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CRÍTICA | Pop
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ricardo Arjona: el seductor irrefrenable

El guatemalteco, ídolo latino, enamora a 7.500 almas con su discurso

Ricardo Arjon, ayer, en Madrid.
Ricardo Arjon, ayer, en Madrid. LUIS COSSIO

Abundan aún los melómanos españoles poco familiarizados con el nombre del guatemalteco Ricardo Arjona. Tendemos a no saber gran cosa de Centroamérica, más allá de los cuatro tópicos sociales, pero el hombre de la melena con moño que asomó anoche por el WiZink es objeto de devoción entre los pulgarcitos del continente hermano. Ayer congregó a cerca de 7.500 almas en la ciudad, cifra pasmosa por mucho que viniese de reventar la taquilla en el Madison Square Garden. Había muchísima cara guapa latina en la pista, término nunca tan adecuado a tenor de la temática circense del espectáculo. Casi más celulares que brazos. Y miles de banderas y cartulinas garabateadas, que afloraron cuando a las 21.40, por fin, Arjona emergió en una plataforma tras un biombo.

“El alma muere si eres marioneta”, enuncia el ídolo, arquetipo de cantautor eléctrico y romántico con 10 arrolladores músicos en escena y una colección de himnos que recuerda a Sabina o Silvio en los mejores ejemplos y a Diego Torres o Melendi en los discutibles. El caos y el bullicio se extendían por entre las localidades, y era difícil no asombrarse ante tanto fervor devoto, no contagiarse de tanta sonrisa manifiesta y lágrima disimulada.

“Respirar no es vivir. Vivir es arriesgarse. Y esto es una celebración de vida”, resumió el trovador, estupendo de voz y no digamos ya de carisma. Un tímido bien disimulado, un seductor masivo e irrefrenable. Y un triunfador corajudo, por más que aquí aún no nos sepamos las letras.

Se sucedieron números vertiginosos al trapecio, incursiones en la salsa o las rancheras mexicanas, fulgurantes solos de saxos y violines, un despliegue audiovisual muy notable (en ‘Cuándo’ entraban ganas de ponerse a cubierto de la lluvia virtual) y el apoteosis asombroso para saludar ‘Señora de cuatro décadas’. Solo los cuatro peninsulares mal contados en el pabellón no fueron (fuimos) capaces de corearla.

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