Kusturica exhibe su catarsis musical y revolucionaria en las fiestas de Madrid
El cineasta serbio se presenta en Las Vistillas ataviado como Pancho Villa al frente de su banda The No Smoking Orchestra
Una suerte de terremoto musical estremeció la víspera de la festividad de la Paloma el epicentro fiestero madrileño, Las Vistillas. A los sones corales del himno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y ataviados con uniformes militares y sombreros mexicanos, con los pechos cruzados por cintas de ametralladora, irrumpieron al modo de un relámpago en el escenario los hombres de Emir Kusturica, la banda The No Smoking Orchestra. El polifacético artista serbio, músico, cineasta y guionista —dos Palmas de Oro en el Festival de Cannes- de prominente melena, impecable uniforme galonado azul marino y guitarra en ristre, presentó a sus músicos, violín, acordeón, trompeta, saxo, piano…como revolucionarios del país azteca y, a sí mismo, como la encarnación de Pancho Villa.
Una oleada de exclamaciones de afecto acogió al grupo y comenzó a recibir, ya sin interrupción, cada una de las piezas de la trepidante oferta musical que, con virtuosa maestría, las gentes de Kusturica le ofrecían. Difícil resultaba escuchar con claridad los comentarios, sin duda jocosos, incluso mitineros, que el serbio prodigaba en inglés entre tema y tema —tal era el clamor— mientras las piezas interpretadas quedaban enlazadas con los primeros compases de la música que Henry Mancini compuso para La pantera rosa.
Resulta difícil asimismo imaginar cómo músicos ya talluditos como el propio líder del grupo, nacido en 1954, derrochaban sobre el tablado tan irrefrenada energía para ser capaces de arrebatar simultáneamente emociones y movimientos vivaces a todos y cada uno de los integrantes de un tan numerosísimo público como el convocado este martes en el cuartel general de las fiestas patronales madrileñas. Ni un momento de la actuación, iniciada a las once y media de la noche y prolongada hasta la primera hora de la madrugada, la intensidad de la música surgida del escenario decayó. Elementos solemnemente hímnicos procedentes de fastos oficiales, trufados por fugaces csardas húngaras, destellantes danzas eslavas, vivaces tarantellas italianas, arpegios de la India, cadencias árabes, sirtakis griegos o veloces corridos mexicanos, incluso cabría añadir que también de chirigotas gaditanas, brotaban tumultuosamente al éter de la noche madrileña con un regocijo que, según los entendidos, solo Kusturica es capaz de desatar.
Momento culminante de la velada fue cuando el propio Emir Kusturica, que asegura añorar el crisol nacional yugoslavo ahora disperso, bajó del escenario y con buena parte de su troupe musical se adentró entre el público, que los recibió con emocionada sorpresa. Ya de vuelta al escenario, una apología a la cerveza fue coreada alegremente por el público, batido por rayos de luz que teñían a la audiencia con haces rojos, azules, amarillos y naranjas. La fiesta fue completa, la pasión, desatada. Toda una catarsis de desbordante emoción y gozoso regocijo vivieron quienes presenciaron el concierto, que jalonaba la oferta festera del Ayuntamiento de Madrid con un memorable broche gracias a la desenvoltura de músicos como el impar Emir Kusturica quien, hace apenas tres días, daba otro impactante concierto de los suyos en el lejano país balcánico de Montenegro.
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