De palacio barroco a dúplex de lujo
El edificio barcelonés del siglo XVIII de los Moxó será transformado en seis viviendas de alto 'standing'. Ya hay lista de espera
Los rumores que apuntaban que quién había comprado el Palau Moxó, el último edificio barroco de Barcelona, que permanecía en manos de la familia que lo construyó a finales del siglo XVIII y que conservaba el mobiliario e interiores originales, había sido un inversor mexicano se han confirmado. A mitad de 2017 el inversor Eduardo Rallo, cerró la operación para hacerse con este edificio único construido en el número 4 de la plaza de Sant Just, frente a la basílica del mismo nombre por el módico precio de 7,3 millones de euros. La compra se produjo después de que el edificio, que está catalogado, fuera rechazado en dos ocasiones (en diciembre de 2015 y enero de 2017) por el Ayuntamiento de Barcelona, que no ejerció el derecho de retrato que le permite la ley por considerar que el precio era excesivo y estaba fuera de sus posibilidades.
Cerca de un año después de la compra ya se sabe cuál será el destino final de este impresionante edificio de cuatro pisos (planta baja, planta noble, segundo piso y buhardilla): seis pisos de lujo. Uno ocupará toda la impresionante planta noble de 600 metros cuadrados. El resto serán cinco dúplex de entre 130 y 250 metros cuadrados cada uno, de dos o tres habitaciones con vistas la Barrio Gótico donde se encuentra el edificio. En los bajos está previsto abrir tres locales comerciales. Ya hay lista de espera para hacerse con uno de estos exclusivos pisos después de que la semana pasada 300 personas acudieran a la selecta presentación del proyecto.
Rosa Hierro, directora de inversión de Vivendex, la inmobiliaria que comercializa el inmueble, explica que los trabajos de reforma del interior del edificio los realizará el despacho de arquitectura de Joan Trias de Bes (TDB Arquitectura) que ha estado al frente de otras reformas de edificios con la misma protección como es la Casa Burés. Las obras comenzarán cuando el Ayuntamiento conceda la licencia de obras, que se ha solicitado este mes de marzo, según confirman fuentes del área de urbanismo municipal. Se ha de validar que los trabajos que se quieren realizar no afecten a los elementos protegidos en el catálogo municipal desde el año 2000 cuando la casona fue declarada Bien Cultural de Interés Local con categoría B: las fachadas en las que destacan esgrafiados con motivos florales de guirnaldas y jarros y los interiores, el vestíbulo y los techos, elementos arquitectónicos, suelos y la distribución original de la planta noble. “Los trabajos en un bien así han de ser muy respetuosos. De hecho, en la planta noble no se va a intervenir, se va a vender tal y como está, porque no se sabe quién la comprará: una fundación, una empresa, un particular o se instalará un consulado. Quién lo compre tendrá que pedir una licencia especial para acabar de adecuarla a sus necesidades”, explica Hierro que insiste en el respeto y la sensibilidad del propietario por el inmueble.
La responsable de la comercialización de estas exclusivas viviendas asegura que el proyecto contempla que una vez ocupado el palacio por sus nuevos dueños estén abiertas las puertas principales y que el impresionante vestíbulo barroco sea accesible para todos. “Se colocará una segunda puerta, pero todo el mundo podrá entrar y hacer fotografías”, explica Hierro. La exclusividad y el alto precio (no desvelado) de las seis viviendas no han echado para atrás, sino todo lo contrario. “El proyecto ha generado mucha expectación ya que no hay muchas posibilidades de vivir en Barcelona en un palacio. Ya hay gente en lista de espera interesados en recibir toda la documentación del proyecto”, remacha Hierro.
La venta del palacio y de los muebles, dados a conocer por EL PAIS en junio de 2017, generó polémica en el consistorio. Tanto ERC como el PdeCAT pidieron explicaciones al gobierno de Ada Colau por dejar pasar la oportunidad de haberse hecho con un edificio de estas características y, sobre todo, por haber permitido que los muebles (que no estaban catalogados) salieran del edificio, unos camino de las salas de subastas y los anticuarios y otros con destino a Sevilla donde vive en la actualidad Inés Moxó, una de las propietarias. “No sé quién es el comprador y la utilidad que dará al inmueble. Me gustaría saberlo. En todo caso está protegido, no harán ninguna tontería”, aseguraba entonces Moxó desde la capital hispalense.
La venta también fue criticada por el mundo universitario, en concreto por los profesores Rosa Subirana y Joan Ramón Triadó, que dirigen el grupo de investigación Arquitectura y ciudad. Programas Artísticos en Barcelona 1714-1808 (ACPA) de la Universidad de Barcelona que enviaron cartas al Ayuntamiento y a la Generalitat exigiendo explicaciones por la venta. “Solo nos ha respondido la Generalitat, el Ayuntamiento no ha dicho nada”, se queja Subirana, tras saber el destino último del palacio: “Dentro del desastre no me parece tan mal los planes del nuevo dueño y los promotores, pero estaremos pendientes, porque una cosa es lo que dicen que van a hacer y otra cosa es lo que se hace. Tenemos muchos ejemplos en Barcelona de desastres en las obras”, explica esta profesora empeñada en preservar y dar a conocer el barroco barcelonés.
Un inversor amante de Barcelona
El mexicano Eduardo Rallo es un desconocido en Barcelona, pero el nuevo propietario del Palau Moxó tiene fuertes vinculaciones con esta ciudad ya que desciende de una familia barcelonesa que emigró al país centroamericano tras la Guerra Civil. Este inversor, que estudió Economía en Harvard y San Diego y ha vivido en San Francisco y Nueva York y fundado varias firmas que gestionan restaurantes y farmacias vinculadas al mundo hispano, además de empresas como Brainstorm Ventures especializada en la creación de startups, se instaló hace dos años a vivir en Barcelona donde estudian sus tres hijos, "porque quiere recuperar su raíces catalanas", según fuentes cercanas al empresario.
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