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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi amigo el profesor Oya

Un repaso a los manuales de historia podría darnos un índice del grado de adoctrinamiento en Cataluña

Francesc de Carreras
Francisco Oya.
Francisco Oya.E. P.

Francisco Oya es un veterano profesor de historia en la enseñanza secundaria. Además, pertenece desde hace muchos años a la asociación Profesores por el Bilingüismo, que ya en los años noventa defendía la escuela bilingüe catalán-castellano en Cataluña. Soy viejo amigo de este historiador, debido a que ya en aquellos años noventa escribí en EL PAÍS varios artículos defendiendo el bilingüismo en la escuela y entré en contacto con aquella asociación, hoy todavía en activo y de la que Francisco Oya es presidente. ¿Por qué trato hoy del profesor Oya? Porque, desgraciadamente, está de actualidad.

En efecto, los periódicos de estos últimos días —entre ellos, naturalmente, EL PAÍS— han dado cuenta de lo que le ha sucedido en el Institut Boscà, un histórico centro docente de Barcelona. El asunto, dejando de lado las cuestiones personales, tiene un interés general para entender el momento que se vive en Cataluña, la indefensión en la que se encuentran aquellos que legítimamente discrepan del paradigma nacionalista e independentista, y de la impune arbitrariedad con la que actúan los poderes públicos a pesar de que, en teoría, está activado el decreto que desarrolla el artículo 155 de la Constitución.

En las últimas semanas, Francisco Oya ha sido objeto de escraches, insultos y pancartas alusivas tachándole de fascista, franquista y otros términos habituales a los que muchos estamos ya acostumbrados. El hecho es que dicho profesor, preocupado por la formación de sus estudiantes, ha repartido un material complementario al manual de historia de España establecido por su departamento de ciencias sociales dada la parcialidad y escaso rigor del mismo, lo cual no es de extrañar porque dicho manual está escrito por Agustí Alcoberro, vicepresidente —y actual presidente en funciones— de Òmnium Cultural.

En las pequeñas partes que he podido leer de este libro, tan edificante, se contienen afirmaciones históricamente aberrantes. Para equilibrar dicha información, Oya ha añadido, entre otros, diversos textos históricos de autores de la tradición catalanista, como Prat de la Riba o Macià, así como una entrevista con Stanley Payne, conocido hispanista norteamericano. Grave imprudencia, amigo Oya, en Cataluña impera el pensamiento único, la libertad de cátedra tiene sus límites y tú los has traspasado.

Un grupo de alumnos, imaginen su ideología, lo denunció al director del instituto, con alegaciones que Oya niega. Pero el director, por lo visto muy activo en las redes como independentista, le ha incoado expediente disciplinario y, como medida cautelar, lo ha apartado de la función docente. Una inspectora de la Generalitat, también activa en redes, está procediendo a instruir dicho expediente. El 155, pues, sigue vigente pero con su ineficacia habitual.

Oya es un experto en arbitrariedades del poder debido a sus ideas. Recuerdo que, hace unos 20 años, me llamó por teléfono diciendo que quería verme. Lo recibí en casa y me expuso su situación. Se había presentado a una oposiciones a cátedra de instituto y había obtenido el número uno. En estos casos, lo habitual era que escogiera el centro al que debía integrarse. Pero le asignaron a un centro a 60 km de Barcelona, ciudad donde estaba su domicilio. Me planteó el caso por si yo conocía a alguien del Departamento de Enseñanza de la Generalitat que pudiera ayudarle.

Por casualidad, el director general que le correspondía era un viejo compañero del PSUC de los años 70. Le llamé, le expuse el caso, me dijo que le extrañaba mucho, que eso nunca sucedía, se ocuparía de arreglarlo y me avisaría. Pasaron varias semanas y no me contestaba. Entonces volví a llamarle y, en tono perentorio, le dije que la semana siguiente escribiría un artículo en EL PAÍS explicando el caso. En dos días la situación se resolvió: el Departamento llamó a Oya y le ofrecieron escoger plaza como era habitual en esos casos. Ahora se desprecia en público la ley, durante muchos años el derecho se ha vulnerado en silencio. Los males vienen de lejos.

¿Se adoctrina en las aulas? Naturalmente. No siempre, claro, y además es difícil probarlo. Pero un repaso a los manuales de historia podría darnos un índice del grado de adoctrinamiento. Pequeñas anécdotas, como la del profesor Oya a fines de los noventa, son reveladoras: había que ponerle las cosas difíciles para que se marchara de Cataluña y dejara su plaza a los talibanes que nos han conducido a la situación actual.

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