Una tórrida noche de agosto con Gala
Preguntas sin respuestas durante la visita a Púbol, el castillo de la musa y compañera de Salvador Dalí durante más de medio siglo
Para visitar a Gala, la musa y compañera de Salvador Dalí, en el castillo que el pintor le regaló en Púbol, hacía falta ser invitado, algo de lo que no se libraba el artista que tenía que anunciarse antes de viajar a esta localidad del Baix Empordà. “Acepto con una condición, que solo vengas a visitarme cuando recibas mi invitación”, le dijo Gala a Dalí cuando la llevó a visitar las ruinas de este edificio con origen en el siglo XI que compró en 1969 para ella. Gala, dueña y señora, dama y reina de su castillo hacía valer el principio del amor cortés y caballeresco. Quizá sí, pero esa mujer calificada de antipática, fría, dura, manipuladora, altiva, tacaña y egoísta, también era respetuosa con el espacio de los demás. Paquita Buetas, su última cocinera en Portlligat, explicaba que nunca entraba a la cocina sin pedirle permiso, “porque allí ella no era la señora”. Por eso, buscaba que la respetaran en su refugio, este lugar de aires proustianos donde encontraba, unos días al año, la paz y la tranquilidad que no tenía en Portlligat, en un momento en el que esta casa se llenaba de personajes que acudían a conocer al genio surrealista.
Con la invitación en la mano, tras reservar día y hora en la Fundación Gala-Salvador Dalí que gestiona desde 1996 las visitas al castillo (88.341 en 2017), me dispuse a acudir a la cita con Gala en una visita nocturna (posible desde hace dos años), cuando el sol comienza a desfallecer y dar paso a las sombras y a la brisa marina que recorre la comarca. Algo imposible esta noche, en la que la ola de calor, preveía una velada tórrida.
Quería conocer de cerca a esta mujer que convivió durante 53 años con el pintor como musa y agente comercial; además de persona culta y artista inspiradora del genio, como reivindica la exposición que le dedica en Barcelona el MNAC y la fundación del pintor (hasta el 14 de octubre). También cuál era el poder de esta mujer que “traspasaba los muros con su mirada”, según su primer marido, el poeta Paul Éluard, que pese a su escasa estatura y su poca voluptuosidad, enamoró a hombres como el pintor Marx Ernst, con el que mantuvo una tortuosa relación en la que participó Éluard, que le consintió todo porque siempre estuvo enamorado de ella, como le repitió en las cartas subidas de tono que le escribió hasta poco antes de fallecer en 1952.
“No nos separaremos nunca”, le dijo Dalí a Gala en 1929 tras conocerse en Cadaqués a donde ella fue con su marido y su hija Cécile, la pequeña de 11 años que vio como el verano acabó con el regreso de su padre a París y de su madre rendida en los brazos de un joven pintor desconocido y 10 años menor que ella. Dalí no se equivocó. La pareja estuvo junta hasta que ella falleció en 1982 a los 88 años, pese a la ambigua sexualidad de él, entre la impotencia y el onanismo, atraído siempre por hombres asexuados y modelos esculturales, a los que, ni a uno ni otras, puso nunca la mano encima. Ella, por el contrario, pese a su apariencia fría, era, según los que la conocieron, apasionada e insaciable. Quizá por eso, se rodeó de jóvenes apuestos que le dieron lo que Dalí no podía darle.
Pero la cita no era exclusiva. Otras siete personas querían empaparse del mundo de esta pareja inclasificable. Habían pagado 20 euros para hacer una visita exclusiva que se realiza durante agosto, cuatro días a la semana. Alba era la guía para adentrarnos en este lugar en el que el pintor dio rienda suelta a su creatividad, interviniendo en paredes, techos y puertas, pintando obras que le pedía Gala para construir una residencia austera, diferente a Portlligat.
Qué sintió cuando vio Dalí que la empujó a dejar París por una barraca, sin luz ni agua, al final del mundo?”
Tras darnos la bienvenida y entrar al patio iluminado por velas dominado por una fachada gótico renacentista y dos higueras que plantó Dalí, subimos por una escalera hasta el primer piso. Tras pasar por el salón de los Escudos en el que destaca un trono en el que Gala recibía a sus visitas pasamos a las estancias privadas, bajo la atenta mirada de ella, silueteada en una pintura sobre la puerta.
En el salón del piano, presidido por este instrumento que ni Gala ni Dalí sabían tocar, destacan varios tapices. En uno, Dalí pintó una jirafa en llamas para tapar la figura de la reina de Saba, “porque la reina del castillo era Gala”, apunta Alba al grupo que seguía sus explicaciones, sorprendidos por la austeridad monacal y el mobiliario, como la mesa con patas de avestruz que deja ver un caballo disecado en el piso inferior.
Que Púbol es severo, queda demostrado en la habitación de Gala: un espacio casi vacío, una cama con dosel, dos butacas y una mesa. Falta un tocador que se quemó en 1984, cuando Dalí llevaba dos años en el castillo tras fallecer Gala. El pintor fue ingresado por las quemaduras y ya no volvió más al castillo. De ahí se pasa a la biblioteca donde ella leía, escribía o escuchaba música, sobre todo a Wagner. No hay libros. Cécile se los llevó como parte de la legítima, pese a que Gala la había desheredado de forma explícita. Seguro que eran de sus escritores preferidos, autores rusos, que solo ella podía leer. Aquí se encontró el manuscrito de La vida secreta. Diario Inédito en el que daba cuenta de su y adolescencia publicado en 2011 y que Alba llevó encima toda la visita leyendo fragmentos.
El lujo y el color de la alta costura es el contrapunto a tanta austeridad. En la buhardilla se exponen una docena de trajes firmados por Cardin, Givenchy, Schaparelli, Dior o Chanel. En el comedor, con unos impresionantes muebles salidos de una iglesia, destaca el rincón en el que Dalí pintó sus últimas obras, como Cua d'oreneta i violoncel (1983), antes de quemarse y recluirse en Torre Galatea.
Secretos a la tumba
Por fin, llegó el momento culminante: la bajada a la cripta donde Gala está enterrada hace 36 años. Protegida por una jirafa disecada, dos caballos y un jinete arrodillado de escayola, descansa en la tumba bajo una lápida con una cruz y un jarrón de flores frescas. Según Alba, Dalí quiso enterrarse junto a su dama y por eso construyó dos tumbas unidas por el interior, para estar siempre juntos. Pero el pintor cambio y a final se enterró en su museo de Figueres. Tras leer un poema, Alba anunció que la visita acababa en el jardín tomando una copa, propiciando la salida del grupo de la cripta.
Por qué abandonó a su hija Cécile e incluso rechazó verla en su lecho de muerte?”
Gala jamás concedió una entrevista. No iba a revelar ahora los secretos que se llevó a la tumba. Pero una vez solo, le lancé algunas de las preguntas que dejó sin respuesta: ¿qué sintió tras ver a Dalí que le llevó a dejar su vida parisina y trasladarse a una barraca sin luz ni agua, en un pueblo en el fin del mundo?, ¿por qué abandonó a su hija Cécile y rechazó verla incluso en su lecho de muerte?, ¿qué la mantuvo junto a Dalí toda su vida?, ¿fue el amor? ¿quiso a sus amantes. A William con el que viajó a Italia durante tres años. A Jeff, Jesucristo Superstar, que ha reconocido que la amó a pesar de la diferencia abismal de edad y lamenta no habérselo dicho nunca. O quizá a Michel, con el que aparece fotografiada junto al piano. Ella en el suelo, como una adolescente feliz, como nunca se la ha vuelto a ver?
Me devolvió a la realidad el descorche de una botella de cava rosado, del mismo con el que Dalí agasajaba a sus visitas y que disimulaba beber para no ser un mal anfitrión. Refrescante, calmó la sed y atemperó los ánimos. Copa en mano paseé por el jardín cuyo aroma quería Gala que le llevara a su Crimea natal, pero que Dalí ejecutó siguiendo el modelo renacentista de Bomarzo con vegetación salvaje y monstruos, como los elefantes de enormes patas que sorprenden al paseante, aunque no tanto como los gatos que habitan en este remanso de paz y magia que Gala, con ayuda de Dalí, construyó para estos felinos y para todos lo que decidan visitarlo y recordar al pintor y, sobre todo, a Gala.
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