Fallece Màrius Sampere, referente de la modernidad poética
El escritor, que mezcló lo cotidiano con una sencilla metafísica no exenta de ironía, es autor de obras como ‘Demiúrgia’ y ‘Les imminències’
“Existir, sentir, pensar”. Ese era el orden cartesiano de la vida (y de su obra) para el poeta Màrius Sampere, cuya primera premisa se ha roto este sábado, a sus 89 años, tras una larga enfermedad. Con él desaparece uno de los grandes referentes de la modernidad poética catalana, quizá el último de una generación que en su conjunto fue injustamente transparente (Felicia Fuster, Jordi Sarsanedas, Albert Ràfols Casamada, Bartomeu Fiol...), niños en plena Guerra Civil, que sufrieron la cruda primera posguerra, inclemencias a las que respondieron, como mecanismo de defensa, con un espacio de creación y libertad interior, intangible, muchas veces de verso libre y poema en prosa, para tortura de la crítica literaria del momento.
Su abuelo, dueño de una gran biblioteca, lector de Zorrilla y Espronceda, le avisó con un pareado, pero no le hizo caso: “No siguis poeta, que no guanyaràs ni una pesseta”, le dijo cuando ya de pequeño le vio garabatear unos versos que dedicó a un rosal blanco de su casa. Nunca le fue fácil seguramente nada. Tampoco lo de ser poeta. Al año de nacer el 28 de diciembre de 1928 en el barrio de Guinardó de Barcelona, sus padres se separaron y quizá por ello se refugió con 11 años ya en la poesía, con unos versos trémulos en castellano, que se movían tanto como el temblor que físicamente le acompañó buena parte de su vida.
No parecía que aquél fuera a ser su camino: a principios de los 40, de nuevo con sus padres reunidos y tras trasladarse a vivir a Sant Adrià del Besòs, se dedicó a la fotografía y a la publicidad, influido por su tío, que tenía un estudio fotográfico y también pintaba. Posiblemente, esas dos disciplinas le ayudaron a conformar su particular mundo poético, cargado de una particular modernidad, que, como él mismo admitía, “arranca del caos inevitable, tratando la poesía de expresarse a través de este caos para que resulte inteligente”, dijo hace apenas dos años sobre su poemario L’esfera insomne, con la que obtuvo el premio Lletra d’Or. Sin dotación, claro.
Un verso “nuevo, irreverente”
De joven, Màrius Sampere creía, como muchos a su edad, que estaba en posesión de la verdad. Por eso empezó a devorar la poesía fundamental de Balmes o Kant o Descartes. Y eso acabó impregnando una obra que, a pesar de los notables reconocimientos que obtuvo, él mismo admitía que “ha costado mucho que se me entendiera: era muy nueva e irreverente; mi poesía, sobre todo al principio, tenía muy mala fama, por ateo e inconformista”, resumía al mirar atrás hace apenas tres años.
Sobre ese punto críptico ya le alertaba su madre: “Hijo mío, no entiendo nada, pero me gusta mucho”, recordaba que le decía su progenitora. “Eso me ha autorizado a escribir como me gusta, como puedo y como soy... Yo escribo para mí mismo. No me preocupa que no me entiendan”, comentaba.
Un poema suyo como Se'n va, incluido en el particular opúsculo autobiográfico que es L'escala de cargol, puede ilustrar, ante su muerte, esa voluntad de voz intransferible, composición que iba precedida de un texto previo de presentación, donde decía: "Vayas donde vayas —con los pies, con los ojos, con el penamiento— tropiezas con la inmensa piedra de la agonía que eres tú mismo, por suerte o por desgracia".
Preguem per l’univers: se’n va.
/ Acomiadem el viatger que ens deixa / on som. Aquí és la Mort.
Potser, oh sí, jo sóc ell / i romanc en un cantó. ¿I què és / un cantó, sinó el centre fet miques? / Tots nosaltres, visibles peixos/ enlluernats, adéu!, li fem a l’amant/ de la tenebra mare / que se l’empassa viu.
I ens trobarem a fora, / i jo sóc univers i l’univers se’n va.
Sampere, tocado por la sensibilidad tras sus claros ojos azules, quería absorber la armonía; quizá por ello en 1953 se puso a estudiar solfeo, piano, contrapunto… que, con el tiempo le llevaría a componer canciones, que entre 1963 y 1967 llegaron a interpretar el Grup Estrop de Badalona, vinculado a la Nova Cançó. “Creo que la realidad, la vida, ha sido injusta con mi labor de compositor. Debería haber tenido más eco. Había muchas envidias. No me aceptaron con lo brazos abiertos. Decían que mi música era como zarzuela. Yo, en el fondo, quería ser músico compositor; mi favorito es Wagner, después, Mahler y también me gusta mucho Richard Strauss”, confesaba a las primeras que se le interrogaba sobre ello. Nunca cuajó, pero dejó un rastro ya en su obra poética (“pensé que lo que quería hacer con la música lo podía hacer con la poesía, con un lápiz y un papel”), que a finales de los años 50 empieza a escribir en catalán y que tendrá un nacimiento fulgurante, con L’home i el límit, que obtendría el premio Carles Riba de 1963.
Parecía que esa poesía que siempre arrancaba de un aspecto cotidiano, pero que el bardo iba recubriendo lentamente de capas más metafísicas, iba a ser imparable: fue nombrado Mestre en Gai Saber en los Juegos Florales de Ginebra en 1972 o publicaba el también premiado Poemes de baixa freqüència en 1976. Pero como ocurrió en su particular tobogán literario, el poeta cayó en el olvido. No sería hasta los años 80, con títulos como Samsara (1982) o Llibre de les inauguracions (1984) que Sampere se colocaría ya en la primera línea de las referencias poéticas, que ha llegado a dejar huella en otros poetas como el que fuera su editor y gran artífice de su rehabilitación en los 80, Àlex Susanna, o en Jordi Valls, Vicenç Llorca o Carles Duarte.
La tragedia humana, a partir de la trilogía amor-dolor-muerte, pero sin demasiada trascendencia, algo de lo que se encargaba un deje irónico y sarcástico que tanto destilaban sus poemas como su persona, enmarcaron una producción que desde los 90 no hizo más que madurar y ser reconocida, como ocurrió con sus poemarios Demiúrgia (1996), Subllum (2000, premio Serra d’Or) o el multigalardonado Les imminències (2002, premio nacional de Cultura y Ciudad de Barcelona, pero también el de la Crítica de la Asociación Española de Críticos Literarios, que repitieron con Ningú més i l'ombra 12 años después).
A pesar de su avanzada edad, incansable, a pesar de contar con algunos de los más altos reconocimientos (Creu de Sant Jordi, 1999, Nacional de Cultura, 2003; Jaume Fuster, 2010…), Sampere no paraba. Y así dio a conocer títulos como La ciutat submergida (2009) o su primera novela, El gratacel (2010). Hasta el final, a pesar de que la vida, decía, “te va lijando los defectos”, siguió siendo aquél joven tímido que debía tomar un poco de licor para poder encarar un recital poético, siempre un punto raro (“La demencia conforma la realidad. Es estética, emocionante, un hallazgo lírico, si quiere filosófica”), inquieto. “A mí me han hecho las circunstancias y Dios, que, si existe, me ha hecho de este modo. A mí no me pida explicaciones; yo solo tengo versos”.
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