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PATIO DE VECINOS

“En Malasaña está toda la carne vendida”

Los penúltimos carniceros de Malasaña se exilian del centro azuzados por la burbuja del alquiler, el cambio de perfil de los vecinos o la eclosión de pequeñas sucursales de supermercados

Los carniceros Carlos (izquierda) y Fidel Hernández Gutiérrez.
Los carniceros Carlos (izquierda) y Fidel Hernández Gutiérrez.Inma Flores
Pablo León

Fidel y Carlos se van. Dejan el centro. Los hermanos Hernández Gutiérrez, de 52 y 50 años, respectivamente y originarios de Vallecas, acaban de cerrar Guticar, su carnicería en Malasaña. Detrás de la plaza del Dos de Mayo, en el 27 de la calle Manuela Malasaña, llevan casi tres lustros vendiendo pollo, cerdo o ternera. Pero ya no pueden más: pagaban un alquiler de 2.800 euros al mes por su local de 80 metros cuadrados y las ventas estaban tocadas. Los carniceros de Malasaña se exilian del centro, se mudan al barrio de Prosperidad. No es la primera vez que los dos hermanos se ven obligados a dejar una zona. Hace años abandonaron la periferia ante el auge de las grandes superficies; ahora la burbuja del alquiler, el cambio de perfil de los vecinos —azuzado por Airbnb—, o la eclosión de pequeñas sucursales de supermercados les ha obligado a tomar la decisión de cerrar la penúltima carnicería de Malasaña.

Pregunta. No ha sido fácil tomar esta decisión...

Respuesta. Estos años han merecido la pena, pero el barrio ha cambiado. Nos ha dado mucha pena irnos, despedirnos de los vecinos —a algunos de ellos los hemos visto crecer— y dejar la zona. Pero esto es una decisión meditada: tenemos familias que viven de nuestra carne. El verano pasado ya pensamos en cerrar y este lo hemos hecho.

P. ¿Malasaña ya no tiene sitio para vosotros?

R. En Malasaña ya está toda la carne vendida. Hemos intentado buscar locales por aquí y no hemos encontrado nada interesante. Viendo el percal del barrio, hemos decidido irnos a Prosperidad.

P. Es la segunda vez que os exiliáis de una zona.

R. Empezamos en el oficio de jóvenes: nuestro padre trabajaba en una sala de despiece y nosotros fuimos por la carnicería. Montamos nuestra propia empresa y arrancamos en las afueras. Llegaron las grandes superficies: cuando abrieron un Mercadona, nos reventó. Abre Mercadona —o cualquier otro supermercado— y parece que lo que tú has estado haciendo durante años no hubiese servido para nada, parece que pases de moda.

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P. Ahora les ha vuelto a ocurrir en el centro.

R. Cuando llegamos a este barrio, había solo un supermercado. Ahora han abierto 14 establecimientos pequeños, urbanos, de diferentes grandes marcas y con horarios muy amplios: la liberalización de horarios también nos ha matado un poco. La competencia es buena, pero debe ser leal. Contra esto no puedes luchar cara a cara, al mismo nivel.

P. ¿Han pensado pasarse a Amazon?

R. Esa es otra. Amazon ya se está metiendo con los frescos: en Madrid trabaja con mercados y pequeños locales como el nuestro. Eso sí, te cobran el 20% del pedido. Imagínate: si vendes filetes a 12,50 euros el kilo —cuyo porcentaje de beneficio está muy ajustado— y tienes que subir ese 20%, te van a bajar los clientes. Si lo asumes, precarizas tu trabajo. Además, Amazon no te garantiza un número de pedidos mínimo ni nada. Sin duda, la gente quiere comprar de otra manera: quiere hacerlo rápido y sin hablar con nadie.

P. La preocupación por lo que comemos está en auge, ¿no beneficia eso a las tiendas de toda la vida?

R. Hay mucha gente joven que pide huevos camperos o carne ecológica. Y nosotros nos hemos metido en esos mercados. Pero igual que hay gente preocupada, a otros les da lo mismo, para estos últimos comer es un mero trámite.

P. En estos años, ¿qué ha pasado en el barrio?

R. No sé si la gente ha escogido otras calles del barrio o si se están yendo a otra zona. Pero antes, hasta los bares malos estaban llenos. Los bares siguen, pero las tiendas han cambiado. Además, desde hace tiempo, se ve mucha maleta a diario: los vecinos desaparecen y llegan los turistas, que no compran tanto en tiendas de cercanía. La zona se está vaciando y el alquiler tiene bastante que ver.

P. ¿Sois los únicos en notar este cambio?

R. No. La lechería, que está al lado del que era nuestro local, también lo ha notado. Antes había una zapatería en la calle, un sitio para hacer copias de llaves. Y ya... ¡nada! Igual que pasó con el boom de la venta de pisos, ahora está pasando con el alquiler, tanto de locales como de viviendas: han subido de manera desproporcionada. Esto no es la gallina de los huevos de oro porque afecta de manera grave a los barrios, los deja huecos de vida. La gente lo nota y se va porque ya no puede hacer vida normal y se acaba hartando. Si no te cruzas con vecinos, no puedes relacionarte con nadie, no te encuentras con gente, ya no hay barrio: hablar y relacionarse son el alma de los barrios.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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