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“A las nueve ya quería entrar un grupo de 90 turistas”

Entra en vigor la normativa que prohíbe el acceso de grupos de más de 15 personas con guía en el mercado de Santa Caterina para evitar aglomeraciones como en la Boqueria

Alfonso L. Congostrina
Un pequeño grupo de turistas ayer en el mercado
Un pequeño grupo de turistas ayer en el mercadoMassimiliano Minocri

La nueva regulación municipal que prohíbe —tanto viernes como sábados— las visitas en grupos organizados de más de 15 personas en el Mercado de Santa Caterina de Barcelona entró ayer en vigor. Por la mañana, el único vigilante de la infraestructura sabía que su función comenzaba a adquirir, cada vez, más atribuciones. Y pronto tuvo que exhibir sus competencias según la nueva normativa. “A las 9.00 de la mañana se ha presentado un grupo de más de 90 personas y les he tenido que decir que no podían entrar”, informaba el vigilante con la autoridad que le proporcionaba un chaleco fluorescente, una porra y unas esposas.

El encargado de la seguridad del mercado admitía que no había tenido ningún problema con el grupo: “creo que venían de algún crucero” y, según explicó, rápidamente entendieron el mensaje y de forma ordenada abandonaron el acceso a un mercado donde el exotismo que buscan los turistas no solo está en las paradas sino también en la cubierta. El tejado dibuja una amalgama de colores inspirada en la técnica del trencadís modernista que los arquitectos Enric Miralles y Benedetta Tagliabue colocaron con el propósito de abrir la infraestructura a toda la ciudad y ¡convertirlo en un imán! Un propósito que con éxito ha abierto el mercado no solo al resto de barrios sino, según parece, a todo el mundo. Tal es su poder de atracción que se le ha tenido que poner freno.

Desde ayer, los viernes y los sábados entre abril y octubre, los grupos grandes tienen el acceso vetado a Santa Caterina. El Ayuntamiento ha tomado esta decisión con la intención de preservar el actual modelo de mercado antes de que el turismo se adueñe, supuestamente, del espacio expulsando a los clientes de los pasillos. En definitiva, para que no se convierta en una nueva Boqueria.

El vigilante conoce a muchos de los guías porque el mercado, aunque céntrico, no es de los más grandes y cuenta con poco más de 60 paradas, pocos pasillos y las suficientes caras conocidas como para que destaquen los intrusos.

La nueva norma es más extensa. El vigilante estará alerta de que los grupos no obstruyan los pasillos o impidan el acercamiento de los clientes a las paradas. Según los informes del Ayuntamiento, una concentración de 15 personas en estos pasillos es suficiente para impedir el flujo normal de gente en el interior de la instalación.

El controlador tiene más funciones, entre ellas, invitar a marcharse a aquellas personas que toquen o manipulen alimentos y productos expuestos con el objetivo de hacer fotografías o los que estén comiendo o bebiendo en espacios no permitidos.

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“Hay algunos turistas que siempre tengo que llamarles la atención. Los hay que tienen la costumbre de tocarlo todo e incluso le clavan la uña a la fruta o el pescado y entonces los paradistas se enfadan y con razón”, cuenta el vigilante.

La normativa parece haber sentado bien entre paradistas y clientes. Y eso que hay algunas paradas que parece que ya hace tiempo que cambiaron el chip y ahora hay puestos donde se vende exclusivamente preparados de arroz y pescado japonés, Sushi, o puestos de pizas y preparados take away. Incluso hay una que vende souvenirs.

“Barcelona está llena de turistas pero en el mercado nunca he tenido problemas. Esto no es como la Boqueria”, asegura una clienta que, tras realizar la compra en las paradas tradicionales, va directa al supermercado que hay al fondo de la instalación.

Las pescaderas están totalmente de acuerdo con la nueva normativa, también el responsable de Menuts Toni, que asegura sentirse en más de una ocasión “rodeado”. “Te sientes un verdadero figurante, algunos visitantes son muy amables, otros no tanto. Hay quien te sorprende y como vienen a apartamentos a veces te compran. Pero lo cierto es que no todo es malo, porque también vendemos más a los restaurantes que es donde van los turistas”, admite.

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