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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Recomendaciones de agosto

Evitemos, al año de los atentados, una nueva celebración de los narcisos, la disculpa de los asesinos y el olvido de las víctimas

Lluís Bassets
Flores en La Rambla por el atentado terrorista del 17 de agosto de 2017.
Flores en La Rambla por el atentado terrorista del 17 de agosto de 2017.Miriam Lázaro

Yo también tengo mis recomendaciones para agosto. Dos libros y una serie. La serie es de Netflix y se titula 13 de noviembre. Fluctuant nec mergitur. Corresponde a la fecha de 2015 en que unos sujetos que reivindicaban al Estado Islámico asesinaron en París a 130 personas e hirieron a 413, y el lema latino que la acompaña es el de la capital francesa, que siempre termina emergiendo después de sufrir el embate de las olas. Los libros son dos: uno en catalán, todavía no traducido al castellano, titulado L'art de portar gavardina, de Sergi Pàmies (Quaderns Crema), y otro en francés, todavía no traducido al castellano, e ignoro si tendrá editor en catalán, titulado Le lambon (El pingajo), de Philippe Lançon (Gallimard).

En los tres se nos habla o escribe sobre atentados terroristas, perpetrados en nombre del islam radical. El más lejano de los atentados aparece en el capítulo del libro de Pàmies, titulado El conte sobre l'11-S que no em van encarregar mai, y se refiere a la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Los más próximos corresponden a las jornadas del 7 de enero y del 9 de enero en París, cuando los yihadistas atacaron el semanario humorístico Charlie Hebdo y un supermercado kosher, y a la del 13 de noviembre, cuando convirtieron en un escenario de guerra el Stade de France, varios bares y la sala de conciertos Bataclan.

Nos hablan de aquellos atentados, pero también se refieren indirectamente a todos los atentados perpetrados por asesinos similares en los últimos años: en Madrid, Niza, Berlín o Londres. Y nos hablan directamente del nuestro, el atentado que Barcelona estuvo temiendo durante meses y que al fin llegó con toda su brutalidad el 17 de agosto pasado, ahora se cumplirá un año. Frívolos e irresponsables, mejor abstenerse. Estas recomendaciones no son para ellos. Si se atreven puede sucederles dos cosas: que vean la serie y lean los libros como si hablaran de un mundo lejano y ajeno, o que se den cuenta de algo que habían olvidado, que quizás todos habíamos olvidado, acunados por la prosperidad y la paz europeas de los últimos 70 años: que la historia es trágica, que toda historia es trágica, que no se puede apelar y tentar a la historia sin esperar consecuencias trágicas.

Estas tres pequeñas obras de arte —lo son, de verdad— señalan algo que hemos intentado olvidar y que probablemente solo se ve con claridad desde la mirada vidriada de los supervivientes. Pàmies es contundente sobre el efecto del 11-S sobre nuestras vidas: "Ni nuestros hijos ni nosotros no somos lo que habríamos podido ser si no se hubiera producido el atentado". Lançon se acerca más todavía a nuestra circunstancia. Sabe de qué habla, pues él mismo estuvo a punto de morir en la redacción de Charlie Hebdo y sufrió horribles heridas por bala de kalashnikov en el rostro y en los brazos: "Los atentados de Barcelona y de Cambrils me alejan de una historia (…) en la que todos fingen que nada ha sucedido —¿cómo hacerlo de otra forma?— y como si esos asesinos no fueran una consecuencia desastrosa de lo que somos nosotros, de lo que nosotros vivimos". Algo similar podemos deducir de los 25 supervivientes que hablan en la serie de Netflix sobre su peripecia en el Bataclan, de donde escaparon milagrosamente de la muerte, testigos de una fría matanza en la que tres terroristas tuvieron a la entera sala de fiestas a la disposición de sus propósitos asesinos sin que nadie pudiera o supiera resistir y oponerse.

Desde esta mirada, la historia, la verdadera historia de la Cataluña contemporánea, tuvo su punto de ignición trágica el pasado 17 de agosto, y todo el resto de lo que ha sucedido es un pie de página en el largo libro de nuestro devenir como sociedad. Qué importa si se está a favor o en contra de las leyes de desconexión, de ir a votar el 1-0, de amagar y no dar con la proclamación de una república. Esos lazos amarillos, esas esteladas, esas apelaciones dramáticas al millar de contusionados por la policía española, esos ataques fascistas, esas libertades supuestamente recortadas, esos políticos presos que se reivindican como presos políticos, esos exiliados optativos, ¿qué son al lado de los 16 muertos del 17 de agosto y de esos olvidados 150 heridos auténticos, de verdad, de quirófano y de rehabilitación, de largo tratamiento psicológico?

La verdad y la mentira del Procés aparecen súbitamente, como sucedía con la vieja película fotográfica, bajo la acción del líquido revelador del terrorismo islamista. Aquel día empezó todo. Basta repasar las reacciones de unos y otros. Todos los atentados tienen algo en común. Siempre hay una teoría de la conspiración, o dos, a disposición de quienes no quieren ver lo que es una evidencia ante sus narices. Si en Francia y en Estados Unidos fue el antisemitismo el que designó a Israel como la mano secreta que pone las bombas para provocar la reacción contra los musulmanes, en Barcelona los designados por el antiespañolismo fueron los servicios secretos del Gobierno español, animados por la eventualidad de poner al ejército en la calle antes de que empezara el otoño caliente. Aznar también practicó este tipo de razonamiento, en su caso con ETA, y fue seguido fervorosamente por ciertos medios de comunicación.

Los dirigentes del Procés, que tenían todo previsto en su hoja de ruta, se lanzaron a una doble operación: arremolinar a los ciudadanos alrededor de la bandera y de los Mossos, y a la vez desviar responsabilidades hacia el gobierno español. La reacción lenta y torpe de Rajoy, sus reflejos embotados y su estupidez dejaron campo libre a la manipulación de la manifestación del 26 de agosto, en la que se convirtió al rey y al gobierno, a los representantes de la democracia española, en cómplices de los terroristas, con el argumento demencial de su complicidad en el comercio de armas internacional. La mecha ya estaba ardiendo entonces.

Atiendan a estas recomendaciones, por favor, quienes quieran romper con el narcisismo adolescente que nos domina. Para evitar, al menos, la infamia de repetir en el aniversario de los atentados la celebración de los narcisos y de los consentidos, incluso la disculpa de los asesinos, y el olvido criminal de las víctimas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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