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Madrid fue París aquella tarde de Mayo

Asistentes al histórico recital de Raimon en la Facultad de Políticas y Económicas se reúnen para evocarlo 50 años después

Raimon, en el concierto de la Facultad de Económicas el 18 de mayor de 1968.
Raimon, en el concierto de la Facultad de Económicas el 18 de mayor de 1968.

Aquel sábado de Mayo de 1968, por la tarde, en Madrid, un escozor semejante al de un chispazo eléctrico recorrió los ánimos de varios miles de estudiantes. Se hallaban hacinados por doquier, pero emocionados, en el hall de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense. Muchos habían pagado 25 pesetas por asistir al acto cuyo comienzo esperaban con fruición y que iba a iniciarse en apenas unos minutos; otros se habían colado. Días antes, el decano del centro, Ángel Vegas Pérez, presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera, había autorizado un recital musical. El catedrático desconocía al protagonista del evento, pero su pasión musical le pudo y dio su consentimiento. Sin embargo, los estudiantes sí que habían oído y cantado algunas de las canciones que atentamente se aprestaban a escuchar y corear.

Las balconadas de los pisos versados hacia el hall mostraban pancartas donde se leía: Democracia Popular y lemas contra la oligarquía. Columnas de humo de cigarrillos adensaban el ambiente. Una lluvia de panfletos antifranquistas inundó la estancia. Todas las miradas se concentraron sobre las escaleras del hall: un joven valenciano de 27 años, natural de Xátiva y cantautor en catalán, surgió entonces en medio de una ovación atronadora. Era Raimon Pelegero Sanchis, más conocido como Raimon, que iniciaba allí el recital que se convertiría en emblema de la lucha del movimiento estudiantil contra el franquismo. Todo comenzaría a cambiar en Madrid a partir de aquel sábado de primavera, donde los ecos del revolucionario Mayo francés llegaban en una intermitencia forzada por la censura.

Tres décadas antes

De los aproximadamente 6.000 asistentes al concierto de Raimon, solo unos pocos recordaban que allí mismo, no lejos del río Manzanares, sobre la Ciudad Universitaria, había concluido 29 años atrás una cruenta guerra civil que instaló a partir de entonces una férrea dictadura militar. Precisamente tres décadas después y sobre el mismo lar, recomenzaba, ya organizadamente, aleccionada con canciones y poemas, la lucha por desmontar aquel régimen siniestro. Muy pocos de los congregados supieron que aquel recital asustaría tanto al régimen franquista que el Ministro de Educación, José Luis Villar Palasí –apodado payasín por los estudiantes- entró en pánico y pidió al dictador la creación de un servicio secreto especial que atajara la “subversión estudiantil”. Al frente de aquel servicio de Información figuraría el coronel José Ignacio San Martín quien, años después, ya en democracia, se uniría a los golpistas que secuestraron el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981.

Días antes de aquel primaveral 18 de mayo de 1968, Arturo Mora, estudiante de Ingeniería Industrial y Marta Bizcarrondo, futura historiadora y entonces delegada de Actos Culturales de la Facultad, ambos integrados en el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid, SDEUM, organizador del recital, habían viajado a Barcelona para entrar en contacto con el cantautor valenciano. Pagarían tan solo sus gastos de viaje y lo alojarían en un hotel de la calle de Carretas, apenas a un latido de los calabozos de la Dirección General de Seguridad. Allí mismo, la temida Brigada Político Social, la policía política franquista, detenía, interrogaba y torturaba a a opositores al régimen que cayeran en sus manos. Un mero panfleto podía implicar dos años de prisión. Pero los “sociales”, como se les denominaba entonces, no se enteraron, ni tampoco averiguaron lo que se cocinaba en Políticas y Económicas. Raimon y su esposa, Annalisa Conti, italiana y representante del cantautor, no hallaron problema para alojarse en el hostal, visitar la facultad en la víspera del recital y calibrar el sonido.

Pasión desatada

Llegó la tarde sabatina. Con una pasión desatada por la ovación atronadora que preludió su irrupción en el hall de Políticas, Raimon, exalumno de los claretianos, experto en flautín, comenzó a entonar con su guitarra su más combativa repertorio. El clamor envolvía sus cantos. Delgado, expresivo e inteligente, apenas se le escuchaba; pero daba igual. La emoción tomo posesión de los asistentes. Al vent, la cara al vent. Un aire nuevo, transgresor, comenzó a soplar hacia los corazones de quienes abarrotaban la Facultad madrileña y de miles de bocas surgió el grito: ¡Libertad, libertad! Alguna bandera roja flameaba entre el público. Raimon, anonadado primero y recrecido después, se desgañitó materialmente entonando sus canciones, para hacerse oír. Al grito de su Diguem no rubricó aquella hora y media de recital que sacó a centenares de los asistentes desde la carretera de La Coruña hasta la calle de la Princesa. Cortado el tráfico de las principales vías, el lujoso Mercedes en el que viajaba la entonces princesa Sofía de Grecia tuvo que detenerse, con expresión de perplejidad ante lo que la futura Reina contemplaba, un turbión de estudiantes eufóricos y también enojados: “soy demócrata, dijo ella a un manifestante que se acercó a su automóvil en actitud desafiante”, explica José María Chato Galante, estudiante entonces y presente en la escena.

Al poco, 40 guardias a caballo, varias decenas vehículos de la Policía Armada y tres camiones cisterna, equipados para propulsar agua teñida, los célebres botijos, cargaban contra los estudiantes que saltaban por doquier a las calzadas del barrio de Argüelles. La furia se adueñó de los universitarios. Cien jóvenes fueron detenidos. Muchos más, golpeados y empapados. “No creémos en las pistolas”, la frase de Raimon parecía prolongar su eco en las mentes de los manifestantes. Todo comenzaba a bullir. Pese a las cargas y los palos, el futuro, la democracia, parecía quedar más cerca.

Este viernes, 18 de mayo de 2018, cincuenta años después, militantes del SDEUM como Jesús Gago, Chato Galante, Elena Gusano, Juan García Vicente entre otros asistentes a aquel recital, se han reunido en el mismo hall de la facultad, hoy de Geografía e Historia. Querían celebrar el arranque histórico del movimiento estudiantil que, junto con el del movimiento obrero –las 300.000 pesetas del recital recaudadas fueron a dar a la caja de resistencia de los huelguistas de la fábrica Pegaso- resultaría decisivo para paralizar, inutilizar y desacreditar ante su base social un régimen erigido sobre la fuerza, enemigo del saber y de la concordia.

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