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El verano de un niño en ocho metros cuadrados

Educo alerta de que el fenómeno de los menores de la llave se agudiza en las familias que viven en pisos compartidos

Unos niños juegan en la Asociación Ítaca, que atiende a los menores cuando salen del colegio.
Unos niños juegan en la Asociación Ítaca, que atiende a los menores cuando salen del colegio. Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Son hijos de familias trabajadoras pero precarias, nativos de la crisis y víctimas de la escasa conciliación laboral que permite el mercado de trabajo. Las entidades sociales les llaman niños de la llave, menores que no tienen quien los recoja a la salida del colegio y que se pasan la tarde solos en casa mientras sus padres trabajan. La ONG Educo los cifró en 2017 en unos 580.000 en toda España. Este año, la entidad humanitaria ha vuelto a poner el foco en este colectivo y, en concreto, en un grupo todavía más vulnerable dentro de ellos: los menores que viven en pisos compartidos. Tienen gente en casa, pero son desconocidos. Están acompañados, pero solos. Y, para no molestar, hacen su vida y pasan el tiempo en su único espacio de intimidad: una habitación de ocho metros cuadrados.

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Con el fin de curso se desinfla el colchón social del que disponen los niños de la llave durante el año escolar. Las entidades alertan de que estos menores se encuentran en tierra de nadie: sus padres son trabajadores pobres, por lo que no pueden permitirse actividades de ocio o colonias de verano, pero tampoco tienen acceso a las ayudas destinadas a los grupos de mayor vulnerabilidad (desempleados). Sin clase ni actividades programadas, a estos niños les quedan por delante al menos ocho horas diarias de soledad. “Muchas familias encadenan tres jornadas laborales para garantizar una dignidad. En verano quedan descubiertas nueve horas más”, explica Felipe Campos, director general de la Asociación educativa Ítaca. Durante el curso, la entidad recoge a 190 niños a las puertas del colegio y los acompaña durante la tarde con actividades lúdicas; en verano, Ítaca monta colonias y casales para cubrir también parte del día.

En su último informe destaca que el precio de la llave, precisamente, agudiza todavía más este fenómeno: el elevado precio de los alquileres y los bajos sueldos han abocado a muchas familias a recurrir a residencias compartidas para poder hacer frente al pago de su vivienda. Esto significa que la zona de confort de los menores en su propia casa se reduce a los ocho metros cuadrados de una habitación.

Según el último informe de Educo sobre los niños de la llave, han aumentado un 3% en cuatro años los hogares con niños a cargo que alquilan una vivienda (esto es, 250.000 familias más que antes tenían una vivienda propia). “Los niños no están solos pero sí viven en una suerte de soledad porque los otros inquilinos no están por ellos. Los menores hacen su vida en la habitación, muchas veces para no molestar al resto de los inquilinos de la vivienda”, apunta Clarisa Giamello, coordinadora del informe.

Los menores desayunan, comen e incluso puede que cenen solos. Y la imposibilidad de acceder a un ocio activo (deporte y actividades al aire libre) los recluye en un habitáculo de escasos metros cuadrados donde, móvil, tableta u ordenador en mano, pasan los días.

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La entidad avisa de que se trata de un fenómeno nuevo y que son “incapaces de dimensionar”, sobre todo en áreas densamente pobladas como las grandes ciudades y sus áreas metropolitanas. En cualquier caso, alertan, los riesgos psicosociales están ahí y pueden hacer mella en los menores. “Hay una pérdida de espacio. No hay una zona de juego y esto genera tensiones dentro de la vivienda porque tampoco es una situación buscada, sino impuesta. Además, se generan inseguridades, confusión de roles, etcétera”, agrega Giamello. El estrés, el empeoramiento de la salud física y mental, la desmotivación, la pérdida de autonomía personal, la frustración o la baja autoestima son otras consecuencias del fenómeno. “La situación habitacional de estas familias es muy compleja. Es evidente que hay una conciencia del menor de que vive una situación distinta de la de otros compañeros y eso crea un agravio comparativo. La crisis ha recortado la infancia”, denuncia Campos, que reclama la implicación de la Administración para resolver esta situación.

Educo señala también el sesgo de género, pues la vulnerabilidad se agrava en las familias monoparentales, donde nueve de cada diez están a cargo de mujeres. Según una encuesta de la ONG entre unas 600 familias con hijos a cargo, el 8% de los hogares formados por una pareja viven en viviendas compartidas. Este porcentaje asciende al 17% cuando se trata de familias monoparentales.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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