Ringo Starr: Un mito con muchos amigos
El batería recuerda a The Beatles en el WiZink, pero desconcierta que deje un espacio tan amplio al repertorio de sus acompañantes
El hombre que se dirige al trote hasta el centro del escenario, escuchimizado y embutido en una americana de purpurina que le queda enorme, es un chavalín de 78 años con gafitas oscuras que no parará de sonreír, balancearse y bendecirnos con el gesto de la paz durante la siguiente hora y media. Nunca fue un gran cantante o compositor, y no se va a revelar como tal a estas alturas. Pero la posteridad le tiene confiado un hueco de privilegio. Merecidamente. Y eso no sucede todos los días delante de nuestras narices.
Ringo Starr siempre ha sido un tipo con suerte. Acertó a pasar por el lugar adecuado cuando George Martin defenestró al pobre Pete Best y, de un día para otro, se vio embarcado en la mayor aventura que ha conocido la música popular. Han transcurrido 56 años desde aquello y el batería de los Beatles se plantificó anoche ante 3.800 irreductibles en el WiZink Center para reivindicar no tanto la nostalgia como su eterna condición de entretenedor. Porque a una edad tan importante Richard Starkey sigue siendo, enhiesto y sobrado de pegada, un nada baqueteado dandi de las baquetas. Y no ejerce de referente generacional, sino como viva definición de mito. En su caso, un mito simpático, nada huraño. Un anfitrión estupendo y, sobre todo, generoso.
Lo más sorprendente de todo es que Starr ni se molesta en ofrecernos su trabajo en solitario, quizá porque él mismo lo perciba comparativamente irrelevante, y ejerce más como mínimo común denominador: es el veterano bonachón que tira de agenda y, con un poco de ayuda de los amigos, reúne a gente ilustre (y con unos cuantos trienios a cuestas) a su alrededor. No está claro qué tienen en común Graham Gouldman (10CC), Greg Rolie (Santana), Steve Lukather (Toto) y Colin Hay (Men At Work), además de horas de vuelo y espacio asegurado en las emisoras de oldies. Pero bajo el paraguas de un beatle acabamos saboreando el heterogéneo menú de Dreadlock holiday, Evil ways, Rosanna y Down under. Resulta un poco delirante, pero disfrutaremos de su singularidad tan difícil de repetir.
En ese disparatado juego de los contrastes, nada tan chocante como escuchar la infantil Yellow submarine seguida del ácido desencanto de I’m not in love, otra vez de 10CC. Lukather calca a Carlos Santana para Black magic woman, con Rolie provocando aullidos en su órgano Hammond, pero el resultado de semejante batiburrillo tiene algo de espectáculo de variedades. Lo perdonamos todo porque el gigante popurrí suena de maravilla y Ringo lo riega todo con su bonhomía liverpuliana y las guasas con los espectadores (aunque luego venda con fines benéficos sus baquetas autografiadas por 550 euros). Por eso y porque una noche que se remata con una eufórica With a little help from my friends nunca puede ser una noche mala.
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