_
_
_
_
MADRID ME MATA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra el viento

La bici me ha descubierto otro Madrid

Elvira Sastre

Lo primero es comprobar la carga eléctrica de la batería. Tres puntos, el botón funciona. Lo segundo es dar un pequeño golpe a las ruedas para asegurarme que no están pinchadas y que giran con fuerza al darle al pedal. Lo tercero, el sillín: sube y baja a la perfección. Me subo y la ciudad cambia por completo.

Me encanta el servicio de bicicletas eléctricas de Madrid. Desde que me saqué el bono hace un par de años, no he dejado de utilizarla. Tan útil a veces, otras me agobia demasiado. El servicio de bicicletas es distinto: no contamina, no hace ruido ni ocupa, tiene un precio asequible, es individual y no huele por las mañanas, hay cada vez más estaciones, fomenta un transporte alternativo y, además, te permite ver. Solo eso: ver. Es cierto que hay que atreverse. La conducción en Madrid es salvaje, atrevida e irreverente, sobre todo para los ciclistas. A veces, es divertida. Otras veces da miedo. Aunque no siempre el problema son los coches: en ocasiones los propios peatones se lanzan a los pasos de cebra sin mirar. Yo misma sufrí un atropello por parte de un tipo en la Puerta del Sol que se tiró sin miramientos a mi rueda después de mirarme a los ojos. Todavía sigo perpleja.

La bici me ha descubierto otro Madrid. El caos en la carretera, paradójicamente, me da cierta calma, me abstrae. Recuerdo uno de los peores días de mi vida: era de noche y cogí la bici hacia el Palacio Real. Apenas había tráfico y me puse a pedalear fuerte, tan rápido. Llegué a Moncloa por Ferraz, con todos los semáforos abiertos. Hacía frío y me dolían las manos, pero no sentía nada. Solo quería dejar atrás todo el dolor que venía acompañándome. Cuando uno corre contra el viento, siempre encuentra aire. Al final frené, con el mismo desaliento que el de un corredor de maratones, me sacudí la tristeza, y volví a casa.

Hubo una época en la que iba a buscar en bici a alguien especial al trabajo. Subía la calle del Rastro, cruzaba la Latina y atravesaba todo Sol hasta Alcalá, donde ella me esperaba. Esos viajes me devolvían a una infancia inexistente. Me sentía como una niña en bici por el pueblo, con las rodillas magulladas y la curiosidad en las manos. Ilusionada. Con la vida por delante. Algo que nunca hice, pero que recuerdo como propio quizá por tantas aventuras leídas. En esos paseos, yo era esa niña libre, capaz, limpia a pesar de todas las heridas.

He cogido la bicicleta con lluvia y también bajo el terrible sol madrileño de verano, en mitad del inhóspito diciembre, en distancias largas, en trayectos cortos. La he cogido para reconciliarme con el aire contaminado, con los coches agresivos, los ruidos de los tubos de escape, los peatones irrespetuosos. La he cogido acompañada y también sola, después de una cena o un teatro, camino a una entrevista, con prisas y sin ganas de llegar. La he cogido de mil maneras, pero siempre por el puro placer de ver cómo cambia el paisaje de Madrid mientras yo pedaleo. Madrid me mata.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_