Mendigos emprendedores
Quién sabe si en un futuro distópico tendrán que pagar cuota de autónomos
Hace no tanto tiempo los monarcas y los nobles se preocupaban por mantener una piel tersa y traslúcida para que, a través de la epidermis, se transparentara el fulgor de la sangre azul, prueba irrefutable de su posición privilegiada.
Ahora se lleva más irse a la playa a churrascarse al sol (o, en su defecto, a los rayos UVA), a pesar de los riesgos melanómicos, para mostrarse más lozano después de unas merecidas vacaciones. Antes el moreno era cosa de labriegos, que trabajaban de sol a sol en el arado, o de rudos marineros, que curtían su piel a base de brisa, fotones y salitre.
Demostrar el estatus ha sido una obsesión eterna del ser humano, desde los incas que deformaban su cabeza como un huevo o las empolvadas pelucas del XVIII, a los pelucos Rolex a bordo de cochazo propios de los nuevos ricos. El hipotético buen gusto a la hora de elegir vecindarios, restaurantes, ropa o productos culturales ha sido en los últimos tiempos otra forma de distinción, aunque no se nade en la abundancia: la clase social no solo depende de los ingresos.
Los pobres, tal como está montada la cosa social, aporofóbica, no tienen mucho de lo que presumir, aunque sí tienen que demostrar mucho que tienen poquísimo, según informó el compañero Juan Diego Quesada hace unos días en esta misma sección. A los pobres de solemnidad, es decir, a los mendigos que piden limosna en las aceras, se les pide una declaración jurada de sus ingresos para descontarlos de la Renta Mínima de Inserción de la Comunidad de Madrid, que sale a unos 400 eurillos mensuales, no vaya a ser que se harten de cava y ostras.
De alguna manera, se considera la mendicidad un trabajo en vez de una desgracia: al fin y al cabo, muchos de los trabajos generados por la nueva economía son tan precarios como pedir a la puerta de misa. Me imagino a los mendigos haciendo recibos a sus donantes de confianza y contratando a un gestor que les lleve todo el papeleo, cual contemporáneos trabajadores freelance.
Quién sabe si en un futuro distópico tendrán que pagar cuota de autónomos: hoy en día, nos dicen, todos somos empresarios de nosotros mismos y pedir unas monedillas en las calles madrileñas (o de Silicon Valley) también puede ser visto como una señal de emprendimiento: para eso no vale cualquiera. Pensamiento managerial con harapos. Visto así, no se sabe si se dignifica la mendicidad o se devalúa el trabajo.
Las asociaciones del ramo dicen que, más bien, se fiscaliza a los pobres. Vamos hacia una sociedad de ganadores y perdedores absolutos, que premia extraordinariamente a los que más tienen y pisotea sistemáticamente a los que están en el arroyo.
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