Mis lugares favoritos en Madrid
En Martín de Heros, uno entra y de repente se encuentra en una calle de París
Tengo varios lugares favoritos en Madrid. Suelen ser calles pequeñas, estrechas, donde hay algo o no hay nada, sitios de paso o destinos en el camino. A veces los encuentro de casualidad y otros los reconozco porque alguien me habló en un momento de ellos. Tengo problemas a la hora de fijarme en los detalles; suelo observar las cosas de manera global, y lo que recuerdo no son las particularidades, sino las sensaciones recibidas.
Uno de estos sitios, ya desde hace tiempo, es la calle Martín de Heros, los primeros números, al lado de plaza de España. Ahí, uno entra y de repente se encuentra en una calle de París. Si tiene suerte, escuchará a dos tipos tocando el saxo, aparecerá una mesa libre en el Ebla o en La Tasca de Ventura y pasará una velada inolvidable.
Si va por la tarde, podrá entrar en el Ocho y Medio, una librería cafetería de libros de cine con una decoración que te invita a pasar horas y horas, sobre todo si tiene la suerte de dar con la presentación de algún libro.
Sin embargo, lo que más me gusta de esa calle —y lo que creo que la hace más especial aún— es el ambiente cinematográfico. Al modo de boulevard, uno se siente estrella de cine paseando por ella. Además, no hay solo una, sino dos salas de cine: Renoir Plaza de España y Golem (además de Renoir Princesa, justo al lado).
Unas estrellas al más puro estilo Paseo de la Fama de Hollywood dan la bienvenida a uno de estos cines, donde se pueden ver estrenos y también multitud de películas de corte alternativo en versión original por muy buen precio. ¿Quién no lo conoce, viviendo en Madrid?
Suelo ir dos o tres veces al mes, siempre que puedo. Me gusta el cine alternativo porque suele mostrarme historias en las que lo importante no es lo que pasa, sino lo que uno siente cuando el tiempo se para delante de nosotros.
La última película que he visto en Renoir, el otro día, ha sido Viaje al cuarto de una madre, dirigida por Celia Rico, con Lola Dueñas y Anna Castillo, un dueto fabuloso que se va cediendo la batuta con maestría. Un título literario y poético que me ha conquistado, y una historia que me ha provocado algo que no he vivido, pero que he recibido con emoción y dulzura.
Es una película tierna, real y sencilla: tres de mis adjetivos favoritos. No es casualidad que la haya visto en una de mis calles favoritas, con una de mis personas favoritas, en mi ciudad favorita. El ambiente hace, claro. Y después, un vinito bajo el amarillo de las farolas y la nota rasgada del saxofón. Así es como los días normales se convierten en especiales.
Madrid me mata.
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