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Los curas que escondieron las urnas en el 1-O

La consulta de independencia contó con el apoyo de la Iglesia catalana, escuelas y parroquias que ayudaron a burlar a la policía

Lazo en la parroquia de Sant Cristòfol de Les Planes de Hostoles (Girona). En vídeo, así fue el periplo de las urnas y las papeletas.Vídeo: TONI FERRAGUT / ATLAS
Cristian Segura

El campanario de Les Planes d'Hostoles luce un lazo amarillo. El símbolo, improvisado con una especie de lona, corona la construcción más elevada de este municipio de La Garrotxa situado a tan solo cinco kilómetros de Amer, el pueblo natal del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. Las calles de Les Planes d'Hostoles están repletas de esteladas, lazos amarillos y carteles exigiendo la liberación de los “presos políticos”, los dirigentes independentistas encarcelados. Les Planes, como sucedió en otros lugares de Cataluña, celebró con la ayuda de la iglesia local el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Para su párroco, Jesús Calm, el 1-O no tenía nada de ilegal. “La parroquia es antes de los feligreses que de la Iglesia, ya no vivimos en la era feudal”, añade Calm. “Ellos la necesitaban”, apostilla.

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Decenas de entidades cristianas y más de 300 sacerdotes se posicionaron públicamente a favor del 1-O y los obispos catalanes, a través de la Conferencia Episcopal Tarraconense, pidieron al Gobierno que respetara la iniciativa de la Generalitat: “Conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional”, suscribieron en 2017 en un comunicado los obispos.

El párroco de la Iglesia de Sant Pere de Figueres, Miquel Àngel Ferrés, explica que cedieron el centro parroquial como punto de votación por solicitud directa de la alcaldesa, Marta Felip: “El local parroquial sirve de colegio electoral en todas las elecciones. Y el hecho de cederlo quiere decir que para nosotros era como unas elecciones democráticas, normales”. “No necesitaba la autorización de nadie para abrir la iglesia el 1-O”, asegura Calm a EL PAÍS frente a la Plaza 1 d'Octubre de 2017, anteriormente llamada Plaza de España. Multitud de municipios catalanes ya han introducido el recuerdo del 1-O en el nomenclátor. A 30 kilómetros de Les Planes d'Hostoles, la iglesia de Aiguaviva también luce en el campanario un gran lazo amarillo, y también hay una plaza del 1-O, frente al Ayuntamiento, con una placa que reza: “Esta plaza recibe el nombre de Uno de Octubre, como testimonio y reconocimiento a toda la gente que hizo posible la celebración del referéndum del 1-O y a la que defendió, de manera pacífica y con coraje, su derecho a voto frente a la brutal represión policial que se vivió aquel día”.

Quejas y pintadas contra iglesias colaboradoras

En Pals (Girona) apareció este agosto una pintada en la fachada de la iglesia que decía: “La casa de Dios es casa de oración, no de política”. Su párroco, Josep Taberner, denunció los hechos y defendió que en el templo colgara una pancarta con dos lazos y a favor de la liberación de los dirigentes independentistas. El pasado julio, el rector de la parroquia de San Ramon de Coma-Ruga (Tarragona) tuvo que retirar, tras unas quejas, un lazo colocado en el altar. “La Iglesia debe ponerse siempre al lado de los más débiles”, dice un comunicado de la parroquia de Santa Maria y San Nicolás, en Calella (Barcelona), para justificar la colocación de un lazo en la entrada del templo: “Siguiendo las indicaciones de los obispos catalanes y de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia, como comunidad cristiana continuamos defendiendo que las legítimas aspiraciones del pueblo catalán han de ser acogidas desde el diálogo democrático”.

Aiguaviva fue uno de los pueblos en los que la Policía Nacional cargó contra personas que cerraban el acceso a las mesas electorales —la sede del Consistorio—. Les Planes d'Hostoles tuvo más suerte: Calm recuerda que tras la hora de comer "llegaron mensajes" de la inminente irrupción de las fuerzas de seguridad al pueblo —al final no fue así—, con lo que se tomó la decisión de esconder las urnas en la iglesia y luego dejarlas allí como punto de votación. También fueron escondidas las urnas en la iglesia de Sant Julià de Ramis (Girona), municipio donde debía votar Puigdemont y uno de los municipios en los que los antidisturbios actuaron con más agresividad.

“Lo viví con angustia”

Montserrat Balasch es vecina del casco viejo de Canet de Mar (Barcelona). El 1-O hizo guardia desde las cinco de la mañana a la espera de las urnas, escondidas hasta el inicio de la votación. La mesa electoral debía instalarse en el colegio Yglesias pero finalmente la dirección de este centro privado lo rechazó, y el punto de votación se instaló en el local parroquial. “Sobre todo fue un día que se me hizo muy largo, lo viví con mucha angustia”, dice Balasch. El momento de mayor tensión se produjo por la mañana, cuando personas apostadas en las salidas de la autopista advirtieron que los vehículos de la policía se dirigían a Canet. “La alcaldesa pidió propuestas para asegurar el colegio electoral, que trajeran tractores y furgonetas para cerrar el acceso por las calles de la iglesia”, explica Balasch. Una de las propuestas fue colocar los bancos del templo de San Pedro y San Pablo en la calle, a modo de barrera, y así se hizo. La policía finalmente no apareció en Canet.

Preguntado por si a algún feligrés le importuna el posicionamiento político de su parroquia, Calm responde que nadie se ha quejado: “Hay uno en el pueblo que es del Real Madrid, y que cuando ganan, tira unos petardos, pero él tampoco ha dicho nada. Todos nos conocemos, no hay problemas”. Calm es párroco de Les Planes desde hace cinco años, antes estuvo dos décadas en la República Dominicana y Haití. Confirma Calm que lo que vio en misiones es una realidad más dura que la de la Cataluña oprimida que denuncia el independentismo. “Pero no podemos parar, hay que seguir”, sentencia a modo de despedida: “No hay derecho a que esta gente esté encarcelada. ¡Esa pobre mujer, Carme Forcadell, la presidenta del parlamento, está en la cárcel! No hay derecho”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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