo barrio judío. Su establecimiento es un imán para curiosos de objetos del siglo XX, también para ladrones. “El Gótico está perdiendo la esencia, está más sucio, hay robos casi cada día”, apunta, “pero a los turistas les parece fascinante, y me responden que lo que les explico pasa en todas las grandes ciudades europeas”. El discurso de Amorós es preocupante porque desde la tranquilidad de la experiencia ofrece una imagen desastrosa del barrio. Dice que cuando abrieron el negocio con su marido, en 1986, “el barrio estaba fatal”. A partir de 1992 la cosa fue mejorando hasta su momento de esplendor con la administración del exalcalde Xavier Trias (2011-2015): “Con Trias el Call vivió la mejor época. Teníamos contacto directo con el Ayuntamiento. Nos pusieron más seguridad, más luces, había más limpieza y periódicamente venía una patrulla de la Guardia Urbana para ver cómo estábamos. Ahora vuelvo a encontrarme jeringuillas por la calle, condones, suciedad, y robos a diario”.

En la calle Calella, a un tiro de piedra del Ayuntamiento, su vecina María Sánchez asegura que el Gótico sigue como hace 70 años. Lo único que ha cambiado de verdad, dice, es que hay menos tiendas para hacer vida en el barrio. La opinión de Sánchez es opuesta a lo que cuenta Javier Vidal, que lleva 38 años empleado en la Farmacia Regomir. Sánchez quitaba hierro al alarmismo creciente mientras Vidal expone una versión de los hechos diferente: “Casi cada día oímos gritos de turistas a los que han robado. A mí hace poco me agarraron del cuello entrando en la farmacia para robarme el reloj. La ciudad es mejor que en los Ochenta, sí, pero desde hace unos meses, la cosa ha empeorado mucho”.

Tribulaciones de un letrero icónico

El letrero del anticuario Anamorfosis tiene una historia en la que aparecen varios protagonistas de la actualidad de Barcelona. El rótulo es una pieza que Ana Amorós y su marido compraron hace más de treinta años en un anticuario de Tarragona: una pieza de hierro forjado del siglo XIX, de una antigua farmacia. Le añadieron el nombre del establecimiento y con el paso del tiempo se convirtió en un icono del Gótico. Una madrugada de verano de 2015, unos turistas franceses, alcoholizados hasta las cejas, arrancaron el letrero. Una vecina presenció la escena y así constó en la denuncia ante los Mossos d’Esquadra. Los franceses dejaron tirada la pieza en la calle. En 2016, Amorós visitó otro anticuario, Petits Encants, buscando una pieza que sustituyera el cartel robado y cuál fue su sorpresa cuando se encontró allí el letrero de Anamorfosis. Un chatarrero subsahariano que recorría Ciutat Vella con un carro de supermercado lo había encontrado; su reacción fue llevarlo a un anticuario.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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